La “generación del 23″ y el sueño argentino
Hay una silenciosa mayoría de la sociedad que busca romper la grieta y reencontrar motivos para la esperanza y una vida más tranquila
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“Este país fue fundado por ficciones. Hasta donde recuerdo, la primera nación que me narraron, antes de que aprendiera a leer, era una sucesión de estampas, en las que abundaban lluvias y desiertos”, escribió Tomás Eloy Martínez en El sueño argentino. Esas estampas condensan rasgos de la identidad de este país que se fueron moldeando a lo largo de los años y de generaciones.
Hay generaciones que soñaron la Argentina y la hicieron grande. Delinearon algunas de estas estampas. La generación del 37, que lleva por nombre el año (1837) en que se fundó el Salón Literario al que concurrían Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez y Esteban Echeverría, entre otros, soñó los cimientos de la organización de Argentina e inspiró su primera Constitución. La generación del 80 fue la dirigencia que lideró el país durante las tres décadas de apogeo agroexportador y forjó el desarrollo del estado-nación a lo largo del extenso territorio; “una nación para el desierto argentino”. En el siglo XX, la generación que creció con el peronismo imprimió una nueva estampa al sueño de país y acuñó la idea de la justicia social, y más cerca en el tiempo, el regreso a la democracia y los primeros años de la década del 80 fueron protagonizados por una generación de dirigentes que buscó reconstruir la institucionalidad durante la primavera alfonsinista y dijo nunca más a la violencia política y al quiebre del estado de derecho.
Sumidos hoy en una desesperanza que por momentos se vuelve asfixiante y con niveles de pobreza inimaginables tiempo atrás, parece difícil creer que la Argentina pueda regenerarse sin nuevos sueños. Por eso la recuperación de la Argentina vendrá con el protagonismo de una nueva generación. No significa eso que esté compuesta sólo de jóvenes, aunque sin ellos sería imposible.. Pero sí con los argentinos y argentinas. y con todos los ciudadanos del mundo con su corazón puesto acá - como vimos hace unos días en las calles de lugares tan lejanos y disímiles como Bangladesh o Ginebra - que hacen de este suelo su proyecto de vida. Pero esta vez no será una pequeña minoría la que inspire un punto de inflexión como en los inicios de nuestra historia sino una mayoría silenciosa que la dirigencia política está llamada a interpretar y dar respuestas.
Ojalá en unos años llamemos la “Generación del 23″ a esa “gran mayoría” cuya unidad, aún con diferencias, rompió la grieta para poner rumbo al progreso. Es una mayoría compuesta por personas muy distintas entre sí, con necesidades y con intereses incluso contrapuestos, pero que tienen clara la búsqueda del bien común como condición de su propio progreso. Esto balancea el peso de las diferencias ideológicas o partidarias. Porque los une el anhelo por una Argentina que se desarrolle de manera sostenida y armoniosa, a lo largo y a lo ancho del suelo argentino; con un estado que asegure condiciones y no deje a nadie atrás pero deje de ser omnipresente; con un capitalismo de reglas y no de amigos y privilegios.
Una mayoría integrada por ciudadanos silenciosos que trabajan, estudian, gastan, quieren invertir. Viven. No es una élite. No controla la agenda, no tiene “banca” ni quiere tenerla, no tiene acceso a los medios, no agita las redes sociales ni corta las calles. No se consideran iluminados, no quieren tener la respuesta a todo. Muchos de ellos vieron alguna vez un país con mil problemas, pero con un sueño en común. Y lo extrañan. Muchos ni siquiera vieron eso.
Es una mayoría que parece invisible mientras las minorías intensas y ruidosas acaparan toda la atención. Pero aún con bronca y cansancio, sigue adelante. Algunos por tenacidad, algunos por optimismo, otros porque no queda otra. Muchos de ellos se quedan porque no tienen otro lugar a dónde ir. La generación del 23 ya existe. No es nueva, no hay que inventarla ni forzarla. No es un slogan. Quiere una vida tranquila y segura, hacer lo que tenga ganas, cumplir sus sueños, chicos o grandes, no importa, pero suyos y de nadie más. Parece poca cosa, parece poco para reconstruir un país. Pero, lector o lectora, si se mira hacia adentro por un instante seguro reconozca sus propios sueños inconclusos. En el optimismo de alcanzarlos, y en el deseo de que todos los demás, sin distinciones, alcancen los suyos, está el secreto de la maravillosa generación del 23 que está asomando.
(*) Jefa de Asesores del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires