La ESMA, entre la banalidad y el asombro
Lo que fuera en otro tiempo la sede de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA ) es un lugar que convoca a la memoria y también al espanto. Allí pasaron días aciagos miles de secuestrados por la dictadura que llevó al poder a Jorge Rafael Videla. Algunos pocos regresaron a la vida tras haber sido salvajemente torturados. Sabemos que muchos fueron asesinados en ese lugar y la mayoría jamás volvieron a ser vistos y continúan en condición de desaparecidos. Algunas mujeres dieron allí a luz niños y niñas que después fueron apropiados y que durante años buscaron y, en muchos casos, aún buscan sus familias, para restituirles su identidad.
La ESMA, para cualquier argentino de bien, no es un lugar destinado al esparcimiento. No es imaginable que se pueda brindar y comer allí donde se evoca la tortura, la desaparición y la muerte. Este predio se mantiene en pie con el objetivo de vigorizar la memoria, para que cada persona recuerde nuestra historia, o lo que es lo mismo, para luchar contra el olvido.
En otras latitudes del mundo, sociedades que también fueron víctimas del horror, han preservado esos espacios para garantizar el recuerdo, que es una forma de lucha para evitar que las historias cruentas se repitan. Por eso en Polonia se preserva Auschwitz, el trágico campo de concentración en el que millones de judíos encontraron la muerte a manos de los nazis.
Néstor Kirchner dispuso durante su gobierno dos principales medidas tendientes a lograr la preservación de la memoria frente al horror vivido durante la dictadura militar. La primera de ellas fue quitar del predio de la ESMA todos los edificios en donde funcionaban hasta entonces institutos de enseñanza de la Armada y convertir el lugar en un espacio destinado a la reflexión y a la memoria colectivas. La segunda, fue declarar al 24 de marzo feriado nacional, buscando que ese día fuera un día de recogimiento. Por eso no quería que la fecha pudiera ser "feriado móvil" para evitar su uso con propósitos turísticos.
Para Cristina Fernández las cosas parecen ser diferentes. Más allá de sus discursos, sus conductas contradicen en mucho aquellos propósitos que impulsaron a Kirchner a actuar del modo que lo hizo. Cuando concluía el año 2010 la Presidenta dictó un decreto de necesidad y urgencia estableciendo la posibilidad de fijar "feriados puente" que permitieran alargar los fines de semana para promover el turismo. Utilizando esta normativa, en el año 2011 posibilitó que un "feriado puente" convirtiera en fin de semana largo de cuatro días la recordación del 24 de marzo, convirtiéndolo en esa oportunidad en fecha de esparcimiento colectivo y feriado turístico.
Ahora la Presidenta parece querer ir más allá aún. Pretende naturalizar que en donde funcionó el símbolo de la dictadura más cruenta que hemos vivido, se celebren asados y brindis de fin de año. Estima razonable que el ministro que tiene bajo su órbita la defensa de los derechos humanos haga reuniones de camaradería en donde miles de argentinos padecieron la tortura o encontraron la muerte.
Me cuesta imaginar a un funcionario alemán realizando tertulias en el mismo lugar donde se masacraban judíos. Me cuesta tanto como imaginar a funcionarios del gobierno español despedir el año con sus amigos en el Valle de los Caídos. Es obvio que los lugares donde deambula el dolor que conmueve las conciencias no son propicios para las celebraciones festivas. Sólo son propicios para la memoria colectiva intergeneracional.
En modo alguno puede aceptarse que lo que se ha hecho en materia de defensa de los derechos humanos y castigo a los genocidas desde el año 2003, cuyo mérito principal en las más trascendentes decisiones corresponde al ex presidente Néstor Kirchner, se utilice ahora por la Presidenta como una suerte de bill de indemnidad para justificar lo injustificable y explicar lo inexplicable.
Tal vez no advierta que al justificar y banalizar un acto torpe e irrespetuoso de un funcionario al que debió llamar públicamente la atención por su inconducta nos hace retroceder en un camino que hasta ahora había sido inclaudicable, que es la construcción simbólica de la memoria colectiva que albergan las paredes de la ESMA.
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