La fórmula del poder de Cristina Kirchner
No existe costo político que pagar en pos de un camino sostenible a mediano o largo plazo: el único camino es el de corto plazo, hasta el próximo escenario electoral
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La renuncia intempestiva de Martín Guzmán opacó los coletazos del discurso de la vicepresidenta Cristina Kirchner en Ensenada. Pero hay que volver a esas fuentes para entender lo que se avecina tanto política como económicamente. Todo el discurso del sábado fue una respuesta brutal de tan concreta a una pregunta clave para el cuarto kirchnerismo con tendencia a la baja: ¿cómo se construye el poder? Y en este presente particular, ¿cómo se recupera el poder? ¿Cómo se lo consolida y conserva?
Con el homenaje a Perón en el horizonte, Cristina Kirchner empezó el sábado a desandar la respuesta. “¿Cómo construye poder Perón?”, planteó. El caso Perón aporta el primer ingrediente: ocupar el Estado, aunque sea desde una oficina menor pero significativa a la hora de construir “el poder del campo popular”, por supuesto.
La burocracia Estatal que se apropia de oficinas clave, desde la Secretaría de Trabajo en el Perón histórico a Energía o Economía Social, en el presente. La lapicera y los hechos, es decir, las políticas expansivas de derechos sociales de su base electoral histórica, por ejemplo, el salario universal para los 7 millones de trabajadores informales, tal como planteó la vicepresidenta en su discurso. Y el déficit, la caja usada sin racionalidad macro pero sí electoralista. Por eso la relativización de sus efectos colaterales: “No es que me convierta en una apologista del déficit fiscal pero sincera y sencillamente no creo que sea esa la causa de la inflación estructural, desmesurada y única que tiene la Argentina”, dijo la vicepresidenta.
Así se sintetiza la fórmula del poder de Cristina Kirchner. El sábado dio cátedra sobre eso. Si esa es la concepción, el espacio vacío dejado por el exministro Guzmán difícilmente pueda llenarse con un “moderado”. En su marcha electoral, el cristikirchnerismo aborrece del vacío estatal y busca las posiciones clave. Viene siendo efectivo en eso aún a costa de quedar pegado en una gestión de la que Cristina Kichner se esfuerza por despegarse.
En ese marco, todavía falta comprender la lógica de la designación de Silvina Batakis, mínimamente consensuada entre el presidente Alberto Fernández y su vice, en reemplazo de Guzmán. “Creo en el equilibrio fiscal”, fue una de las oraciones que pronunció Batakis ayer en su presentación en sociedad. Como si la concepción macroeconómica que plantea al equilibrio fiscal como una variable clave de una economía y una sociedad normal fuera cuestión de “creencia”. En ese punto está el tironeo por el poder: si Cristina Fernández está dispuesta a retorcer evidencia, exprimir filminas comparativas de países y sesgar indicadores para dotar al déficit fiscal de un carácter nacional y popular aunque no guste a los economistas ortodoxos como Guzmán o Carlos Melconian, el equilibrio fiscal empieza a caer en las relativizaciones de la grieta. Creer o reventar.
“Argentina elige a izquierdista como ministra de Economía”, tituló la agencia Bloomberg. En su primer acto de fe, Batakis pareció salir a enfrentar ese sentido común construido en torno a tuits suyos denostando al mercado y el sector privado y cuestionando al capitalismo por patriarcal y su trabajo junto al ministro del Interior, Wado de Pedro, el embajador kirchnerista en el gabinete de ministros. Si el equilibrio fiscal es ahora el Norte de Batakis, se impone una pregunta: ¿cómo va a resistir la construcción de poder de la vicepresidenta que busca lo contrario, hacer del déficit fiscal un arma electoral?
Para Fernández de Kirchner, antes que un indicador de la salud macroeconómica, el déficit fiscal es una herramienta política central de construcción de poder electoral. La cuestión es que la preocupación vicepresidencial es ésa: una concepción restringida del poder, el poder electoral, que lleva a ganar elecciones, si es posible, eternamente. Es decir, la utopía de la institucionalización hegemónica.
En el escenario de Ensenada, el desafío quedó planteado. “Hay tarados que votan a sus verdugos”, afirmó altisonante el intendente de Ensenada, el kirchnerista Mario Secco, anfitrión del encuentro del sábado que con una oración borró del mapa el juego virtuoso de la alternancia democrática. O como lo planteó, con la simpleza del militante, el intendente de Berazategui, Juan José Mussi, también orador del acto del sábado: “Si vuelve Macri, me muero. No lo voy a poder soportar”, se confesó sobre el escenario. Se entiende la falta de hábito en relación a la alternancia: el apellido Mussi lleva 19 años al frente de la intendencia de Berazategui. Hay que aclararlo: en ese lapso, hubo un período, 2010-2019, en el que Juan José Mussi no fue intendente. Le tocó a su hijo, Juan Patricio. Mismo apellido.
La Argentina asiste como testigo pero sobre todo como víctima a una puesta en marcha de una teoría sobre el poder que ofrece una receta directa y pragmática. Hubo muy poco de discurso transformador y trascendente sobre el escenario dominado por Cristina Kichner en Ensenada. Se trató del despliegue de una artillería retórica que dejó claro las tácticas y los territorios estatales claves para recuperar el bastión del Estado en 2023.
El sábado, en el momento justo en que Martín Guzmán anunciaba su renuncia en Twitter, la vicepresidenta, en Ensenada, daba lecciones de economía y déficit fiscal citando con datos imprecisos el Tratado de Maastricht que rige en la Unión Europea (UE), aunque sin nombrarlo. “Ningún país que integre la UE puede tener un déficit fiscal superior a 3 puntos del PBI”, sostuvo. Y para reforzar el sentido de su comparación, que incluso las naciones fiscalmente más responsables recurren a la política del déficit fiscal, agregó: “¿Escucharon lo que dije? Quiere decir que hasta 3% de déficit pueden tener”. Fernández de Kirchner intentaba volver a instalar una idea con la que insiste: que el déficit fiscal argentino puede ser aceptable y que no es la causa de la inflación. El problema que la vicepresidenta no mencionó es que, según los estándares de la UE, Argentina no podría ser un país miembro: el déficit que tiene en cuenta Maastricht no es el déficit primario sino el total. En el caso de Argentina, el gobierno de los Fernández sobrepasó con ganas el techo europeo: en 2021, el déficit total respecto del PBI fue de 4,58%.
La referencia a la UE deja más expuesta a la vicepresidenta. Lo explica un exfuncionario del Poder Ejecutivo con conocimiento preciso de la macro global. Cuando se firmó el Tratado de Maastricht y se fijó ese techo fiscal, el 3% de PBI de déficit total, en términos argentinos, déficit primario más intereses, es decir, déficit financiero, el cálculo fijó como límites un 1,5% para el déficit primario y el otro 1,5% para los intereses que, en el caso de algunos países podía llegar a 2 puntos del PBI. La Argentina de Cristina Kirchner desafía ambos techos. En 2021, solamente el déficit primario tocó el techo del 3%. Con los intereses de la deuda, el déficit total fue de 4,5%. En esa Argentina deficitaria, Fernández de Kichner sigue insistiendo con un aumento aún mayor de déficit.
Está claro que el objetivo es electoral y el aumento del déficit es el arma que la vicepresidenta conoce. Lo curioso es que insiste con la receta a pesar de que no ha tenido tanto resultados. El Plan Platita de 2021 condujo a la derrota. El kirchnerismo más duro achaca la responsabilidad a la demora en implementarlo, por un lado, pero sobre todo, a dos decisiones del Presidente y su entonces ministro de Economía: no entregar un cuarto IFE y subir tarifas primero un 7% y luego un 9% justo en año electoral.
La confesión de Fernández de Kirchner en Sinceramente muestra otro fracaso de esa herramienta. Decía la expresidenta: “La razón del crecimiento de un punto del déficit durante el año 2015 no sólo fue porque el año anterior había sido un mal año para la economía sino también porque en vista de las elecciones presidenciales decidí incrementar el gasto. Una pequeña digresión: me causa mucha gracia los que dicen que no hice ningún esfuerzo para que Scioli ganara elecciones… ¡Aumenté en un punto del PBI el déficit fiscal para inyectar recursos a la economía!”. Scioli perdió esa elección.
Gestión y elección son una sola cosa para el kirchnerismo. En esa mirada del poder, no hay costo político que haya que pagar, un ajuste necesario para frenar la inflación, por ejemplo, en pos de un camino sostenible a mediano o largo plazo. El único camino es el de corto plazo, hasta el próximo escenario electoral.
El caso del formulario para cumplir con la segmentación de los subsidios sintetiza la teoría del poder cristinista. El poder se ejerce en el prosaísmo del organigrama del Estado y sus formularios. Ahí se habilita o se traba todo. Por eso el kirchnerismo ocupa “las cajas”. Por eso renuncia el ministro de Economía y todos sus secretarios excepto el secretario y los subsecretarios del área de Energía. En el Estado kirchnerista, no renuncia nadie. Se puede amenazar con renuncias pero no concretarlas.
La cuestión es cómo usar el organigrama para política expansiva en año electoral, sea la moratoria previsional, los subsidios a la energía o el ingreso universal. La Secretaría de Economía Social de Emilio Pérsico, el “tercerizador”, es otro de los puertos a conquistar.
El discurso de Ensenada es un hito en la narrativa kirchnerista. Una muestra potente de cómo se concibe la toma del poder dentro del poder. La renuncia de Guzmán ese mismo día es una muestra del éxito de esa visión. También de su límite.
En la teoría de poder que expuso Cristina Kirchner no hay poder sin poder estatal: sin hacer rebalsar el organigrama del Estado y sin hacer uso de la mentada lapicera. El poder del burócrata elevado a instrumento del poder electoral y faccioso. El poder autonomizado de la vida de la gente es un manotazo de ahogado para sobrevivir en una interna. No garantiza por el momento sobrevida política verdadera, la de la representación popular. El modo en que se achica la base electoral del peronismo es un dato contundente. En esa concepción política, el horizonte no es la salida de la crisis, queda claro, sino conservar el poder aunque sea creando nuevas crisis.
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