La crisis opositora. Un peronismo atrapado en el laberinto del pasado
Fue una semana de extrema tensión interna entre el Congreso partidario de Moreno y la asunción de Cristina Kirchner en el PJ; acusaciones, gritos y un debate sobre el rumbo y el sentido de un partido fragmentado; el Pro también exhibió sus internas en un encuentro gélido
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Hace muchos años el peronismo no protagonizaba un encuentro partidario con el nivel de tensión que se vivió el lunes en Moreno. Quizás haya que retroceder al famoso Congreso del PJ que en 2004 enfrentó a Cristina Kirchner con Chiche Duhalde. Hubo acusaciones, cruces, gritos y una sensación compartida por todos: el partido está atrapado en un laberinto del que le cuesta mucho salir. Y no se trata sólo de una discusión por quién lidera el espacio o quién arma las listas el año próximo, el dilema mayor pasa hoy por el sentido y el propósito del peronismo cuando la sociedad viene de dar vuelta la página y votar por un cambio radical.
El intendente de Carmen de Areco, el camporista Iván Villagrán, planteó que desde el gobierno provincial lo discriminaban y le enviaban inspecciones furtivas a empresas de su municipio. Le saltaron a la yugular los ministros bonaerenses Andrés “Cuervo” Larroque y Walter Correa. “¿Quién te manda a decir esas boludeces?”, lo increparon. Se armó un revuelo momentáneo ante la mirada incómoda de Cristina Kirchner, Sergio Massa y Axel Kicillof.
Los gritos y cruces siguieron, hasta que Larroque lo interpeló directamente a Máximo Kirchner: “Poné orden, pelotudo, esto es un quilombo”, le dijo, en un involuntario homenaje a los 20 años del memorable discurso de Roberto Fontanarrosa en defensa de las malas palabras. Era la primera vez que los viejos amigos se hablaban en mucho tiempo. Todo se complicó más.
Cristina tomó el micrófono y recordó que ella había apoyado dos veces a Kicillof, cuando lo designó como ministro de Economía y al hacerlo gobernador. Larroque, que se expresó siempre en nombre del silencioso gobernador, volvió a la carga para reclamarle a la expresidenta que aclarara si aún sigue respaldándolo. Se trató de la ruptura de un código no escrito en el kirchnerismo que marca que a la jefa no se le pueden pedir explicaciones. Recibió abucheos y reprobaciones del camporismo, en un ambiente que ya se había desvirtuado por completo. Después vino la foto de la última cena en un vano intento por mostrar unidad. Desconectados hasta en lo postural, exhibieron que ni siquiera el mate podían compartir (en la imagen hay cuatro distintos para seis personas). Algunos hablan de que ese día hubo un diálogo apartado entre Cristina, Kicillof y Massa. Otros dan cuenta de alguna reunión previa entre Máximo, Carlos Bianco (ministro y mano derecha del gobernador) y el massista Sebastián Galmarini para fijar reglas de juego. En cualquier caso, gestos infructuosos.
El miércoles hubo un segundo acto, cuando Cristina asumió la presidencia del PJ nacional, el mismo cargo que en sus épocas doradas había desdeñado por considerarlo símbolo de un partidismo burocrático rancio. Tenía razón, y se notó ese día. En el escenario, ella y tres legisladores incondicionales, más un Ricardo Pignanelli siempre de soslayo. En las tres primeras filas del auditorio, viejas figuras del pasado glorioso. Después, sólo militancia. Detrás de esa imagen emergió la sombra de la ausencia en masa de los gobernadores, la raleada presencia de intendentes y el desplante de la CGT (con la excepción del ubicuo José Luis Lingeri). “Estamos rotos”, fue la frase lapidaria de uno de los presentes, que supo ocupar lugares de relieve en otros tiempos.
En esa tarde en la que la marcha peronista fue reemplazada por “Fanático” de Lali Espósito no hubo ninguna señal de que la recuperación partidaria se hubiera activado. La modernización fue sólo musical. Así lo evidencian las redes sociales, un territorio ampliamente dominado por los libertarios, clave en la batalla cultural entre los jóvenes, para muchos de los cuales La Cámpora pasó a ser una agrupación conservadora. Según el informe de noviembre de Rating Streaming, el 85,45% de los posteos y videos en X, Instagram y YouTube correspondieron a cuentas oficialistas y sólo el 14,55% a las opositoras. Recién ahora incipientemente empiezan a emerger algunos Gordo Dan kirchneristas, que entienden mejor el secreto de las redes: dejaron de alabar a Cristina y empezaron a hablar mal de los libertarios. Una de las más exitosas es “Arrepentidos de Milei”. En el ecosistema digital rinden mucho mejor el enojo y la confrontación que la propaganda y la retórica persuasiva.
En busca del rumbo perdido
En esta secuencia que se agrupó en la semana que termina quedaron en evidencia dos niveles de discusión dentro de la principal fuerza opositora. La primera es de carácter estratégico y gira en torno del liderazgo interno y de las proyecciones electorales. El dato más contundente es la ruptura inocultable entre Cristina y Kicillof, un quiebre que no es meramente político, es también emocional. Es la separación de una madre de un hijo. Así lo vive el gobernador, quien siempre se reivindicó “cristinista” más que kirchnerista, y que ahora está forzado a un reseteo mental muy profundo. Siempre se autopercibió como su niño mimado, incluso por sobre Máximo, el hijo biológico de ella, que ahora también lo quiere tirar por el balcón.
Kicillof siente que Cristina no lo apoya más y que le manda a La Cámpora a arrinconarlo, y ella entiende que él la traicionó al no respaldarla en su camino hacia la conducción del PJ. En La Cámpora no toleran que se victimice sin enfrentarlos, que los rivalice a través de intermediarios y no blanquee su intención de romper. En el entorno del gobernador argumentan que las huestes de Máximo no buscan ampliar su representación sino complacer a Cristina.
Kicillof escucha de cerca las voces de decenas de intendentes que le reclaman un gesto de autodeterminación y lo incentivan a romper. La señal de guerra sería el desdoblamiento de la fecha electoral en la provincia (además de que ya es seguro que habrá dos sistemas de votación por la introducción de la Boleta Única a nivel nacional). La decisión depende mucho de si hay o no PASO; si se mantienen, será más difícil. Él cavila. Hay días en los que el impulso lo lleva a pensar en desafiar a Cristina y transformarse en el nuevo líder. Tiene un incentivo histórico: si bien ella perdió varias elecciones, nunca nadie pudo destronarla como jefa del peronismo. Terminar con esa hegemonía plantearía un cambio radical en el sistema político.
Sin embargo, los más cautos le aconsejan no dar ese paso porque es muy difícil salir ileso en el Saigón conurbano. Entre ellos está Massa, quien en Moreno hizo una crítica implícita a los desdoblamientos electorales. Si bien Massa juega de mediador como en la época de las epístolas de Cristina a Alberto Fernández, en el ecosistema peronista todos lo ubican hoy más inclinado del lado del kirchnerismo. “Sergio hace de Celestino en un proceso que es de guerra”, relativiza un intendente. El exministro espera su momento de reivindicación tras la derrota del año pasado. Le pesa el recuerdo vigente del desorden económico y la inflación.
El resto del peronismo retoza silvestre por las praderas del interior del país desinteresado por completo del microclima bonaerense. Los gobernadores sólo piensan en sus distritos, evalúan cómo coexistir con los altos niveles de aprobación de Javier Milei en sus provincias, y no encuentran incentivos para viajar a Buenos Aires. “Que se organicen allá y que después nos llamen”, fue el mensaje de uno de los mandatarios a la distancia. Están cansados de los destratos del kirchnerismo duro, pero tampoco les genera pasiones Kicillof, a quien varios de sus colegas aún identifican con Cristina y al que algunos siguen calificando como “el comunista”. Apoyan una renovación sin líder. Así fracasaron muchas revoluciones en la historia.
Eso deriva en el segundo nivel de debate, mucho más profundo y medular, y que gira en torno de un interrogante: ¿cuál es la propuesta económica y política que tiene para ofrecer hoy el peronismo? Da la sensación de que hay un agotamiento de las doctrinas históricas después del fracaso del último gobierno. Qué valor tiene hablar de salario digno, si por primera vez una gestión peronista fue testigo de la caída de trabajadores formales debajo de la línea de pobreza. Cuánto pesa el Estado presente después de sobregirar un gasto público incapaz de generar crecimiento. Qué sentido cobija el lema de la justicia social con una marginalidad estructural que hoy tiene un piso del 40% de la población.
El intento manifiesto por eludir una autocrítica genuina también obtura la posibilidad de elaborar una nueva propuesta doctrinaria aggiornada a la época. Hay una tentación facilista de encontrar una respuesta en la mera confrontación con los libertarios y encarnar todo lo opuesto a Milei, en un ejercicio que parece minimizar lo que Milei simboliza, más allá de sus excentricidades y sus exabruptos. Es una representación por default inspirada en el principio del péndulo: siempre que perdimos, volvimos rápido. El riesgo es que puede tratarse de un marco de referencia caduco, que alcance para galvanizar al núcleo propio, pero que resulte insuficiente como respuesta frente a una sociedad que el año pasado hizo un movimiento histórico. La trampa es complicada, porque si la alternativa al ultraliberalismo de Milei no puede ser un keynesianismo de algún tenor, se complejiza la articulación de una narrativa.
Cristina propuso en su última carta una serie de replanteos, aunque en tono de diagnóstico, no de iniciativas. En su entorno dicen que están armando equipos para que a partir de febrero o marzo aporten ideas programáticas. Kicillof, por su parte, había hablado el año pasado de las “nuevas melodías”, pero nunca le dio continuidad. Hoy se dedica a hacer exactamente todo lo contrario a Milei. Si el Gobierno quiere privatizar Aerolíneas Argentinas, él la quiere comprar; si la Casa Rosada dispone el recorte de los beneficios a los jubilados para comprar remedios, él crea una empresa de medicamentos bonaerense. Es una estrategia reactiva que apunta a seducir a los perjudicados por las políticas oficiales.
Puede encontrar un sentido si lee el último informe de la consultora Moiguer, que da cuenta de un clima social de mayor optimismo, mayoritariamente favorable al Gobierno, pero al mismo tiempo subraya una distinción entre los sectores altos y medios, respecto de los más bajos. Ante la afirmación “de a poco mi situación económica está mejorando”, los de mayor poder adquisitivo responden afirmativamente en un 56%, los intermedios en 41%, y los más bajos 32%. Esto lo atribuye sobre todo al impacto de la suba de tarifas de los servicios: mientras hace un año para los sectores de menores recursos representaba el 15% de sus gastos, hoy explica el 32%. Eso hace que el 54% haya admitido que redujo sus consumos cotidianos.
Para Moiguer, estas son señales de una “fragmentación en el consumo” que impacta con más fuerza en el nivel inferior de la pirámide social. Muchos de ellos votaron a Milei, y hoy algunos manifiestan desencanto. Pero no está claro que el peronismo tenga un mensaje convocante y renovado para volver a seducirlos. Este debate conceptual hoy no tiene ni un ámbito partidario, ni representantes dispuestos a encararlo. Las encuestas dan cuenta de esa acefalía, con los tres principales referentes del espacio con una imagen negativa muy alta. Según Opina Argentina, en el caso de Kicillof alcanza el 61%, en el de Cristina el 64% y en el de Massa el 69%.
El espejo de Pro
El viernes fue el turno del Pro. Casi un espejo. Problemas de identidad, un liderazgo desafiado y tribus dispersas; pero sin malas palabras. Para no quedarse atrás, también hubo una polémica, en este caso en torno de la intervención partidaria en Córdoba, para desconocer el rol de Oscar Agost Carreño, quien hace tiempo reporta en el bloque de Miguel Ángel Pichetto.
Mauricio Macri venía de una nueva desautorización de su tropa legislativa el día anterior, cuando un grupo de senadores encabezados por Luis Juez resolvió desoír el pronunciamiento partidario y votar por la expulsión del mochilero Edgardo Kuider (algunos recordaron el enojo del cordobés con Macri, porque la semana pasada le dijo que suspendiera una comida a la que lo había invitado Milei junto a otros legisladores). Ya había ocurrido antes dos veces en Diputados, la última cuando el expresidente quiso dar una señal de endurecimiento al Gobierno y votar contra el veto a la financiación universitaria, y su propia bancada le hizo llegar un mensaje de que acompañarían.
Así como el dilema peronista gira en torno de cómo renovar su narrativa, en el macrismo el mayor debate apunta al posicionamiento respecto de los libertarios, un vínculo con intereses compartidos y poco afecto. “Estamos en un proceso de descomposición fuerte. Veo muy mal al partido”, retrató un importante legislador que participó del encuentro del viernes.
La línea de fractura separa a los colaboracionistas, que entienden que hay que buscar una alianza con LLA, y los autonomistas, que plantean que deben reforzar un perfil propio para competir. Entre los primeros hay gobernadores tentados de acordar en sus distritos, como Rogelio Frigerio e Ignacio Torres. También los legisladores que hacen de nexo con Santiago Caputo, como Diego Santilli y Cristian Ritondo (golpeado esta semana por una denuncia sobre cuentas off shore de su esposa, que amenaza con tener efectos políticos internos).
En la otra vereda se posicionó Jorge Macri, quien a diferencia de sus pares ve amenazada su administración por las ofensivas libertarias. “Debemos prepararnos para competir”, fue su mensaje, preámbulo de una decisión que medita para hacer pública su disidencia frontal con el Gobierno y plantarse con fuerza en la interna. También prepara una batería de anuncios para recuperar iniciativa frente a indicadores de gestión adversos.
Esta semana presentará su propuesta de reforma constitucional, con el objetivo de achicar estructura del Estado. Aunque tiene pocas chances en la Legislatura, busca expresar sintonía con la demanda de la época. Después prevé oficializar el adelantamiento de la fecha de las elecciones porteñas, una manera de desprenderse de las discusiones nacionales. Y además planea cambios en su gabinete, que incluirían la escisión del área de transporte del Ministerio de Infraestructura para crear un nuevo Ministerio de Movilidad Urbana; el reemplazo de Roberto García Moritán en Desarrollo Económico (suena Valentín Díaz Gilligan), y el fin del “doble comando” en el Ministerio de Seguridad, con la posibilidad de un corrimiento de Diego Kravetz. Todo esto, sin fecha aún.
Mauricio Macri ya no oculta que su ánimo mutó y que cada vez siente menos obligación de acompañar a Milei. De hecho, al igual que en el peronismo, el día anterior a la cumbre del Pro hubo una reunión previa con él para acordar un mensaje que no sonará bélico. Estuvieron allí, entre otros, Torres, Frigerio, Jorge Macri, María Eugenia Vidal y Fernando De Andreis. En este caso tuvo algún efecto, porque el expresidente después se limitó a hablar en público de “destrato permanente”. En la intimidad fue más elocuente.
La destrucción del bicoalicionismo por capítulos también fue un dato a favor en el balance que hizo Milei de su primer año de gestión. Frente a liderazgos desgastados sin renovación, y con una fuerte fragmentación interna, el Presidente depende de su propia construcción para asegurar una victoria en 2025. Pero LLA también sabe tropezar y desaprovechar las oportunidades que le brindan los rivales. Sólo así se puede entender el nudo en el que quedó atrapada en el Senado por la expulsión de Kueider, la primera victoria nítida del kirchnerismo en 2024. Las negras también juegan.