La hora de los leales y los confiables
Lealtad, confiabilidad y compromiso son los atributos con que se premia o se castiga desde la Casa Rosada; Milei aprovechó los días de bonanza para marcar líneas más duras y le tocó el turno a Villarruel
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Una máxima de la política dice que los gobiernos se arman primero con los mejores, luego con los leales y, finalmente, con los que quedan. Pero ese axioma no siempre funciona de manera lineal. Mucho menos en gobiernos personalistas, en los que la lealtad probada y la confiabilidad esperable suelen ser exigencias y condiciones predominantes desde muy temprano.
La sorpresiva exclusión pública del paraíso presidencial que acaba de sufrir la vicepresidenta Victoria Villarruel parece responder a esa lógica. Es hora de los leales y confiables. No hizo falta que el desgaste del ejercicio del poder o una crisis política o económica precipitara condenas. Todo lo contrario.
Javier Milei volvió a desafiar la lógica de la comunicación y la construcción políticas, que manda aprovechar los buenos momentos para prolongar un estado de bonanza, no ensombrecerlo y, mucho menos, desplazar buenas noticias de la agenda pública para instalar situaciones de tensión y disputas en el interior del espacio propio.
En medio del “alineamiento de planetas” (económicos, financieros y de política interna y externa) que celebran en la Casa Rosada y en el Palacio de Hacienda, el Presidente instauró un nuevo conflicto en la esfera pública, justo cuando nadie lo esperaba y él venía de completar el álbum de fotos con lo más granado del establishment político mundial, desde Donald Trump a Xi Jinping.
Contra los análisis que dicen que se trató de otro error no forzado o de un autoboicot cuando las cosas le van bien, todo indica que hubo razón y decisión para aprovechar el viento a favor y, una vez más, seguir despejando el terreno sobre el que se propone avanzar con la menor cantidad de desafíos probables o potenciales a su proyecto político y a su liderazgo.
El registro de hechos acumulados en casi un año de gestión parece indicar que cualquier elemento con eventual capacidad corrosiva para él y para el triángulo de hierro que integra junto con su hermana Karina y su gurú Santiago Caputo debe ser neutralizado, primero, y erradicado del oficialismo, luego, si no se somete o da muestras de alinearse. Mucho más si insiste en diferenciarse.
Al Presidente no pareció tomarlo por sorpresa la pregunta ni responderla como si no hubiera pensado en las consecuencias. Más bien dio la impresión y se dejaron trascender evidencias de que buscó el tiempo y el espacio para hacerlo, aunque su vocero lo niegue. Tanto que desde las cercanías de Villarruel consideran que hubo premeditación y alevosía, mientras no salen de su estupor y desconcierto. Aunque sorprende tanta sorpresa.
Las declaraciones posteriores de varios de los funcionarios más cercanos al Presidente respecto de la descalificación a Villarruel no lograron atenuar la dimensión del anatema, si es que eso fue lo que se propusieron, lo cual cabe ponerlo en duda.
Luego de que Milei asociara a su vicepresidenta con “la casta”, pecado capital si los hay en el catecismo libertario, adquirió aún más resonancia una afirmación hecha pocas horas después por el vocero presidencial, sobre quien no parece haber dudas del reconocimiento que goza su trabajo como exégeta de su jefe.
Fue en una entrevista en la que relativizó las interpretaciones de lo dicho por el Presiente, al darles a esas palabras carácter descriptivo y no valorativo respecto de Villarruel. Allí, al referirse a las trabas que encuentran el Congreso las iniciativas oficiales, como la falta de quorum para tratar el proyecto de “ficha limpia”, Manuel Adorni sentenció: “Lo que la gente votó es que la casta desaparezca de la faz de la Argentina, de la faz de la Tierra. Y, evidentemente, la casta sigue teniendo mucha fuerza”. El uso de ese verbo de graves y tristes reminiscencias, junto al descalificatorio sustantivo, podría ser un buen insumo para simposios de semiología y de psicoanálisis.
Si el episodio Villarruel se llevó todos los focos, eso no impide advertir que el proceso de alineamiento en marcha y de premio a los leales y confiables ha llegado y que ya tiene efectos en otros ámbitos del Gobierno y el espacio político libertario.
Lo ocurrido durante la compleja cumbre del G-20 expuso las razones prácticas y los efectos concretos del despido de Diana Mondino de la Cancillería y su reemplazo por Gerardo Werthein. El nuevo ministro de Relaciones Exteriores hizo gala ante el resto de la delegación argentina de la cercanía con el Presidente y la confianza que le dispensa, tanto como de capacidad resolutiva. Dos condiciones que parecía que había perdido o resignado su predecesora, a quien, además, le pesaban algunos pruritos respecto de ciertas fronteras formales y de fondo que desde la Casa Rosada se pretendía que atravesara sin titubear.
“Fue dificilísimo todo, pero Werthein lo facilitó y evitó que la Argentina se disociara del G-20, porque demostró que tiene línea directa con Milei y que toma decisiones. Tal vez, por esa cercanía y confianza. Con Mondino nada de eso ocurría. Desde que le intervinieron la Cancillería, ella evitaba elevar temas conflictivos y todo se trababa”, explicó una fuente al tanto de las complicadas negociaciones llevadas a cabo antes y durante la cumbre de Río de Janeiro.
El canciller habría logrado hacer equilibrio entre las pretensiones de máxima presidenciales y los límites de lo posible sin poner en riesgo su relación, no afectar demasiado más la situación del país en el concierto internacional, ni inmolarse en defensa de intereses nacionales. Esos son las atributos que se le reconocen.
Es, además, lo que acaba de verificarse con su cuestionable ausencia, comunicada a último momento, en el acto por realizarse en el Vaticano para celebrar, junto con el Papa y el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, el 40° aniversario del tratado de paz alcanzado por mediación papal entre los dos países, que estuvieron a un paso de entrar en guerra a fines de 1978. Las afinidades y desafecciones ideológicas y personales de Milei pueden pesar más que el interés nacional, la historia o los elementales buenos modales.
La combinación de lealtad, confiabilidad y eficiencia vendría a ser así el gran ordenador de la administración tanto como de la construcción política libertaria.
El filtro del triángulo de hierro
Sobran los que pueden mostrarse como casos testigos de los que no han pasado ese filtro, más allá de Villarruel. Antes que los amigos, se identifican y definen los enemigos, en la certeza de que estos sucumbirán con el éxito al que está destinado el proyecto y los primeros abundarán. No le falta audacia a la premisa, pero, como se le adjudica haber dicho a Franklin D. Roosevelt, “nunca hay que subestimar a los hombres que se sobrestiman”.
Los que hoy gozan de la bendición del triángulo de hierro deben reunir al menos dos de esos atributos, ya que no todos cuentan con igual vínculo personal con los hermanos Milei o con Santiago Caputo, ni todas las áreas gozan de igual interés, sobre todo, para el Presidente.
Con que muestren resultados (o no hagan ruido ni proyecten sombras) y no demuestren proyectos propios o que buscan obtener rédito individual de su cargo y función (en términos políticos, claro) están a salvo. Si se destacan con sus logros, fidelidad (en público y en privado), compromiso con la causa y habilidad comunicacional en defensa del liderazgo y el proyecto presidencial, tienen premio. El concepto de casta es voluble.
En este podio se encuentran Luis Caputo (y equipo), Federico Sturzenegger y Guillermo Francos. Apenas un escalón más abajo asoma Patricia Bullrich. Y un lugar aparte y especial, sobre todo, por sus relaciones personales con el trío metalero, ocupan Sandra Pettovello y Mario Lugones, que gozan de una confianza y familiaridad de distinta naturaleza y vínculos que les otorgan protección especial. Una, con el Presidente. El otro, con el gurú, que es socio del hijo del ministro.
En un plano similar por su vinculación con la hermanísima aparecen también el operador político Eduardo “Lule” Menem y, por carácter transitivo, el presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem. Un poco más rezagado, asoma el armador bonaerense Sebastián Pareja, a quien los puristas digitales, el amparo de Santiago Caputo, miran con recelo y lo desafían.
Son las consecuencias de un modelo en construcción que busca pasar de fuerza disruptiva triunfante a una mayoría electoral, territorial e institucional. Un largo camino, cuya primera estación es el proceso electoral de 2025. No faltará ruido. Por ahora, se está en la etapa de depuración antes de la ampliación.
En ese proceso, miran desde afuera y son objeto de descalificación y desprecio los que ya no están y buscan armar algo diferente. Es el caso del senador formoseño excomulgado Francisco Paoltroni, que recorre el país en pos de un armado liberal no libertario, y a quien vinculan a Villarruel, lo cual sumaría a las causas de su distanciamiento con Milei.
Sin embargo, tanto Paoltroni como la vicepresidenta niegan compartir ese proyecto político, así como reconocen otras coincidencias, como su rechazo a la nominación del cuestionado juez federal Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema, que todo indica que estaría más cerca de concretarse. Para algunas fuentes destacadas del oficialismo y del Senado, ese sí sería uno de los temas que propició la condena a Villarruel, junto a algunos asuntos que le valieron diferencias marcadas públicamente por el Presidente, sin que Villarruel modificara sus acciones o disimulara sus convicciones.
Desde la cúpula mileísta se mira con notable desdén las chances electorales que podría tener una construcción así, más allá de la buena imagen de la que goza la vicepresidenta, en lo que para su desgracia, compite con el propio Presidente y con su hermana, a quien se considera su primera enemiga.
“Si Villarruel quiere, que pruebe ir a una elección sin Milei. Todo lo que tiene de buena imagen es por Javier, sin él se le esfuma todo”, desafía uno de las personas que más cerca está del Presidente.
Opositores preocupados
La preocupación por esa pretensión de alineamiento (o exigencia de claudicación, dicen otros) excede por estas horas el espacio libertario y atraviesa a otras fuerzas, como el peronismo no kirchnerista, el radicalismo y Pro.
Ahí sobresale el eventual éxito que podría tener la presión sobre algunos gobernadores para que aporten los votos de los legisladores de sus provincias a los proyectos del Poder Ejecutivo.
Entre estos sobresale el Presupuesto 2025, que el Gobierno quiere que se apruebe sin modificar puntos ni comas en cuanto a la asignación de recursos, a pesar del efecto que podría tener en las arcas de muchos estados provinciales. Las consecuencias excederían el marco legislativo y podría fragmentar aún más de lo que está el universo no mileísta, dividido entre colaboracionistas y opositores, que, a su vez, se subdividen en dialoguistas e intransigentes.
“Los gobernadores vienen en bloque a reclamar que se defiendan sus recursos, pero después se sientan a negociar de a uno con la Casa Rosada. Para pedir que pongamos la cara son un conjunto y para arreglar son individuales”, se queja una destacada figura del macrismo parlamentario, que ve cómo se les escurren entre los dedos las herramientas para negociar con el Gobierno desde algún lugar de fortaleza.
“Milei ni siquiera tienen que salir a cazarlos de a uno porque ellos se entregan solos”, dice uno de los referentes dialoguistas con tanta resignación como disgusto.
La inminencia del año electoral torna más preocupante el panorama para los que no quieren quedar subsumidos en la polarización entre el oficialismo y el kirchnerismo, que desde el Gobierno y el Instituto Patria alimentan.
Adentro y afuera del oficialismo ya están avisados: es la hora sólo de los leales y los confiables. Sin matices.
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