La cuarentena de Alberto Fernández: a un mes de la denuncia de Yañez, una vida de encierro entre chats, conversaciones telefónicas y estrategias judiciales
Desde entonces el exmandatario no volvió a salir de su departamento de Puerto Madero; la amenaza de un tiempo recluido y los lamentos que comparte con sus allegados
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Como si se tratara de una paradoja, Alberto Fernández, el hombre que hizo de la cuarentena una de sus banderas de gobierno, vive por estos días, la propia. El expresidente lleva un mes sin salir de su casa y nada indica que eso vaya a cambiar, al menos, en el corto o mediano plazo. Denunciado e investigado por violencia de género contra Fabiola Yañez, su exmujer, Fernández no pisa ni el palier del departamento de la torre River View en Puerto Madero, donde está recluido y no goza de la simpatía de sus vecinos. Ese encierro es casi llevado al extremo al no poder asomarse a las ventanas ante el temor de que lo capte un móvil de televisión o una cámara fotográfica.
A un mes de estallado el caso y por decisión judicial, Fernández tampoco puede salir del país. Casi un deja vú de lo que la sociedad vivió en 2020 con el confinamiento que él mismo ordenó y terminó violando como quedó inmortalizado en la foto del cumpleaños de Yañez, en julio de ese año. Una cuarentena que ahora es también motivo de otro dolor de cabeza para Fernández, luego de las declaraciones de su exministro de Economía, Martín Guzmán, quien admitió que su extensión se debió al rédito político que le traía al Gobierno.
A lo largo de estos treinta días, algunas cosas fueron cambiando para el exmandatario. A diferencia de los primeros momentos, cuando hubo preocupación por su integridad física, su hermano, Pablo Galíndez, ya no está instalado allí, aunque es uno de los pocos que lo visita seguido. Lo mismo su jefe de custodia, Diego Sandrini, otro de sus incondicionales. También volverá a recibir a Enrique “Pepe” Albistur, quien es su principal sostén emocional y volvió al país tras unos días en el exterior. El exfuncionario también se ocupa de asistirlo en la búsqueda de testigos favorables para él.
Quien se convirtió en su visita diaria es la abogada, Silvina Carreira. Fue precisamente Albistur, quien se la recomendó después del derrotero de siete penalistas que consultó Fernández antes de decidirse por esta mujer oriunda de Lanús y especialista en derecho civil y familia.
Pese a no conocerla previamente, cuentan que Fernández entabló un “excelente vínculo” con ella. “Le da muchísima confianza”, dicen. “Lo ayudó a reconstruir, a repensar las cosas”, agregan. En esa reconstrucción juran que también ve, de “forma más palpable que nunca por la agresividad y la degradación de su vínculo” con Yañez.
En su entorno todavía se lamentan que en medio de ese scouting de letrados, Fernández consultó a la joven abogada Mariana Arce, que incluso lo acompañó en una entrevista con el diario español El País. El hecho se volvió noticia y no sumó en el ya degradado perfil del exmandatario salpicado no solo por la denuncia de Yañez sino también por las filtraciones de sus estrechos y sinuosos vínculos con varias y diferentes mujeres, que en varios casos terminó con la asignación de cargos y sueldos altos en el Estado.
Después del cimbronazo inicial cuando se conoció públicamente la denuncia de Yañez, Fernández mandó mensajes que preocuparon a su entorno. Cuentan que el ánimo de Fernández mejoró al encarar su defensa. “Estaba muy mal al principio y desorientado. Ahora sigue afectado anímicamente, pero dedicándose a su defensa judicial. Eso lo ayudó”, define alguien que mantiene diálogo fluido con el exmandatario.
Agregan que para eso también aceptó lo que le decían sobre la necesidad de dejar de intentar una defensa política y mediática, para poner el foco en la justicia. “Eso lo ordenó y le dio tranquilidad”, definen.
Al propio exmandatario lo ubican detrás del diseño de la estrategia judicial. Un plan orientado por lo pronto a desacreditar a Yañez por su consumo problemático de alcohol e inestabilidad psiquiátrica. Parte de eso buscó instalarlo a través de las testigos que presentó en el correr de los últimos días y que fueron una de las primeras “victorias” que se creyeron vivir en el entorno del exmandatario. Contactar a esas mujeres que trabajaron en la intimidad de Olivos fue el primero de los logros, el otro, describen, lograr que declaren, al menos inicialmente, frente a un escribano público.
Un círculo conectado a la distancia y una única defensa pública
A la par de eso, Fernández mantiene contactos telefónico con el exministro de Trabajo Claudio Moroni; el exembajador en Estados Unidos, Jorge Argüello; el excanciller, Santiago Cafiero; el legislador, Eduardo Valdés, la exsecretaria de Legal y Técnica, Vilma Ibarra y el exjefe de asesores, Juan Manuel Olmos. Solo Arguello lo defendió públicamente con énfasis. Ayer se sumó Cafiero, más moderado.
Cerca suyo aseguran que fue el propio Fernández el que les pidió que no vayan personalmente, porque el edificio tiene un sistema de ingreso que obliga a que los visitantes no puedan ingresar directamente o en auto, sino que deben dar sus datos a la seguridad, que debe anotarlos. Eso, aseguran, se vuelve “insufrible” tanto para quienes eventualmente lo visitaran por quedar expuestos.
En las conversaciones que mantiene con su puñado de amigos, la denuncia es el “monotema”. Insiste en jurar que los golpes que denuncia Yañez “no existieron”. “Con los golpes nada que ver”, les repite al tiempo que apunta a una “desvinculación traumática, pero que con golpes nada que ver”. Todos le responden lo mismo desde el principio: que se defienda en la justicia y que deje de intentar hacerlo ante la opinión pública o en la arena política. Respiraron aliviados cuando supieron que se había caído una entrevista que iba a dar esta semana y que se canceló cuando, aseguran, su propia abogada amenazó con renunciar si lo hacía.
Su entorno también menciona una falta de contacto con su hijo menor, Francisco como el dato que mayor intranquilidad y angustia le genera. “Es un gran sabor amargo”, definen. Fernández podría, por las disposiciones judiciales, eventualmente conectarse con su exsuegra, Miriam Yañez Verdugo, para tener trato con el nene de casi dos años y medio. Pero eso no sucede. La relación entre ambos tampoco era exactamente la mejor durante tiempos de pareja y mucho menos ahora.
A Fernández también se le acentúa por estos días, su rasgo más negador, según describen. Casi como un espejo de lo que sostenía incluso hasta poco antes de que comience el escándalo, respecto de que el tiempo, reivindicaría su gestión, por estas horas cree que podrá salir airoso de este caso. “Alberto es una persona negadora, que se cree lo que dice. Tiene su propia realidad, como cuando dijo el “mi querida Fabiola” y dos días después era todo mucho peor. Ahora tiene la misma visión de cuando era presidente. Es muy complejo tratar con una persona así”, describió una persona que lo conoce de cerca desde hace años.
Sin poder salir ni al balcón, con contactos apenas telefónicos o por chats, quienes lo aprecian definen que lo que vive Fernández es un “arresto domiciliario de hecho”, para otros que lo conocieron y se alejaron a lo largo de los últimos años, es “karma”.
Para ellos, el hombre que impuso una cuarentena extensa que primero subió sus niveles de popularidad a números insospechados, pero en la que no respetó sus propias disposiciones, como quedó claro con imágenes y registros de visitas, se enfrenta por estas horas a lo que algunos mencionan como una “cuarenterna”, por lo que creen que puede prolongarse.
De hecho estiman que su primera salida podría ser para ir a Comodoro Py a responder en indagatoria frente a un juez que denostó: Julián Ercolini. “Karma que le dicen, toda su hipocresía le volvió como un boomerang”, remató alguien que integra ese segundo grupo. Los primeros treinta días de encierro parecen avalarlo.
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