Una fugaz unidad sindical, que debate su papel frente a la gobernabilidad
Fueron los gremios de la CGT los que garantizaron la contundencia de la huelga. Serán ellos, también, los que definirán si el paro de hoy es el comienzo de una escalada de protestas o el inicio de una negociación con el Gobierno con poquísimo margen para obtener algún rédito.
En la CGT se dio hace algunas semanas un debate curioso, que hasta sirvió de catarsis. Los gremialistas se alejaron del incómodo estigma desestabilizador que los acecha desde las salidas anticipadas de los presidentes radicales Raúl Alfonsín (13 huelgas, una cada cinco meses) y Fernando de la Rúa (nueve paros en dos años de gestión). Se comprometieron entre cuatro paredes a cuidar la gobernabilidad y evitar ser ellos los responsables de un eventual estallido social que después los obligue a resurgir entre las cenizas, como sucedió en 2001.
Nada mejor para Mauricio Macri y para esta versión mesurada de la CGT que los exabruptos del gremialismo más combativo, que calentó la previa del paro con una masiva manifestación de reclamo en las narices de la Casa Rosada y un mensaje furbiundo: cae el modelo económico o se van. Con su advertencia, al mejor estilo Rubén "Pollo" Sobrero, Pablo Micheli, líder de una de las tres porciones en la que esta fraccionada la CTA, alejó más al triunvirato de la CGT de un nuevo paro en vez de enviar un gesto para coincidir nuevamente en una medida de fuerza.
Los dichos de Micheli no hicieron más que anticipar lo que sucederá cuando el paro ya quede en el espejo retrovisor. La fugaz unidad sindical que ayudó hoy a paralizar el país volverá a transformarse mañana en un gran rompecabezas, que se dispersará al ritmo de las internas y de la cercanía del calendario electoral.
Hugo Moyano , las CTA, los movimientos sociales y los piqueteros confirmaron el lunes su control de la calle, pero no así su capacidad de paralizar por sí solos el país. El triunvirato de la CGT saldrá hoy fortalecido, pero será también una sensación pasajera hasta tanto no se consolide una estrategia común. El debate del día después volverá a surcar a la central obrera: hay sectores que ya agitan el llamado a un nuevo paro antes de fin de año, mientras otros dirigentes, muy influyentes, intentan poner paños fríos y apuran una negociación con el Gobierno de resultado incierto.
A partir de mañana, la articulación gremial volverá a ser dispersa. La CGT se sumergirá en un estado deliberativo que hasta podría detonar la interna y provocar la salida de los más duros. Moyano y sus aliados de la Corriente Sindical, en tanto, reforzarán su vínculo con las vertientes de la CTA y los legisladores de la oposición para intentar tumbar el proyecto de presupuesto que se debatirá en el Congreso el mes que viene.
El Gobierno pecaría de ingenuo si cree que la reacción gremial es solo un correlato de su interna, como insinuaron los funcionarios Dante Sica y Jorge Triaca, quienes apuestan a la dispersión para evitar acciones coordinadas como la de hoy. También se equivocaría el Gobierno si distingue únicamente motivaciones políticas y electorales detrás de los reclamos gremiales. Hay de todo un poco, es cierto, pero en un contexto revuelto por la amenaza del desempleo, el desplome del salario e indicadores económicos para nada alentadores bajo la intervención del Fondo Monetario Internacional ( FMI).
Si esta radiografía se extiende, la CGT terminaría más cerca de Micheli que de ese pacto de gobernabilidad sellado en un plenario casi secreto.
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