La economía kirchnerista y la máquina de construir Báez y rehenes
Los problemas urgentes que enfrenta la economía argentina no son un accidente, sino la consecuencia de una concepción de la política por parte del kirchnerismo que lleva necesariamente al toqueteo sistemático de las variables macroeconómicas en beneficio propio
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Entre los modus operandi del kirchnerismo, la construcción de enemigos está entre los más señalados. Pero detrás de ese mecanismo se viene desplegando uno más profundo: la manipulación de la macroeconomía con intencionalidad política de consolidar una sociedad de rehenes a ser salvados, por un lado y por el otro, una sociedad hecha de unos pocos Báez. La falta de racionalidad de la macro kirchnerista es funcional a ese objetivo: una suerte de máquina de construir empresarios a cargo de privatizar el Estado en beneficio de la política y una ciudadanía dependiente.
En la Argentina en la que se reclaman políticas de Estado sostenidas y estructurales, si hay algo parecido a una política de Estado que viene siendo exitosa y efectiva desde la llegada del kirchnerismo al poder es precisamente esa: la distorsión de la macro. Los ejemplos se amontonan. Allí está el modus funcionamiento oscurísimo a la hora de asignar el gasto público que ayer quedó expuesto como nunca en el cierre del alegato del fiscal Diego Luciani en la causa Vialidad. El carácter estructural de la “asociación ilícita” que denuncian los fiscales alienta implícitamente recuerdos de otro “plan sistemático”, el llevado adelante durante la dictadura violando todos los derechos. Y la conclusión de Luciani respecto de los delitos que se les imputan a la vicepresidenta y a otras figuras del poder kirchnerista refuerza esas conexiones: la corrupción política que toma control de una variable clave de la macro, -la forma en que se realiza el gasto público, los desvíos hacia la corrupción- resultan otro modo de violación de derechos humanos. “La gran corrupción afecta los derechos humanos”, sostuvo Luciani. Especialmente, los de los más desfavorecidos, subrayó.
Como si se registrara una continuidad de cierto orden desde la disrupción de la macro institucional y vital que implicaban los golpes de Estado hasta la manipulación delictiva de alguna de las variables de la macroeconomía. El déficit fiscal, derivado de la corrupción, como el pecado institucional del kirchnerismo en el poder. Su crimen de lesa humanidad.
Desde la corrupción en la obra pública y su impacto en el déficit fiscal a los efectos políticos del toqueteo de la macro con el tipo de cambio bajo control estatal, el control de precios, el control de importaciones, las retenciones que castigan a algunos sectores y no a otros hasta los subsidios a la energía, los regímenes especiales, una economía a medida de la consolidación del poder kirchnerista.
El kirchnerismo está en guerra contra la macro. Es una guerra en favor de la discrecionalidad y en contra de la libertad. Disponer de la información sobre precios reales, costos y gastos de la economía libre de manipulaciones otorga libertad y, al mismo tiempo, responsabilidad como consumidores. También como ciudadanos y votantes. Cualquier manipulación de la macro sojuzga. Crea dependencia política. Oscurece el panorama vital. No permite tomar decisiones racionales. Confunde a la sociedad, que cree que es gratis lo que es caro, como la energía. O que se cree en deuda con una dirigencia política que mueve los hilos de la macro para construir dependencia de parte de sus votantes: los subsidios a la energía, otra vez, o los planes sociales discrecionales son un buen ejemplo. O el empeño de Sergio Massa, cuando estaba al frente de la Cámara de Diputados, en convertirse en el abanderado de la actualización del piso para el impuesto a las ganancias, evitando el camino de la actualización automática y reforzando su carácter de beneficio, e incluso, de favor político otorgado por el oficialismo en el poder para toda la ciudadanía.
El dólar a medida de cada sector va por la misma línea. Consolida el alcance de la discrecionalidad del Gobierno e impacta en el funcionamiento libre de la microeconomía: el empresariado grande o chico obligado a marchar en fila ante el funcionario de turno para conseguir alguna puerta de salida para sus exportaciones o de entrada para los insumos importados necesarios. El arquetipo de esa discrecionalidad infligida a la macro fue Guillermo Moreno en la Secretaría de Comercio en el apogeo kirchnerista, pero el presente también trae datos en un sentido parecido: el ministro de Economía, Sergio Massa, y su secretario de Comercio, Matías Tombolini, con una agenda repleta de reuniones por sector de la economía para negociar excepciones, beneficios, salvoconductos productivos. Cuando la macro no se despliega según su propia racionalidad libre de las presiones del poder y al ritmo de oferta y demanda, costos reales y precios locales e internacionales, se convierte en un toma y daca. El que controla la macro de manera artificial, en cambio, tiene el poder y los beneficios y el poder de beneficiar o de vigilar y castigar.
La inflación de julio volvió a poner sobre la mesa otro caso de distorsión de la macro que empodera a unos y perjudica a otros. Se trata de su efecto en un sector puntual: el sector indumentaria, con cifras récord de inflación. El economista jefe de la consultora Invecq, Matías Surt, viene mostrando datos claros. Los precios de la indumentaria, que estaban decididamente bajando hacia diciembre de 2019, empiezan a subir sostenidamente desde el cambio de gobierno, con el regreso del kirchnerismo al poder, y todavía siguen en alza: la inflación interanual de indumentaria es del 100%, mientras que la de alimentos es del 70%. Ese comportamiento al alza no se explica por la suba de commodities internacionales: en 40 países con los que se compara a la Argentina, los precios del sector indumentaria están bajando a pesar de la guerra y de la pandemia. Tampoco hubo cambios laborales o impositivos que hayan afectado particularmente al sector indumentaria en la Argentina.
Para Surt y otros de sus colegas, la discrecionalidad de la política del Gobierno, que redujo arbitrariamente las importaciones de indumentaria en un 30%, afecta a esos precios, con perjuicio para los consumidores. La discrecionalidad política, con traspaso de ingresos a un sector puntual, por detrás de una distorsión de la macro.
En el tema energía y subsidios, hay economistas que están planteando otro paradigma, distintos a los que hasta ahora explicaban la cuestión. El nuevo paradigma plantea las consecuencias distorsivas de cualquier toqueteo de precios relativos. Bajar artificialmente, vía subsidios a las empresas, las tarifas de la energía impacta en el sistema de precios como sistema de información, incluso en el caso de los sectores más pobres, que pierden de vista su costo real y dejan de pensar en la necesidad de cuidar el consumo de energía. El paradigma se sintetiza en una frase: la macro no se toca. Es decir, llega el fin de la legitimación del toqueteo de precios relativos como política social para los más pobres.
El planteo reconoce la necesidad de sostener a esos sectores, pero postula a las asignaciones directas de dinero al estilo AUH como más útiles y más cuidadosas de la macro. Todo un cambio conceptual. Con una consecuencia interesantísima: preserva el acceso a la energía como un derecho, pero deja expuesto el costo real de ese derecho. Al mismo tiempo, repone el marco de la libertad con responsabilidad, en ese caso, en el uso de la energía. Es el fin de un paternalismo de Estado que infantiliza a los más necesitados, les quita información y los convierte en deudores de un favor estatal. El fin de la fantasía de que el kirchnerismo toquetea la macro para proteger al pueblo.
Ese mecanismo de control de las variables de la macroeconomía discrecional y sesgado que el kirchnerismo ha convertido en paradigma demanda una retórica. La construcción del kirchnerismo salvador por un lado y, del lado de enfrente, los culpables, los enemigos de los que tienen que ser salvados. En el medio, la sociedad, rehén. Por eso cada medida que lanza el Gobierno plantea un enemigo: el Kavanagh fue el último hallazgo. Si hay un enemigo expoliador como los ricos del Kavanagh es necesario que el pueblo sea protegido y liberado. Cuando la urgencia de la coyuntura obliga a virar a algo más parecido a una macro racional, en la que las variables no dependen de decisiones interesadas de un funcionario, el Gobierno necesita un nuevo enemigo: es el momento en que su poder de manipular la macro queda reducido; es el momento de trasladar la responsabilidad a otro.
En esa narrativa oficial, a los Báez se los margina al silencio conveniente: el presidente Alberto Fernández niega haber conocido al empresario santacruceño mientras la vicepresidenta minimiza esa relación.
Aunque en principio lo parece, no se trata en realidad de un error de conceptos macroeconómicos el que termina en esta crisis argentina, sino de una matriz de construcción de poder que se aprovecha también del mundo de la macroeconomía. Es decir, los problemas urgentes que enfrenta la economía argentina no son un accidente, sino la consecuencia de una concepción de la política por parte del kirchnerismo que lleva necesariamente al toqueteo sistemático de las variables macroeconómicas en beneficio propio. Es la guerra contra un funcionamiento de las variables de la economía racional, es decir, libre de la discrecionalidad del poder político y sus funcionarios y empresarios a medida, para, precisamente, restar libertad de acción a la sociedad.
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