La guerrilla de los 70 no nos deja nada para rescatar
La violencia nunca tiene un costado positivo. El crimen siempre merece un repudio explícito. Ahí donde habitan el dolor y la pérdida no hay lugar para segundas lecturas ni para aventuras intelectuales más típicas de una trasnoche desafortunada que de la toma de conciencia sobre la dimensión real del baño de sangre de los 70.
Reconocer las atrocidades de la guerrilla no significa avalar la represión de la dictadura. Ni tampoco las iguala. La aclaración no sería necesaria, si no fuera porque el kirchnerismo y sus intelectuales le tendieron una trampa a la sociedad: con su categorización binaria de la mayoría de los asuntos públicos, nos sometieron a la lógica que esquiva las discusiones, las transforma en disputas bizantinas, dejando de lado cualquier posibilidad del pensamiento crítico.
Hoy se cumplen 44 años del intento de compamiento en democracia del Regimiento de Infantería de Monte 29, en Formosa. La organización Montoneros pretendió tomar el control del cuartel para hacerse de armamento y equipos. Doce miembros del Ejército murieron durante lo que fue el primer combate con la guerrilla. Muchos de ellos eran conscriptos que cumplían el servicio militar obligatorio y estaban de guardia.
En estas más de cuatro décadas las víctimas fueron invisibilizadas y sus familiares desoídos. Hemos cambiado esa historia, escuchamos a quienes habían tenido al Estado de espaldas. Quien escribe fue el primer secretario de Derechos Humanos que participó de uno de los actos de reparación y reconocimiento que se hizo en el cuartel, en el marco de nuestro nuevo paradigma de estar cerca de las víctimas, para acompañarlas y asistirlas. Por eso, seguiremos recordando y homenajeando hoy en este aniversario a quienes cumplieron su deber de defender la democracia y sus instituciones.
Todos deberíamos coincidir en que la violencia ejercida por las organizaciones civiles armadas contra la democracia fue una tragedia sin ningún costado destacable. Durante 12 años nos hicieron creer que la condena insustituible del contexto previo al golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 era un aval encubierto a los horrores cometidos por los militares que tomaron el poder ese día y reprimieron ferozmente en el marco de un Terrorismo de Estado, cuyos hechos fueron debidamente juzgados y sus autores condenados en el recordado Juicio a las Juntas de 1985.
Escrutar sin mezquindad y con honestidad de criterio aquella historia significa condenar a los que atentaron contra la democracia apuntando sus armas contra las instituciones y la sociedad civil. Ser coherente implica la valentía de visibilizar a las víctimas que durante muchos años fueron despreciadas y quedaron, al igual que sus seres queridos, atrapadas en el callejón sin salida de la historia.
Hay que decirlo con total contundencia: nadie quiso nunca reconocerlas por temor al castigo de ese falso discurso público que se instaló en la sociedad y que impedía hablar de los hechos previos al golpe sin caer en el redil de la teoría de los dos demonios.
Como nunca debatimos sin prejuicios y con profundidad lo que nos pasó, hoy escuchamos peligrosos mensajes que reivindican la violencia armada. Buscarle un aspecto positivo es tentar a la historia para que se repita. Es prestarse a una confusión, fomentar el odio y promocionar una etapa que nos enlutó a todos. O a casi todos, por lo visto.
En 1983, la sociedad consiguió una vez más la democracia, la defendió en los momentos más oscuros y sigue cuidándola del regreso de asesinos y dictadores. Debemos comprometernos en ese camino, promoviendo la paz, el diálogo, la convivencia y el fortalecimiento de las instituciones.
A esta altura de los acontecimientos, tenemos que hacer un llamado a la madurez. Estamos frente a un momento decisivo de nuestra Nación. Pronto elegiremos una vez más. Tengamos claro al momento de hacerlo que ciertos pensamientos no pueden hacernos sentir representados. Son los que aún hoy confían en que el derramamiento de sangre fue un método razonable para dirimir nuestras diferencias. De ese lado de la historia nunca nos van a encontrar.
Secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación
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