La economía acelera hacia el ojo del huracán
Alberto Fernández cree que está sólo frente a un cambio de ministros, pero el reemplazo de Guzmán dejó al descubierto un mapa de poder desconocido: es el mapa de Cristina Kirchner
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Martín Guzmán sabía cuándo renunciar. La economía está acelerando el paso hacia el ojo del huracán. El kirchnerismo es el último en advertirlo, porque compra el buzón que vende. Es decir, supone que en estos dos años y medio se ha estado desendeudando. Imposible, entonces, pensar una crisis de deuda. Pero ese es el fenómeno que enfrenta. El problema desencadena otras desviaciones, que determinan que la vida material comience a tener inclinaciones recesivas. El Gobierno da señales de que no percibe que el paisaje se vuelve más sombrío. Alberto Fernández cree que está sólo frente a un cambio de ministros. No hay indicio alguno de un cambio de diagnóstico y, por lo tanto, de estrategia. Sin embargo, el reemplazo de Guzmán dejó al descubierto un mapa de poder desconocido. Es el mapa de Cristina Kirchner. La dirigencia política, empresarial y sindical está tomando nota, en cámara lenta, de la nueva posición en que han quedado las piezas del tablero. No sólo se derrumba la cotización de los activos financieros. También se devaluaron algunos liderazgos. En especial, el de Sergio Massa. A partir del último fin de semana, el Frente de Todos cambió de aspecto.
De la herencia que Silvina Batakis hereda de Guzmán el desafío más delicado es el que se refleja en la caída en el valor de los títulos en pesos. Los tenedores de esos papeles se deshacen de ellos. La novedad es tan dramática como sencilla: el mercado local ha decidido no financiar más al Tesoro. Es decir, se plegó a una decisión que el mercado internacional había tomado ya hace tiempo y que se refleja en que el índice de riesgo de la Argentina alcanzó los 2700 puntos. Este doble torniquete condiciona la conducta del Banco Central. Por la mañana, emite moneda para comprar bonos en pesos de tal modo que su precio no termine de desplomarse. O para que la tasa de interés no se vuelva estratosférica. Y para que la pérdida de interés por el peso no impulse todavía más la fuga hacia el dólar deteriorando sus reservas internacionales. Como no lo consigue, por la tarde la Anses entrega bonos en dólares a cambio de pesos, con la expectativa de que el contado con liquidación no siga alejándose del dólar oficial. Es posible, sólo posible, que también por la tarde, alguien en el Gobierno se pregunte: “¿Qué estuvimos haciendo desde la mañana?”.
Estos comportamientos del presente modelan el futuro. Los que se desprenden de los bonos en pesos están dando un aviso: no van a volver a comprarlos. Quiere decir que, cuando Batakis quiera renovar la deuda vencida, le será muy dificultoso. Con un agravante y es que ella necesita algo más que renovar. Debe colocar todavía más papeles, si es que sueña con recurrir menos a la emisión del Central, que desde el 9 de junio superó el billón de pesos. La ministra pretenderá, digamos, emitir 140% de la deuda que amortiza. Y los agentes financieros querrán prestarle, digamos, 60% de esa deuda. ¿Qué hay que prever? Que la diferencia, 40% del déficit fiscal, se cubrirá con emisión. En consecuencia, debe esperarse que el Banco Central siga ofreciendo leliqs con tasas más inverosímiles. O, lo que es más probable, que un gran caudal de ese tsunami de pesos vaya en busca de dólares, presionando más y más sobre las reservas monetarias.
La secuencia es conocida. En el horizonte aparece una depreciación del peso cada vez menos evitable. Es una hipótesis que comienza a contaminar la economía real. Las grandes empresas productivas, que dependen de insumos importados, están frente a un riesgo devaluatorio que aumenta día a día. Ese riesgo se agrava por las propias medidas del Gobierno. El Banco Central limitó el acceso al mercado de cambios para importaciones a una cantidad de divisas equivalente al promedio del año pasado más un 5%. Los montos son calculados en precios, no en cantidades. El resto de ese volumen debe ser pagado a los proveedores o a las casas matrices después de 180 días. Quiere decir que la planta que importa insumos debe apostar a que en 180 días el dólar oficial seguirá siendo el mismo. Las pequeñas y medianas empresas que venden sus productos a esas fábricas tienen todavía menos capacidad de absorber ese riesgo. Por lo tanto, solicitan a sus clientes que financien por sí mismo más de lo que deberían, para dejar disponibles para ellas los dólares del Central. La derivación de estas distorsiones es obvia: las grandes fábricas dejarán de trabajar, con un impacto catastrófico en toda la cadena productiva.
Como casi todo está hecho de dólares y el dólar carece de un precio previsible, nada tiene precio. Por lo tanto, el que posee un bien lo conserva en el stock. No lo entrega, por miedo a no poder reponerlo en el futuro. En estas horas la comunicación entre proveedores y clientes está plagada de notas en las que se anuncia que sólo se entregará la mercadería facturada a, por caso, el 1º de julio. El resto quedará pendiente, mientras se estudian los costos y se aguardan señales de estabilidad. La rueda de la economía se detiene con una velocidad siempre superior a la imaginada.
Devaluación y alta inflación son un cóctel peligroso. Puede poner a prueba una tesis que no se revisa desde hace más de 15 años: que la Argentina cuenta con una red de contención social tan capilar que la ponen a salvo de cualquier manifestación de descontento. La crisis de esta red ya se está insinuando por razones políticas, antes de que aparezcan las motivaciones económicas. Ayer Luis D’Elía tuiteó: “36 allanamientos contra los movimientos sociales en todo el país entre ayer y hoy. Este es el resultado de la campaña de demonización iniciada por @CFKArgentina tratándonos de misóginos y ladrones. Creó las condiciones políticas para que la justicia macrista inicie la persecución”. Juegan con fuego sobre la árida pradera.
Batakis apareció en este contexto. Formuló declaraciones en entrevistas tan amigables que no le permitieron despejar las inquietudes que impulsan la tormenta. En esas conversaciones la palabra que, obsesiva, más repitió, fue “planificar”. Todavía no advirtió que el Estado no funciona. Batakis hizo profesión de una fe fiscalista. Se comprometió a continuar con el programa acordado con el Fondo Monetario. Pero no hay señal alguna de que vaya a modificar la política energética. Se trata de un problema clave, porque para reducir siquiera un poco el déficit fiscal, tiene escasas clavijas que apretar, que no sean los subsidios a la electricidad y al gas. En las distribuidoras de energía no recibieron todavía los nuevos cuadros tarifarios. Síntesis: Guzmán se fue dejando una inflación de alrededor del 7% mensual y con un plan pactado con el Fondo en el que lo que más se destaca son los incumplimientos. No se entiende por qué Batakis resolvería los problemas que aconsejaron a su antecesor salir de escena.
Es el interrogante que se plantean en el Fondo Monetario Internacional. Allí también hubo una mutación. Kristalina Georgieva se negó a mantener la complicidad con un oficialismo que se niega a hablar de ajustes. Ayer dijo que “las acciones dolorosas a veces son necesarias”. ¿A qué se refería? Muy simple. A lo que su staff enumeró en la fatídica página 13 del reporte elaborado al cabo de la primera revisión del programa: reducir subsidios al transporte; recortar las transferencias discrecionales a las provincias y a las empresas del Estado; moderar los aumentos de salarios estatales y licuar las jubilaciones, preparando, además, una reforma del sistema previsional. Cuantificadas estas prescripciones, el gasto debería pasar de aumentar a un ritmo de 12,8% por encima de la inflación, a otro de 7,8% por debajo de la inflación. En esos números se cifran las “acciones dolorosas” de la otrora incruenta Georgieva.
El marco político en el que se despliega esta agenda endiablada es más frágil que el que envolvía la gestión de Guzmán. Las negociaciones para el reemplazo del ministro desnudaron fisuras que estaban escondidas en la estructura del oficialismo. La más importante: Cristina Kirchner nunca indultó a Massa. Cuando debe resolver el monto de poder que debe concedérsele recuerda aquellas declaraciones inflamadas de moral en las que el diputado prometía: “No les tengo miedo; los voy a meter presos porque me da asco la corrupción”.
Al cabo de los días, se va entendiendo mejor por qué la vicepresidenta insistió tanto entre el sábado y el domingo con que esperaba recibir un llamado de Fernández. No es que se sentía, justo ella, excluida. Quería lo que, al final, logró: vetar a Massa como jefe de Gabinete.
El Presidente se negaba a hacer ese llamado. Rodeado de los más leales, Vilma Ibarra, Julio Vitobello, Gabriela Cerruti, Juan Manuel Olmos, Santiago Cafiero, con un Massa que merodeaba por ahí, no soportaba que le insistieran con la necesidad de hablar con la señora de Kirchner. En un instante se configuró una escena que no puede ser más reveladora de su personalidad. Comenzó a los gritos, en especial después de que Ibarra machacara con “la responsabilidad que tenés frente a quienes votaron esa fórmula”. Ya había escuchado a Estela de Carlotto aconsejarle lo mismo. Fernández tomó su celular y estalló: “No me rompan más las pelotas. No la voy a llamar”. Gritaba mientras tecleaba en el teléfono. De repente solicitó: “Déjenme solo”. Y empezó a hablar con Cristina Kirchner, a quien había estado llamando mientras juraba que no la llamaría.
En la charla rodó la cabeza de Massa como interventor del Gobierno. El presidente de la Cámara de Diputados había pedido la AFIP para Guillermo Michel, su delegado en la Aduana, y el Ministerio de Economía, para Marco Lavagna. Miguel Pesce y Mercedes Marcó del Pont habían sugerido a Batakis, cuyo nombre circulaba en los cuchicheos de La Cámpora desde el sábado a la noche. Emmanuel Álvarez Agis, a pesar de la presión de sus clientes, Marcelo Mindlin, Sebastián Eskenazi y José Luis Manzano, rechazó el cargo.
Desde el mismo núcleo se alentaba el desembarco de Massa. Jefe de Gabinete más ministro de Economía: eso sí era tomar un gobierno, no los cosquilleos de la vicepresidenta. Para seguir esas fantasías bastaba con ver América 24. Igual que para entender el juego de Fernández con Massa, alcanzaba la pantalla de C5N, de Cristóbal López y Fabián de Sousa, con quienes el Presidente confraternizaba cuando Guzmán lo apuñaló con su renuncia. Durante el domingo, el antiguo diario de Yrigoyen se recreó, modernizado, en “las pantallas de Sergio”.
De toda esa oleada, quedó sólo Batakis. A pesar de que la vicepresidenta habría dicho, según Fernández comentó luego a su entorno: “¿No es poco Batakis? ¿No se necesita alguien con más volumen?”. Es un detalle relevante para enfocar mejor la lente. Batakis no es la ministra que la vicepresidenta postuló. Es la ministra que la vicepresidenta no vetó. Quedó claro en la asunción, a la que la señora de Kirchner no asistió.
La reunión presencial con la vicepresidencia tuvo, al parecer, pocas novedades. A pesar de que se habían comprometido a que no haya filtraciones, Fernández comentó a sus íntimos: “No hubo nada inesperado. Ella dice en privado lo que dice en público”. Involuntario elogio a quien, por carta, reprochó a él, en septiembre pasado, hacer todo lo contrario.
Hay que ajustar la imagen del Frente de Todos. Ahora está claro que Massa no es un accionista igualitario. Fernández y su equipo lo verificaron cuando vieron que no consiguió hablar con Cristina Kirchner. Llegó sólo a su hijo. Es una novedad importante, sobre todo para él. De lo contrario, no habría estado entre los que recomendaban a Fernández hablar con la vicepresidenta. Fue una recomendación suicida. Lo que más lamenta Massa de esta triste peripecia es haber derrochado un asado para Lavagna, Martín Redrado, Martín Rapetti y Diego Bossio, cuando soñaba en colores con descender sobre el gabinete como Hernán Cortés entró a Tenochtitlán.
Massa debería aprender de algunos antecedentes más notorios: a Julio de Vido, que trabajó para los Kirchner durante 35 años, le acaban de suspender una invitación a hablar de Energía en la Universidad del Comahue. Oscar Parrilli, que tiene el mérito de haberse animado a decapitar al tenebroso Stiuso, no se atreve a compartir el escenario con De Vido.
La otra información interesante es que se confirma algo de lo que ya había algún atisbo: no siempre Máximo Kirchner expresa las posiciones de su madre. O, tal vez, no la sabe leer del todo. Kirchner impulsaba la irrupción de Massa como “interventor”. Alguien que conoce como pocos a la vicepresidenta explicaba ayer: “No hay que confundirse. Cristina es jefa. Jefa, jefa. No se va a dejar girar por nadie. Tampoco por su hijo”.
La nueva cotización de Massa obliga a reinterpretar la escena de 2023. Ya se sabe que él pertenece al portafolios de Máximo, no de su mamá. ¿Algo parecido sucederá con Martín Insaurralde? Sonríe Axel Kicillof.
Para más humillación de Massa, su principal enemigo, Daniel Scioli, sobreactúa un incomprobable patrocinio sobre la nueva ministra. Ella está armando su equipo con antiguos colaboradores de la provincia. Pero no son gente de Scioli. Son el viejo círculo de Alejandro Arlía, a quien Batakis sucedió como ministra provincial cuando él fue designado en Infraestructura. Arlía terminó su vida por su propia mano en los Estados Unidos, en julio de 2016.
Más astuto que Scioli está demostrando ser Eduardo “Wado” de Pedro. El ministro del Interior fue hasta el domingo el jefe de Batakis, a quien refugió en su entorno cuando se supo que Fernández no la quería en el gabinete económico. Pero “Wado”, que compite con Scioli por la candidatura de 2023, tomó prudente distancia de su pupila. Prefiere seguir caminando el país. No quiere quedar arrastrado por la crisis. Más aún, ayer emitió un irónico mensaje subliminal. La Dirección de Migraciones publicó una resolución facilitando la salida de menores del país. Fue como decir: “A los botes. Primero los niños”. En cambio Scioli, en su ansiedad, no mide riesgos. Motonauta impenitente, tiene adicción por el timón. Por cualquier timón. Aunque sea el del Titanic.
En el peronismo tradicional disfrutan repasando antecedentes. Reaparece ahora el nombre de Martín Guzmán en una lista de Franja Morada de La Plata. Él aclara, como aquel desesperado periodista que fue interceptado por su esposa cuando subía al taxi con su “novia”: “No soy yo”. Militantes noventistas de la Franja no se dan por vencidos: “Tal vez Martín ni se enteró de que algún amigo usó su nombre para llenar un cargo de suplente. Él era amigo”. Hay quienes detectan esa afinidad radical en la phorma mentis de Guzmán. Ese pasable keynesianismo que entusiasmó a otro Martín, Lousteau, cuando, en diciembre de 2020, aclaró: “Estoy más cerca de Guzmán que de Dujovne”. Está perdonado porque, como decía Talleyrand, “la traición es una cuestión de fechas”.
La curiosidad radica en que, para la misma época, en la misma universidad, también el nombre de Batakis aparece en las listas de Franja Morada. En la Facultad de Humanidades, donde ella cursó Historia. Pero también integró esas filas en Ciencias Económicas.
Borges decía que cuando la coincidencia llega a tres, había algo de la divinidad: Miguel Pesce es radical. Llegó a la orilla kirchnerista con la corriente encabezada por Julio Cobos. Al fin y al cabo, el Presidente va imprimiendo su propia identidad al gabinete. Porque él fue miembro del equipo de Sourrouille.
No hay que tentarse con la vulgaridad de suponer que la inflación descontrolada hace juego con los herederos de Yrigoyen. Como Juan Carlos Torre escribió del peronismo, también habría un radicalismo permanente y un radicalismo contingente, que es el que vuelve ahora al “quinto piso”. Eso sí, lo que en la UCR deberían preparar es un antídoto para que, si es que se desata, despiadada, la tormenta, los peronistas no terminen regresando al poder con el argumento de que hay que superar la pesada herencia radical.
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