La hora de Massa, el gestor deportivo devenido en piloto de tormenta que fuerza una tregua con la CGT
El ministro de Economía define medidas para contener el malestar sindical por la inflación y recuerda con nostalgia su paso por el Club Tigre, al que sacó de la ruina
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Aliados del Frente Renovador y vecinos distritales, Sergio Massa y Luis Andreotti, en sus épocas de intendentes de Tigre y San Fernando, respectivamente, se jactaban de revolucionarios por haber montado un moderno centro de monitoreo con cámaras de vigilancia y seguridad que convirtieron a los distritos en modelos a seguir en la lucha contra el delito. Sin embargo, y aunque suene hasta irónico, ambos estuvieron incómodos y preocupados por una trama de violencia, fútbol y política que no dejó registro de video en ninguna de las cámaras que funcionaban en territorio propio.
A plena luz del día, el domingo 24 de febrero de 2013 la barra brava del Club Atlético Tigre dirimió su interna a los tiros. El saldo fue un muerto y 13 heridos de bala. La secuencia del terror comenzó en el barrio Troncos del Talar y siguió en la estación de tren Virreyes. De acuerdo a los rastrillajes policiales, hubo más de 100 disparos. Los barras se peleaban por dinero y entradas antes de un partido con River.
El fiscal de San Fernando era Alejandro Musso. En una de sus medidas, ordenó al municipio la entrega de las imágenes de las cámaras callejeras. No tuvo suerte: le informaron que hubo “un desperfecto eléctrico” y que en el momento de los enfrentamientos no funcionaban. La tormenta del día anterior había dejado fuera de servicio a unos 40 aparatos, según informaron fuentes municipales a LA NACION cuando se escribió sobre el hecho, hace casi diez años.
En su intento de destejer la red de vínculos de la barra brava, Musso avanzó en la investigación e imputó a seis personas de la hinchada y los llevó a juicio. Algunos de ellos mantenían desde hace años nexos con el poder político de la zona. De acuerdo a declaraciones judiciales y a antecedentes impositivos, algunos hasta habrían trabajado a sueldo para los dos municipios. Y un dato que no había pasado desapercibido: a Marcelo Paulitti, uno de los acusados, lo defendió judicialmente José Vera, por entonces director General de Relaciones Institucionales de la Municipalidad de Tigre, según indicaba su curriculum. Vera después dio un paso al costado y lo reemplazó Daniel Llermanos, uno de los abogados de Hugo Moyano.
Daniel Paz, alias Fiorucci, era por entonces el jefe de la barra de Tigre y fue uno de los imputados, aunque luego absuelto. En 2010 viajó al Mundial de Sudáfrica como uno de los referentes de Hinchadas Unidas Argentinas, una agrupación impulsada por el kirchnerismo y que financió a las barras a cambio de apoyo territorial y punterismo político. Cuando se dio el enfrentamiento a tiros, Fiorucci administraba el bar “La Barra”, en Perón 2650, pegado al estadio de Tigre, en el distrito de San Fernando. La fiscalía allanó el lugar después del domingo de los disparos. Encontró allí facas, fotos de los que mandan en la tribuna y mucha suciedad para un lugar en el que se vendían alimentos. El bar estaba situado dentro de la propiedad que le pertenece al club, pero era explotado comercialmente por la hinchada. Fiorucci dijo en la fiscalía que le alquilaba el local al club. El presidente de Tigre en aquella época era Rodrigo Molinos, que además de dirigente era concejal del Municipio de Tigre por el massismo.
Desde hace casi 20 años Massa tiene injerencia directa en el club Tigre. La tuvo durante la gestión de Molinos y la tiene ahora con el actual presidente, Ezequiel “Kelo” Melaraña, su mano derecha en la Cámara de Diputados como titular de la Unidad de Coordinación General y quien muy probablemente también lo acompañe en el Ministerio de Economía.
La gestión de los massistas en Tigre es mirada hoy con nostalgia ante el desafío de enderezar la economía del país como flamante ministro. Todo comenzó en 2004, cuando Massa golpeó las puertas de un taller de chatarra de la zona norte para intentar convencer a Luis Pedro San Andrés para que fuera su hombre para presidir el club. Por entonces la institución era una ruina con un pasivo de 8.000.000 de pesos y una avalancha de juicios por resolver, según escribió Juan Pablo Varsky en LA NACION.
Con elecciones del club a la vista, Massa, que por entonces era el titular de la Anses e intendente electo del municipio de Tigre, se convirtió en el hombre fuerte sin la necesidad de un cargo ejecutivo. Fue uno de los nueve vocales titulares. Pero la clave estaba en que el resto de la cúpula directiva respondía directamente a él, incluido el presidente, que no era otro que San Andrés, que falleció en diciembre de 2017.
Con Boudou, de la Ucedé a la Anses y Tigre
El desembarco de Massa fue coincidente con los éxitos deportivos y con el inicio de una etapa de bienestar económico, en la que se levantaron más de 150 juicios y la masa societaria trepó “de 800 a más de 8000″. Pasaron los primeros tres años al frente del club y la reelección era cantada. San Andrés, el hombre de Massa, arrasó en las urnas y sumó a la comisión directiva a un nuevo integrante: Amado Boudou, por entonces el otro funcionario de peso en la Anses y que al poco tiempo iba a convertirse en ministro de Economía y vicepresidente de la Nación de Cristina Kirchner.
“Boudou era amigo de Massa y estaba en la Anses. No tenía trayectoria en el club. Su paso no fue ni bueno ni malo, ya que no era de ir a las reuniones de comisión directiva a pesar de que era el tesorero”, dijo San Andrés en 2013 en una charla con LA NACION. Y sobre la influencia de Massa, señaló: “Nos ayudó mucho, acercó muchos sponsors”. Uno de los auspiciantes centrales fue el Banco Macro, de la familia Brito, que mantiene actualmente su aporte, y el Casino Trillenium, de Boldt.
Durante la gestión, además de la gloria deportiva por haber ascendido a Primera, hubo dos logros económicos trascedentes: cancelar la deuda pendiente de la convocatoria de acreedores y cancelar en un solo pago la deuda hipotecaria que arrastraba el club desde hace 15 años con el Banco de la Provincia de Buenos Aires. El monto alcanzaba los 2.200.000 pesos, aunque se obtuvo una rebaja y se acordó con el pago en efectivo de $700.000, según consta en el estado contable del 30 de junio de 2010. Además, se abonaron todas las deudas fiscales con los patrocinantes de la AFIP por un total de $940.093 y, después de años de penurias, el ejercicio contable cerró con un superávit mayor al millón de pesos gracias a los aportes del programa estatal para televisar los partidos.
El “piloto de tormenta”
El pasado de Massa como gestor deportivo es un antecedente al cual se aferran hoy en su entorno para definirlo como “un buen piloto de tormenta”, tal como lo dijo Malena Galmarini, su esposa, el día de la asunción.
El fútbol sirve a veces de atajo para avanzar en la política. A Massa, por ejemplo, le allanó el camino de la reconciliación con Hugo Moyano, el jefe camionero que preside Independiente desde hace ocho años. Su desembarco como ministro de Economía lo encuentra en el mejor momento de su vínculo con el clan camionero, pero también con otros sindicalistas con los que se había alejado cuando se ubicó en la vereda de enfrente de Cristina Kirchner.
La CGT en tropa bancó públicamente su designación y la cúpula en pleno asistió a su jura. En el rosario de medidas que anunció, hubo una clara señal a un reclamo que los Moyano hicieron propio y que tiene que ver con las asignaciones familiares.
Pero también hubo un gesto al sindicalismo en su conjunto al convocar a un encuentro con empresarios para explorar alternativas para que los salarios no pierdan contra la inflación. La mayoría de los gremios quiere que los aumentos salariales se diriman en paritarias, como sucede habitualmente, y se resisten a la idea de Cristina Kirchner de otorgar una suma fija. Lo rechazan porque lo perciben como un paliativo homeopático, que sirve en lo inmediato pero que no impacta en la base salarial.
Un bono “antiinflacionario”
Massa deberá el jueves próximo hacer de mediador entre la CGT y la Unión Industrial en la primera convocatoria tripartita de su gestión. Un miembro de su equipo económico se inclina por la posibilidad de otorgar un bono por decreto que oscile entre los 20.000 y 30.000 pesos. No será universal, pero alcanzaría a los salarios de hasta $150.000. Está todavía en evaluación. Mientras tanto, el calendario de paritarias se alteró con el adelantamiento de revisiones, nuevas pautas de referencia y cláusulas gatillo.
Sin crédito ni reservas, y con la promesa al Fondo Monetario Internacional (FMI) de ajustar y reducir el déficit, Massa cree que no hay más opción que apelar al sector privado. Lo urge resolver lo de la recomposición salarial la semana próxima porque aún sueña con poder neutralizar la movilización de protesta que la CGT activó para el 17 del mes en curso. El desembarco de Massa es cierto que pacificó a los jefes sindicales, quienes dicen ahora que la marcha “no es en contra del Gobierno”.
Pero los sindicalistas tienen un termómetro especial para detectar las crisis y saben que no podrán contener por mucho tiempo más el malestar con un piso de inflación proyectado en 80%, tal como precisó el moyanista Omar Plaini, uno de los tres dirigentes que acompañó a Pablo Moyano al encuentro de esta semana con Cristina Kirchner. La charla de los sindicalistas más duros con la vicepresidenta fue antes de que ella recibiera en ese mismo despacho a Massa. Surgen versiones de que allí se habló allí sobre un plazo de tolerancia a las medidas del flamante ministro. Juan Grabois no esperó y ya hizo un primer amago para romper su alianza con el Gobierno. ¿Seguirán su camino los gremios más identificados con el kirchnerismo que están en CGT?
Se abre una fugaz tregua del sindicalismo hasta que Massa encuentre a su San Andrés, el hombre que juntaba chatarra, sacó al club Tigre de la ruina y que hoy es un espejismo de nostalgia.
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