La era del posmacrismo y el poscristinismo ya empezó
De eso no se habla (en voz alta). Muchas veces ni siquiera se explicita. Pero en medio de todas las diferencias que separan al macrismo del perokirchnerismo, hay una coincidencia de fondo que los atraviesa: en ambos polos empieza a pensarse, a pergeñarse y a operar el "pos". El posmacrismo y el poscristinismo ya se dan por hechos, aunque pueda parecer apresurado. Concretar la victoria arrasadora de Alberto Fernández y evitar una derrota demoledora de Mauricio Macri retardan cualquier debate abierto respecto de ese futuro que parece inevitable puertas adentro de cada espacio.
Eso no impide que se hagan previsiones y hasta se adopten acciones que impactan en las tácticas electorales. La campaña en busca de mejorar la performance de las PASO solo obliga a todos a disimular.
El muy probable triunfo de uno y la defección pronosticada del otro abrirán una nueva etapa. En el macrismo se daría por la fuerza de los hechos irreversibles e indeseados de un traspié, pero será inevitable también aun en el caso del milagro en el que creen los místicos seguidores de San Jaime y San Marcos. Los errores, los traspiés y los costos de la gestión del actual gobierno de Macri solo siguen sin ser facturados por sus socios por la necesidad de llegar, al menos, dignamente al fin del mandato y preservar algo del poder territorial.
En el PJ, en tanto, las corrientes de cambio ya empezaron a percibirse de manera subcutánea por voluntad (y expresión de deseos) de sus principales actores y por el futuro de poder que se les abre.
Aunque es demasiado pronto para augurarlo también, ya son muchos los que hablan del principio del fin de la grieta. Al menos como la conocimos. Los vasos comunicantes entre ambos espacios por debajo de Macri y de Cristina Kirchner son demasiados y hay un tránsito fluido desde las primeras horas de zozobra que sucedieron al 11 de agosto.
Tal vez podrán abrirse otras grietas o fragmentaciones a partir de nuevos clivajes. Incluso se auguran divisiones dentro de cada espacio, fruto de nuevas correlaciones de fuerzas y construcciones de poder a futuro, especialmente de cara a los comicios de 2021. Pero eso será una etapa ulterior, aunque ya se vayan delineando sus contornos.
La conformación del mapa político posmacrista y poscristinista mucho dependerá de la magnitud de los resultados de octubre, no solo en el nivel presidencial. Algunos cambios en gobiernos subnacionales podrían tener consecuencias propias de movimientos tectónicos.
Para el macrismo, la preservación del dominio porteño es clave para saber si los integrantes de la coalición hoy oficialista seguirán juntos o si terminarán separados por el cambio (de gobierno).
Horacio Rodríguez Larreta ha lanzado a su equipo a la calle con la voracidad de un predador para cazar todos los votos que le permitan ganar en primera vuelta. No hay centímetro de la ciudad donde no se esté revisando lo hecho y reforzando la presencia. Y, si es necesario, marcando diferencias con el gobierno nacional. Se advierte, puede haber escenas de posmacrismo explícito.
En las áreas donde perdió Cambiemos, los esfuerzos se han redoblado, especialmente en las zonas de menos recursos donde se hicieron obras que nunca se habían emprendido. La satisfacción de necesidades es un arte en el ejercicio del poder que, a veces, le es esquivo hasta al más consagrado. Diego Santilli camina el sur de la ciudad con la disciplina y la resistencia de un marchista olímpico, convencido de que hay muchos votos por recuperar allí donde la inversión no tuvo repago en votos.
La historia política contemporánea ha demostrado que las fuerzas políticas sin territorio no sobreviven sin ser cooptadas o sin estar obligadas a aceptar el rol de socios minoritarios de otras empresas. Sergio Massa puede dar fe. Por eso a todo Cambiemos le preocupa tanto que Rodríguez Larreta sea reelegido.
De confirmarse las derrotas en la Nación y en territorio bonaerense, la Capital vendría a ser para el macrismo de 2019 a 2023 lo que fue La Matanza para el kirchnerismo de 2015 a 2019: el bastión de la resistencia y el trampolín para intentar una recuperación. Todo eso se juega.
El otro distrito que Cambiemos necesita conservar es Mendoza y para ello hacen todo lo necesario, especialmente diferenciarse hasta en el nombre del gobierno de Macri. Si cambia de manos el territorio del actual gobernador y presidente de la UCR, Alfredo Cornejo, no solo significará la primera gobernación para La Cámpora, que postula a Anabel Fernández Sagasti. Será también la apertura de una deriva casi incontrolable para la coalición oficialista en el plano nacional.
De perder Rodolfo Suárez, delfín de Cornejo, el radical con más poder y proyección pasaría a ser Gerardo Morales, gobernador de una provincia demasiado frágil que no tendría más remedio que rendirse ante un gobierno nacional de signo adverso. Jujuy ha sido para Macri como La Rioja para Menem y Santa Cruz para los Kirchner, no por origen, sino por costosa en términos de recursos destinados y votos aportados. La preservación de los símbolos puede salir carísima.
El resultado de Mendoza también podría alterar los equilibrios internos del peronismo si triunfara Fernández Sagasti. Un regalo casi impensado para Cristina y un motivo de desvelo para Alberto Fernández y las otras dos patas del trípode en el que el candidato a presidente asienta su proyecto: el massismo y los gobernadores peronistas.
Numero mágico
Hasta los mínimos detalles cuentan. Por eso, en el peronismo ya se habla (en voz muy baja) de un número mágico: +54. No se trata del prefijo para comunicarse con teléfonos argentinos desde el exterior. Es el porcentaje de votos que los no cristinistas aspiran para Alberto Fernández. No solo superaría el techo del 38% que le costaba romper a Cristina desde 2013 o el 48,5% de votos que logró Daniel Scioli en la segunda vuelta. Por sobre todas las cosas, dejaría en el pasado el abrumador apoyo obtenido por Cristina en 2011. Pero eso no se dice, puede resultar una herejía costosa.
Alcanzar aquel número implicaría el nacimiento del albertismo por derecho propio. Precavidos, los hombres de Fernández no hablan de eso con extraños y hasta lo niegan, aunque sin mucho empeño (síntesis de prudencia y jactancia).
Los albertistas, sus aliados massistas, los gobernadores peronistas y los intendentes del conurbano dicen y se dicen a sí mismos que Cristina Kirchner empezó a retirarse. Por convicción y por conveniencia electoral. Pero registran y nunca pierden de vista que ella ya ha dejado la herencia en La Cámpora y en un albacea que se llama Máximo.
Si no ocurre ningún fenómeno cuasi sobrenatural, la provincia de Buenos Aires será el espacio donde los herederos llegarán por primera vez al poder para gobernar por ellos mismos. Allí ya empezaron los sondeos y las sospechas para contornear el nuevo mapa de poder.
La liga de intendentes ya no es lo que era y los dirigentes con más peso propio y mejor registro de gestión están en pleno reperfilamiento. Massa tiene nuevos amigos en el entorno camporista, que sus excolegas comunales y excompañeros de ruta miran con recelo.
En ese contexto, Axel Kicillof, casi seguro sucesor de María Eugenia Vidal, administra con la tranquilidad de un director técnico puntero del campeonato las señales sobre la posible formación de su equipo y la distribución de las cuotas de poder en su gobierno. Nadie tiene nada asegurado. Tampoco fuera del peronismo, más allá de los esfuerzos del candidato a gobernador por resultar confiable para muchos sectores que padecieron su gestión como ministro de Economía.
Alberto Fernández se mueve de manera similar. Su eventual gabinete es una incógnita para todos. Las acotadas dimensiones de su equipo de confianza y la relativa entidad de la mayoría de sus integrantes contrastan con el peso propio que tienen quienes lo llevaron a las puertas de la presidencia, lo que lo obliga a manejarse con arte de ilusionista para no desairar a nadie y para no quedar preso de poderes ajenos. Dicen en sus adyacencias que, por eso, no dará cuotas en su gabinete por espacio, sino que incluirá figuras de las fuerzas principales del Frente de Todos, pero que le respondan a él y no dependan de sus lugares de pertenencia. Malabarismo en estado puro.
El flamante inicio de la campaña, que empezó formalmente ayer, ya muestra cómo se están moviendo las piezas con la nueva situación y con miras al futuro más probable.
Macri demorará su aparición en el rol excluyente de candidato. Todavía no ha conseguido estabilizar (ni mucho menos) el piso sobre el que se para como presidente. Evidencia inocultable de que su época de dueño indiscutido del espacio ya pasó y que mucho depende de otros actores que hasta acá solo habían sido ejecutivos jerarquizados de su empresa.
Su contracara, Cristina Kirchner, mantendrá y reforzará su papel de autora best seller disfrutando de las presentaciones ante el público cautivo.
Señales iniciales e indudables de que el poscmacrismo y el poscristinismo están entre nosotros.
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