La economía altera los axiomas de la contienda electoral
La persistencia de la crisis económica está impactando sobre la disputa electoral. Los estudios de opinión exponen una novedad que modifica las estrategias de los actores principales. El axioma según el cual Cristina Kirchner jamás superaría un ballottage se está relativizando. En los comandos de campaña se incorpora esta innovación. Aunque la hipótesis más verosímil sigue siendo la reelección de Macri, la probabilidad de que la expresidenta regrese al poder no es igual a cero.
Además, la imagen del propio Macri sufre un derrumbe alarmante en ciudades que lo tenían por favorito en 2015: Mar del Plata, Mendoza, Córdoba, Rosario, La Plata. Con una peculiaridad misteriosa: cae la consideración sobre su persona, pero se mantiene la intención de votarlo. Estas noticias obligan a varios cambios de conducta. En especial, en el oficialismo.
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El lunes a la noche se registró una de esas alteraciones relevantes. Fue en la comida del Cippec. Allí Macri pronunció un discurso, por varios motivos, inusual. La rareza más interesante es que apeló a la historia. En contraste con las escasísimas referencias al pasado que suele tener la retórica de Pro, el Presidente citó a Perón, Frondizi y Alfonsín. Los tres fueron retratados como líderes que intentaron desbaratar un bloqueo corporativo que les impedía el éxito económico. Los tres fueron retratados, entonces, como precursores del que los evocaba.
Esta presentación fue la aceptación tardía de un consejo: el de los que exhortaban al Gobierno a poner en evidencia, cuando llegó al poder, las miserias de la herencia recibida. Macri fue más inteligente que esos consejeros. Explicó que su tarea no es desandar el camino de una década. El nudo que debe desatar es secular. Aportó cifras. En 77 de los últimos 100 años hubo déficit fiscal. En los últimos 80, la inflación promedio fue, excluyendo los períodos de híper, de 62,6 por ciento. En uno de cada tres años hubo recesión. Se produjeron ocho defaults. El último fue el mayor en la historia humana.
Al enumerar esas calamidades Macri buscó indultarse a sí mismo. A medida que las metas se vuelven más esquivas, conviene exagerar la dimensión de los obstáculos. Aunque tal vez el Presidente no se dio cuenta de que su inventario denunciaba, por lo atroz, la superficialidad con la que él se propuso, una y otra vez, derrotar a la inflación en un semestre. Dicho de otro modo: la comparación con la historia desnudó por enésima vez una propensión al optimismo, cuya consecuencia más inmediata es que las terapias recién se aplican cuando las enfermedades avanzaron demasiado.
Demostrada la cronicidad de las patologías, Macri recordó la inutilidad de los remedios. Habló de tipos de cambio fijos, atrasos de tarifas y cepos cambiarios. Y mencionó los controles de precios de José Gelbard, Ricardo Mazzorín y Guillermo Moreno. Evitó mencionar que el responsable de esa política comercial bajo Gelbard fue Roberto Lavagna. Un gesto de piedad. O de ignorancia. El Presidente condenó esas recetas. Y acertó. Señaló que el pasado carece de respuestas para el futuro. Y volvió a acertar. La sorpresa, sin embargo, estuvo en su audacia. Porque su administración no se está alejando de esas falsas soluciones, sino que está regresando a ellas. Día a día Macri intenta ampliar su intervención, sea sobre el mercado de alimentos, sea sobre el mercado cambiario.
Ante los comensales del Cippec no se salvaron esas contradicciones. Macri ratificó su objetivo: eliminar la madeja de regulaciones que ha asfixiado hasta el suicidio a la economía argentina. Citó, por ejemplo, la extinción de la flota fluvial. O la trofia del mercado aeronáutico, en el que la oferta de vuelos por habitante es un tercio de la chilena.
Sin embargo, el caso más llamativo al que apeló para pintar esta Argentina prebendaria es el de la economía de Tierra del Fuego. Comparó la incapacidad de desarrollar un negocio natural, como el de proveer una base logística a la Antártida, con los subsidios siderales que se vuelcan sobre una industria electrónica dedicada no a fabricar, sino a armar celulares. El lamento es inesperado. Primero, porque uno de los dos máximos beneficiarios de esa aberrante promoción impositiva es su "hermano de la vida", Nicolás Caputo. El otro es el importador Rubén Cherñajovsky, principal fundraiser de Daniel Scioli. Segundo, porque la actual administración hizo poquísimo por corregir esa desviación. Al contrario, está a punto de agravarla, reponiendo los subsidios a la explotación de gas para que Caputo pueda montar cerca de Ushuaia una planta petroquímica.
Aunque la mayor incongruencia la aportó la gobernadora Rosana Bertone. Repudió la crítica al montaje de teléfonos "nacionales" con un tuit emitido desde un iPhone.
Más allá de perplejidades y disociaciones, Macri insistió, en su interesante discurso del Cippec, en la urgencia por abandonar una tradición que generó volúmenes dolorosísimos de pobreza y, al mismo tiempo, fortunas ofensivas sustentadas en decretos del Estado.
La exposición se alineó con su objetivo electoral: él prefiere, hasta fines de julio, dirigirse a su feligresía más incondicional. Su premisa es que la polarización que se registra en el país no es el resultado de una manipulación política, sino de un duelo ideológico que se libra en el seno de la sociedad. Una flamante encuesta de Poliarquía y del Wilson Center de Washington demuestra ese conflicto en la visión de la integración internacional, los efectos de la globalización, los beneficios o desventajas de la apertura comercial, etcétera.
La expectativa de una mejoría económica es controvertida. El escenario que los principales dirigentes del oficialismo esperaban para fines de febrero era el de una reanimación en el nivel de actividad, una inflación descendente y un dólar previsible. En Hacienda defienden que solo el primer logro se ha alcanzado. Si bien los índices interanuales siguen dando negativos, allí se ufanan de una tímida recuperación, mes a mes, en el Estimador de Actividad Económica, el Índice de Producción Industrial, el registro de empleo privado y las ventas en grandes centros comerciales.
El problema es que la inflación sigue siendo muy alta. Aquellos líderes de Cambiemos que hace seis meses esperaban que bajara ahora se conforman con que no se acelere. Les alcanza con que, impulsado por la suba de los precios y el temor a un reflujo kirchnerista, no se dispare el dólar.
Estos temores inducen nuevos cambios de conducta. Marcos Peña, que, en sintonía con Jaime Durán Barba, se cansó de impugnar la presunta representatividad del establishment, dedica ahora buena parte de su tiempo a tratar de influir en las expectativas del denominado, con desdén a menudo muy justificado, "círculo rojo".
Ya se reunió con las cámaras de banqueros, industriales, dueños de grandes compañías y constructores. Visitó a obispos católicos y pastores evangélicos. No se sabe si conseguirá corregir la imagen del futuro de esos dirigentes. Pero tal vez logre atenuar la antipatía que sentían hacia él.
Así como Macri empezó a explicar la herencia y Peña a interesarse por lo que piensan las elites, la Casa Rosada amplió, por enésima vez, la mesa de decisión política. Volvió Horacio Rodríguez Larreta. Y, sobre todo, volvió María Eugenia Vidal. La gobernadora es la principal víctima de las desdichas de Cambiemos. Dirige el distrito donde la recesión es más corrosiva, algo que la tiene impresionada: "Por primera vez en mi carrera política escucho que me piden algo de comer", se desahogó frente a un colaborador. Además, ella compite en un distrito en el que Cristina Kirchner es tan exitosa que podría, por arrastre, consagrar un gobernador. ¿Axel Kicillof al sillón de Dardo Rocha? Como en 2015, Vidal necesita una oleada de cortes de boleta en su favor. Entre 8% y 10%, que es la diferencia que tiene sobre Macri.
La negociación con los radicales es otro signo de modificación en el comportamiento. Ellos deben celebrar su convención para ratificar o romper la alianza con Pro. Lo harán después del 12 de mayo, día de las elecciones de Córdoba, donde van divididos como consecuencia de una intervención de la Casa Rosada, impulsada por Larreta y por Elisa Carrió. Esa decisión parece más desacertada con el paso de los días. No solo porque Cambiemos se quebró, sino también porque el candidato preferido del Gobierno, Mario Negri, ya no saca ventaja en las encuestas sobre el intendente Ramón Mestre, al que se pretendía invalidar.
Es casi imposible que Juan Schiaretti no se reelija. En cambio, está en duda si la UCR conservará la capital. En un sondeo de la consultora local Opiniones y Tendencias, Rodrigo De Loredo, el candidato a suceder a su aliado Mestre en la capital, registra 19% de intención de voto, contra 30% del peronista Martín Llaryora. Pero De Loredo tiene una fortaleza: el voto del PJ está muy fraccionado.
Y el candidato de Negri, Luis Juez, se identifica más con el electorado peronista que con el radical. Balance provisorio: De Loredo puede todavía evitar, con un triunfo ajustado en la Municipalidad de Córdoba, que los radicales vayan enardecidos contra Macri a la convención de su partido.
También frente a este riesgo hay un cambio de sensibilidad en el Gobierno. Como informó Santiago Dapelo en LA NACION, Macri almorzó el viernes pasado con Martín Lousteau. También mantuvo con él una larga conversación telefónica, en la misma semana. ¿De qué hablaron? Economía, política, situación internacional, todo. ¿Macri está estudiando a Lousteau como eventual vicepresidente? Alguien cercano al Presidente responde: "De eso no se habló. Pero no lo descartaría por completo. Y hace tres semanas sí lo descartaba". Hay un dato objetivo. A Macri siempre le encantó el estilo de Lousteau, sobre todo su capacidad para explicar cuestiones complejas en la prensa. Hace por lo menos tres meses que uno de sus excompañeros en el Newman hace apuestas a favor de esa elección.
El regreso de Vidal, Larreta y los radicales a la consola de las decisiones electorales tiene un efecto directo sobre la economía. Ellos, en especial Vidal, comenzarán a reclamar una flexibilización del acuerdo con el Fondo. Ya se lanzaron a la política de precios: Gelbard, Mazzorín, Moreno... ahora, Sica. Una segunda frontera es la monetaria. Un economista sagaz, que fue funcionario del Gobierno, sostiene: "Con una inflación alta, derivada de los costos y la incertidumbre cambiaria, lo único que se consigue con esta receta monetaria es agravar la recesión".
Sin embargo, la verdadera discusión con el Fondo es cambiaria. Las autoridades aspiran a que Christine Lagarde y David Lipton, que son las instancias decisivas del acuerdo, admitan bajar toda la zona de no intervención. Supondría, de hecho, achicarla. Porque, dado que es difícil que el peso se aprecie, el piso real sería la cotización cotidiana del dólar, con una distancia más pequeña con el techo.
Entre los economistas oficialistas se discuten distintos modos de abordaje de esta modificación. Uno de ellos, muy gravitante en el radicalismo, sostiene: "Lagarde y Lipton deben entender que si por culpa de ellos regresa el kirchnerismo irán a defender el tipo de cambio flotante a alguna universidad. Porque su carrera en el Fondo habrá terminado antes que la de Macri".
La relación con el Fondo es el gran trauma de la disputa electoral. También mortifica a Cristina Kirchner. Ella sabe que, en caso de regresar a la Casa de Gobierno, no podrá romper ese contrato. Aquí está el problema: mantenerlo la obligaría a encarar reformas, para sus seguidores, inconcebibles: laboral, previsional, tributaria. Recuerdos de su amigo el griego Alexis Tsipras, que en 2015 ganó un referéndum rechazando un acuerdo con la Unión Europea y el Fondo, pero debió resignarse a pactar un plan de ajuste peor que el repudiado por el pueblo.
Una salida para la expresidenta podría ser que, cuando recupere la voz, vaya moderando su discurso. Pero hay un detalle que entorpece la metamorfosis: Florencia cura sus piernas en La Habana. Es la sede central del populismo bolivariano. La meca de Maduro. Tal vez convenga buscar otro hospital.
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