La devaluación es un atajo transitorio, los problemas siguen
Desde el 1° de diciembre pasado el tipo de cambio acumula una suba de casi 100%. Como ocurrió en infinidad de veces en la historia argentina, cada vez que se ve alterada la cotización del dólar, el tipo de cambio domina el centro de la escena pública. En este contexto, predecir el futuro del peso contra el dólar se transforma en el deporte nacional.
Para intentar estimar el valor de la divisa se tiende a recurrir a argumentos que van desde el nivel al cual se recupera la competitividad de la economía o se disminuye el déficit fiscal hasta a qué tipo de cambio las reservas "alcanzan para todos" los que quieran convertir sus pesos en dólares.
Respecto de que el tipo de cambio restituye la competitividad, luego de la devaluación experimentada por el peso en pocos meses, tenemos que retrotraernos a mediados de 2011 para encontrar un nivel de tipo de cambio real multilateral tan depreciado. Dicho esto, si analizamos el estado de resultados de una empresa nos daremos cuenta de que el tipo de cambio explica solo parte de los gastos; otros determinantes del mismo son la carga salarial, la presión tributaria, los niveles de tasas de interés y los costos de logística, entre otros. La historia argentina nos muestra que la depreciación es un atajo que puede dar un alivio transitorio, pero siempre terminamos enfrentando los mismos problemas anteriores.
En cuanto al uso del tipo de cambio como herramienta para reducir los desequilibrios fiscales, fue utilizada de manera recurrente ante la falta de determinación de los diferentes gobiernos de tomar medidas que reduzcan el gasto nominal, como sí lo hicieron otros como España o Grecia a partir de la crisis fiscal europea. El ajuste, denominado "licuación", ocurre cuando la tasa de ajuste de los gastos es inferior a la inflación, producto de la devaluación.
Durante el primer año de mandato, el Gobierno subió el desequilibrio fiscal, en pos de la gobernabilidad y la paz social. A partir de mediados de 2017 comenzó un permanente y progresivo proceso de reducción del abultado desequilibrio, centrado en la baja de gastos. La duda es si la depreciación ayuda a la convergencia fiscal. Sobre el déficit financiero en divisas, este se verá aumentado porque el Tesoro tiene obligaciones (cuasi) denominadas en moneda extranjera (intereses y subsidios), pero la recaudación por importaciones cae por la menor actividad económica. Sobre el déficit en pesos, el efecto es incierto. Gran parte del gasto público está indexado por inflación (el previsional es por ley), y la evolución de los ingresos depende de lo que ocurra con la actividad económica.
En cuanto al tipo de cambio de "conversión", cabe hacer dos aclaraciones. Primero, el actual sistema financiero es meramente transaccional (su tamaño es pequeño), pero además no presenta riesgo de solvencia, liquidez ni descalces. En segundo lugar, el nivel de reservas netas del BCRA sería suficiente para enfrentar un escenario de estrés con el actual nivel de tipo de cambio.
Finalmente, debemos entender que en la Argentina tanto extranjeros como locales -luego de décadas de estafas sucesivas- utilizan el dólar como unidad de cuenta. A la hora de realizar una colocación en pesos, los argentinos comparan la tasa de interés contra su expectativa de depreciación del tipo de cambio, y en la medida que la tasa no cubra la depreciación esperada se inclinan por la dolarización del portafolio. La forma de frenar una corrida cambiaria es estabilizando el tipo de cambio, de manera de volver positiva la expectativa de tasa esperada en dólares por colocaciones en pesos. La volatilidad cambiaria en la Argentina demostró no ser la solución a los desequilibrios macroeconómicos más que transitoriamente, y a su vez produce una profunda incertidumbre sobre la dinámica de inflación y salarios.
Socio-economista jefe de Arriazu Macroanalistas
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