La economía ahora ordena y anestesia a la política
Durante el año el desorden se impuso en el sentido inverso, intencionalmente, con la ilusión de que no existieran consecuencias negativas
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En sólo una semana la economía empezó reordenar a la política, después de años en que la política desordenó la economía. Especialmente a lo largo de los últimos 14 meses en el que un ministro de Economía, como Sergio Massa, sometió hasta el descalabro absoluto casi todas las variables económico-financieras para ponerlas al servicio de una candidatura presidencial, finalmente fracasada.
El mapa quedó dividido inicialmente entre los que apoyan, los que toleran, los que están agazapados a la espera de traspiés que consideran inevitables y los (pocos) que ya se enrolaron en la resistencia a las primeras y duras decisiones de ajuste que anunció el ministro de Economía, Luis Caputo. Una mayoría de dirigentes y espacios políticos prefiere no ponerse en contra y acompañar o dejar hacer.
El cataclismo que la victoria de Javier Milei produjo de arranque en la escena política, continuó con el heterogéneo armado del Gabinete, aún inconcluso en las segundas líneas y que promete ser aún más multicolor.
Esa amplitud responde a necesidades prácticas (para poder conformarlo) y a un cálculo casi intuitivo para dotarlo de algún equilibrio y evitar que la fragilidad estructural del espacio libertario lo haga en exceso dependiente de fuerzas exógenas. Aún a riesgo de que la falta de acuerdos interpartidarios deje heridos que, ante los primeros tropiezos, pueden convertirse en adversarios y luego en enemigos.
Todo adquirió mayor densidad con los reagrupamientos que todavía siguen dándose en el seno del Congreso y tuvieron su primera expresión en el Senado con la derrota que allí sufrió el kirchnerismo en la primera sesión bajo el mando de Victoria Villarruel.
El inminente ingreso del paquete de reformas será la prueba ácida, aunque resulta todo un dato, que a pesar de la radicalidad de la orientación que ha trascendido, los opositores absolutos no muestran un volumen tan potente como podrían indicar sus antecedentes.
El fin de algunos ciclos políticos y el ocaso de fuertes liderazgos precedentes, de los que varios que hasta ayer nomás fueron subordinados ahora quieren desasirse permiten y sostienen la reconfiguración. Un rearmado que, hasta que aparezcan los resultados, es del todo provisional. La física lo dice: toda acción está sujeta a la reacción si no logra sostenerse y consolidarse en el tiempo.
Entre tanto, las que parecían palabras prohibidas, como ajuste o equilibrio fiscal, empiezan a ser pronunciadas y hasta anunciadas casi sin complejos en forma de medidas también en la esfera subnacional que no es controlada por los libertarios.
La naturalidad con la que se lo hace puede explicarse menos por el flamante cambio de Gobierno que por la realidad precedente. Esa realidad que llevó a Milei al poder y cuyas consecuencias la sociedad consideraba inevitables después de años de despilfarro y realismo mágico en el manejo de las cuentas públicas. A pesar de la autocensura que se impusieron durante demasiado tiempo muchos gobernantes y dirigentes políticos, convencidos de que lo silenciaba no se veía y no ocurriría. Después, si no sale bien, buscarán despegarse apuntando hacia la Casa Rosada,
Ajustadores somos todos
En apenas cinco días una decena de gobernadores se vistieron de acuerdo con el clima de época y anunciaron paquetes de reformas profundas severas y profundas, como reseño este domingo LA NACION.
No sorprende que la mayoría de los mandatarios provinciales que anunciaron recortes de efectos pocos gratos para muchos ciudadanos esté integrada por los que acaban de asumir y son de signo contrario a los que los precedieron. Extienden para sí el mandato que cree haber recibido Milei en ese sentido y, al mismo tiempo, toman precauciones por el efecto de las políticas que adoptará la Nación en desmedro de sus cuentas.
Sí resulta todo un dato de época que entre los neoajustadores se inscriba quien fue un soporte crucial de Cristina Kirchner, como el santiagueño Gerardo Zamora, en otra muestra de su plasticidad y pragmatismo.
Hacia adentro de los espacios y partidos políticos sobran las discusiones, las prevenciones y la dificultad para tomar partido sin provocar cismas. El temor a quedar a contramano es mayúsculo. El rompecabezas del peronismo, por ejemplo, ni siquiera empezó a bocetarse. No hay ni siquiera una figura de referencia y faltan demasiadas piezas para empezar a intentarlo, aunque el cordobesismo cree ver un horizonte favorable.
El flamante gobernador Martín Llaryora no escapa a la lógica que inspiró a algunos de sus predecesores, quienes consideraron el gobierno provincial una escala hacia la Casa Rosada. No lo oculta. Las experiencias previas, seguramente, le harán tomar precauciones. Sería razonable.
La elección de Martín Lousteau al frente del radicalismo es también un signo de la época, del ocaso de liderazgos y de la necesidad de renovación.
En apenas seis años, el economista (dato no menor) pasó de ser un extrapartidario a presidente del comité nacional de un partido que ha hecho culto del respeto a las tradiciones, del cursus honorum y de la medición de radicalismo en sangre de sus dirigentes. Hasta hace diez días el bloque de diputados que le responde ni siquiera integraba el bloque oficial de la UCR.
Poco ha quedado en pie de lo que había. Por eso, a pesar de que el radicalismo está y ha sido ubicado por el propio Milei en sus antípodas y a que, en privado, Lousteau discrepa profundamente con el pensamiento del libertario, en su discurso inaugural hizo cuidadas objeciones a las medidas anunciadas dos día antes por Caputo. Barajar y dar de nuevo indica la hora.
En Pro las cosas son apenas un poco más fáciles. La distancia con el ajuste que propone Milei es, en promedio, menor a la que sienten los radicales, más aún entre sus votantes.
Además, su reciente candidata a presidenta, Patricia Bullrich, no solo es ministra del nuevo Gobierno sino que se autoproclamó garante de la aplicación de las medidas contra cualquier resistencia.
Hasta se animó a desafiar (o provocar) a los sectores que anunciaron sus primeras protestas para este miércoles.
La posibilidad de que haya desbordes y damnificados tiene en vilo a toda la política, incluidos sectores de la propia administración de Milei, que temen algunos excesos de las fuerzas de seguridad. Entre estos, para sorpresa de muchos, hay figuras que no pueden considerarse palomas libertarias.
Es cierto que abundan los amarillos incómodos y los agnósticos, pero prefieren esperar a los resultados. Por ahora, estos celebraban este domingo la derrota de Mauricio Macri en las elecciones de Boca y tomaban nota de los primeros insultos en público que recibió Milei desde que ganó las elecciones cuando fue a votar por la fórmula que integraron Andrés Ibarra y el expresidente.
Nada es definitivo, aunque es un hecho que ese repudio es más fruto de la pasión futbolera y la interna boquense que una muestra representativa de la realidad política nacional.
Construyendo al Presidente
La aparición de Milei en las redes el viernes pasado para tratar de ofrecer un haz de luz al final del largo y tortuoso túnel que espera y se le anunció a los argentinos procuró reafirmar su vínculo sin intermediarios con la sociedad y evitar que la aspereza de los anuncios limara demasiado rápido los apoyos, mostrándolo insensible a sus consecuencia.
Aquel posteo se engarza así con la aparición que hizo este domingo en Bahía Blanca ante el comité de crisis formado para afrontar las consecuencias del devastador temporal que arrasó esa ciudad y dejó 13 muertos. Su presencia dominante allí al lado de uno de sus principales críticos, como es el gobernador bonaerense Axel Kicillof, fue percibida como una pequeña victoria.
Las dificultades iniciales en la comunicación del nuevo Gobierno, incluida las grabaciones y regrabaciones del mensaje de Caputo, procuraron ser corregidas con el el mensaje virtual del Presidente en busca de instalar una esperanza, que el ministro de Economía ni siquiera había esbozado.
Pero, sobre todo, encontraron una oportunidad de construcción de autoridad más allá del campo económico que es ámbito de competencia natural de Milei. La firma de su estratega comunicacional, consejero político, amigo personal y decodificador del humor social, Santiago Caputo, quedó expuesta con tinte indeleble.
Aún a riesgo de caer en la sobreactuación, con la vestimenta de fajina que remite (o parodia) a su admirado Volodímir Zelenski, el Presidente hizo su debut como tal en la devastada ciudad sureña, lo que significó un plus de diferenciación con las dos figuras más populares de los últimos 20 años de la política argentina. Néstor y Cristina Kirchner siempre se caracterizaron por sacarle el cuerpo y la cara a las tragedia. Hasta las que se producían por causas naturales. Milei, ante el primer cataclismo, ocupó el centro de la escena.
El flamante Presidente dio, así, una señal de cercanía con los damnificados, en busca de desteñir los rasgos de ajeneidad, distancia y hasta falta de empatía con los que sufren, que parecían caracterizarlo mejor que otros atributos más benevolentes.
El tiempo dirá si fue nada más que una escenificación planificada por los expertos en marketing político que lo rodean o si se trata de una faceta que hasta ahora no se le conocía a Milei. La confirmación o la desmentida podrían tener consecuencias relevantes para su gestión, para la construcción de un liderazgo y para la legitimación de políticas que podrían ser muy impopulares.
Por ahora, el intento de reordenamiento de la economía está ordenando (o anestesiando) a la política, después de mucho tiempo en el que la política desordenó a la economía, con la ilusión de que no tuviera consecuencias negativas.
La realidad está pasando facturas para todos. Habrá que ver, al final, quién las paga.
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