La gran duda de la gobernabilidad: ¿a cuánto puede viajar la deflación de Milei?
En medio de una crisis que será más grave y de medidas duras que deberá tomar, Milei tiene un desafío: cómo desacelerar el riesgo de deflación de su imagen; nada bueno dura tanto
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La imprevisibilidad de la opinión pública es un hecho. Sobre todo si los resultados económicos no llegan. Un testigo que estuvo presente en el reportaje que Javier Milei le dio al periodista estadounidense Tucker Carlson asegura que en la edición final de aquella entrevista quedó excluido un tramo: Milei reconocía al aire que sus extravagancias públicas se inspiraron en Ronald Reagan y su idea de hacer de la política un show. Todo fríamente calculado. De Reagan a Zelensky, de la motosierra y la joggineta a lo Menem o el casualwar a la ucraniana, Javier Milei busca el cambio de piel que mejor le cuadre para seguir construyendo ese vínculo único con una ciudadanía frustrada que tanto resultado le viene dado.
La sostenibilidad social del plan económico de Milei está en el centro de las preocupaciones del FMI y de los mercados. La cuestión es si Milei será capaz de reinventar diariamente la confianza social que le dio el triunfo en las urnas. La promesa de un cambio de régimen económico fue clave en ese apoyo de más del 56 por ciento. Pero el impacto de la corrección urgente que propone empieza a pegar en el bolsillo. Ese no es el único problema: también pesa que no pega igual en todos los bolsillos. El ajuste lanzado por Milei tiene que pasar dos pruebas: la prueba de la efectividad, reduciendo realmente el déficit fiscal, y la prueba moral, eso de que el ajuste lo pagan los más fuertes.
A apenas diez días de asumir, el formato del cuestionamiento a sus primeras medidas pasa por ese lado, entre otros. Primero, por cómo funciona esa balanza del ajuste: si el recorte o la presión fiscal recae más sobre el platillo de las clases medias y los más pobres o si el gobierno recién estrenado se anima o no, en serio, a tocar los privilegios de la política y de un funcionamiento del Estado que es parte de esa maquinaria de privilegios. A la ciudadanía también le importan los privilegios de la otra casta, apuntada con menos aspavientos por la motosierra Milei: la casta empresarial, socia de la política. El parate en la obra pública es el mejor ejemplo de Milei para mostrar su voluntad de ir contra esa casta de dos caras.
Otros casos mellan esa promesa. Con la intervención de la AFI decidida por Milei, llega la posibilidad de que el gobierno aumente las partidas discrecionales para inteligencia y consolide la opacidad en el manejo de fondos “confidenciales”. La misma falta de transparencia que representó una contradicción para la presidencia de Mauricio Macri, cuando en 2016, a través de un decreto, dio marcha atrás con la obligación de rendir esos gastos. Esa transparencia se había logrado por ley a principios de 2015, luego de años de secreto y discrecionalidad kirchnerista. Este secretismo no juega a favor del cambio de régimen que pretende Milei. En el reino de los espías estatales el ajuste no será necesariamente la regla y la transparencia, tampoco.
Las críticas también apuntan a la consistencia de las medidas: es decir, si Milei cumple o no con sus promesas de campaña. El actual presidente se convirtió en un caso único de un candidato que gana prometiendo lo que está dispuesto a hacer: un ajuste feroz. El problema es que no es lo único que está haciendo: no está bajando impuestos, como había prometido. El regreso del impuesto a las ganancias lo deja expuesto: mientras se sostienen exenciones impositivas que benefician a empresas o sectores de la política, la clase media recibe el cimbronazo del ajuste.
Está claro que el impuesto a las ganancias está entre los más progresivos. Esa fue la bandera que levantó Juntos por el Cambio cuando se negó a su eliminación en plena campaña electoral: esa racionalidad, entre otras cuestiones, lo aisló social y políticamente. Milei, el libertario, apoyó aquella baja aún a costa de la racionalidad de economista y así, con su avance libertario impositivo, consolidó la imagen que finalmente lo llevó al triunfo: todo impuesto es un “robo” por parte del Estado, sostenía. Ahora en la Presidencia, busca el retorno de lo que antes rechazó. La sociedad toma nota.
En la red social X, el especialista Mariano Narodowski, de tono usualmente moderado, no dudó en sintetizar esas contradicciones: “Dame un lápiz rojo y te encuentro subsidios estatales o exenciones al sector privado que valen la masa salarial que nos sacan a los asalariados por Ganancias”, dijo, para concluir con la observación más relevante en esta coyuntura de debut de medidas económicas: “Ganancias es el impuesto más justo si y sólo si todo lo demás es justo también”. Ya no se trata sólo del equilibrio general de la economía, como le gusta explicar a Milei. También del equilibrio general de la equidad y del costo del ajuste.
La Argentina vibra hoy con la reducción de impuestos. El 79,17 por ciento de los argentinos está de acuerdo con la baja de impuestos, tal como lo muestra una encuesta de la consultora Escenarios, de los politólogos Pablo Touzón y Federico Zapata, realizada el 11 de diciembre. La baja de impuestos es la medida más valorada, muy por delante de la segunda medida, la eliminación de intermediarios de los planes sociales, con el 69,25 por ciento de apoyo.
El aura de convicción que recae sobre Milei a la hora de ir adelante con el ajuste y la decisión política para asumir el costo explica el triunfo de Milei. Una Argentina acorralada luego de décadas de una matriz que defendió el déficit fiscal optó por el ordenamiento macroeconómico. En ese sentido, hay un consenso en torno al ajuste y su escala. El 68,89 por ciento de los argentinos está de acuerdo con una reducción del gasto público, según Escenarios. Es la tercera medida más valorada. De ese consenso, nace la paciencia que la sociedad le tendrá a Milei por un tiempo. Pero la dimensión de la equidad del ajuste, no ya la escala, es problemática. En esa inquietud, está el germen de la impaciencia.
Desde el perokirchnerismo hay otro cuestionamiento a Milei: apunta directo contra el corazón de su legitimidad. Es un razonamiento que pone en el banquillo de los acusados a Alfonsín y la Constitución de 1994 y la instancia del balotaje: sólo por las reglas del balotaje fue posible la presidencia de Macri y ahora, la de Milei, sostienen. Sin el balotaje de marca alfonsinista, el peronismo sería la fuerza con más chances de gobernar, aunque fuera como primera minoría. Con esa interpretación, Milei, que se enorgullece de los votos que obtuvo, queda desnudado de soporte popular. Es previsible que la legitimidad popular de Milei no haga pie en la Argentina que no lo votó.
Pero el riesgo de la velocidad a la que viaja la inflación, como le gusta explicar a Milei, condiciona el riesgo de la velocidad a la que puede viajar la deflación de su imagen presidencial entre su soporte electoral. Todavía no está frente a esa realidad. El 48,3 por ciento de los argentinos tiene una imagen positiva de Milei, según lo registrado por la consultora Zubán Córdoba justo después de conocidas las primeras medidas económicas. Según Touzón y Zapata, Milei tiene una imagen con un diferencial positivo del 23,47 por ciento. En cambio, Axel Kicillof tiene una imagen positiva de tan sólo el 30,37 por ciento y un diferencial negativo del 14,23 por ciento.
En medio de una crisis que será más grave y de medidas duras que deberá tomar, Milei tiene un desafío: cómo desacelerar el riesgo de deflación de su imagen. Nada bueno dura tanto. En Chile, donde Milei no gobierna y conserva intacta su aura de libertario justiciero de derecha, sueñan con un “Milei chileno”. Pero en la Argentina están por empezar las protestas. La suerte del presidente Gabriel Boric es un espejo inquietante para cualquier presidencia.
Un Chile que arrancó en 2019 corrido a la izquierda y votó por primera vez a una coalición integrada por el Partido Comunista, atravesó un zig zag de elecciones municipales y constitucionales que se movieron sin previsibilidad de la izquierda a la derecha, ida y vuelta. La imagen de Boric hoy es bajísima.
El miércoles, en la Argentina de Milei, la oposición más combativa buscará demostrar su poder de fuego en la calle e insistir con una lógica económica que no viene dando sus frutos. Quedará inaugurada la temporada de resistencia al presidente más votado… en un balotaje. A partir de ahora, Milei tendrá que hacer malabarismo para poder concretar sus reformas, acechado de un lado por una oposición dura y por el otro, por votantes que le dieron su confianza pero lo miden todo el tiempo. El apoyo de este sector de la sociedad, que lo respaldó aunque fuera coyunturalmente, le es imprescindible. Por eso las medidas que afecten la equidad del ajuste pueden hacerle un agujero en la línea de flotación de su gobernabilidad.
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