La etiqueta de la derecha y el desarrollismo
Y finalmente, Mauricio Macri reemplazará a Cristina Fernández de Kirchner en el sillón de Rivadavia y Gabriela Michetti ocupará el sitio de Amado Boudou en la vicepresidencia. Contra la opinión de muchos entendidos -y hasta contra lo que suponían sus propios votantes- Pro hizo el milagro: derrotar en las urnas al Frente para la Victoria (FPV), en un ballottage de características inéditas en nuestra historia electoral.
Los expertos observan con asombro el desempeño de esta agrupación casi recién llegada a la política.
Unos suponen que constituye el sueño que la derecha argentina no pudo hacer realidad en el curso del siglo XX. Otros que se trata de la fórmula remozada del desarrollismo.
En efecto, un sector de Pro enfatiza la admiración de Macri por la presidencia de Arturo Frondizi (1958-1962) y promete que los temas económicos y políticos se discutirán con una visión moderna que buscará la inserción de la Argentina en el mundo, sin neoliberalismo ni populismo y en el goce pleno de los derechos y de la libertad.
No obstante, visto el cúmulo de prejuicios que encierra cada término en el imaginario de los argentinos, es bueno dejar al nuevo partido que ha alcanzado la presidencia de la Nación libre por ahora de etiquetas, así como del peso del pasado.
Con la elección de ayer, se cierra el ciclo abierto por la crisis de 2001-2002, que llevó a la mitad de la población a situación de pobreza. Dicha crisis se constituyó en la plataforma sobre la que las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner asentaron su autoridad, legítima al comienzo, desmesurada después.
Néstor y Cristina echaron mano del peronismo tradicional y de los nuevos movimientos sociales para construir una "máquina" electoral, el FPV, con un objetivo central: la conquista del poder, en nombre de los humildes. Gobernaron en plenitud durante doce años consecutivos e imaginaron que seguirían por unos cuantos más.
Del otro lado del espectro político, la oposición tuvo pocas cartas disponibles: los radicales, y los desprendimientos del histórico partido, Elisa Carrió, Ricardo López Murphy, Margarita Stolbizer, ante la reiterada imagen del fracaso de la Alianza no lograban levantar cabeza. Un discurso ético, apuntado a la defensa de las instituciones o a las reformas estructurales de fondo, dejaba indiferentes a las mayorías.
En este escenario irrumpió Pro, en 2007, en el privilegiado espacio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, luego de algunos ensayos malogrados y de descartar el "entrismo" en el peronismo que algunos recomendaban.
La decisión de marchar solos, sumando en forma individual a figuras provenientes de otros partidos, se mantuvo hasta la reciente campaña. Si bien Cambiemos incluyó a la UCR, necesaria al armado nacional de la fórmula, no sumó al peronismo de Sergio Massa, con peso electoral en la provincia de Buenos Aires, porque sus objetivos difícilmente coincidirían en un eventual futuro gobierno.
El cierre de la campaña electoral en Humahuaca confirmó que se había constituido en una salida política nacional. En su discurso, el candidato apeló al futuro, un futuro impreciso, descafeinado tal vez, pero seductor. Su tono distendido, optimista, sin rencores, contrastó con el rostro endurecido y el gesto amargo de su rival, el candidato oficialista, en el acto que tuvo lugar en el bastión peronista del conurbano bonaerense. Su discurso, en el que advirtió contra los demonios del capitalismo salvaje, no convenció.
Todo esto hoy ya es historia. En la elección de prioridades, en la estrategia a desplegar para compensar sus debilidades (el Senado y varias provincias), en su relación con la Justicia, en la toma de decisiones respecto a los problemas estructurales y de coyuntura, y más que nada en la seriedad y compromiso con el bien común, se dibujará, paso a paso, el rostro del nuevo gobierno.
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