La crisis existencial del kirchnerismo
La Cámpora se encuentra sumergida en un profundo debate sobre su rumbo; ante la falta de recambio impulsan la “desproscripción” de Cristina; la semana más dura para Massa
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Ha transcurrido un mes y medio desde que Cristina Kirchner prometió que no sería “candidata a nada”, una frase que sumergió a su espacio político en su crisis más profunda. El desconcierto interno es tan intenso, que el silencio en el que se refugiaron sus principales referentes es solo una expresión de lo que está ocurriendo puertas adentro: una revisión y un replanteo de cómo actuar ante el vacío que dejó esa decisión. Un proceso que envolvió particularmente La Cámpora.
Su líder, Máximo Kirchner, se quedó un mes en el sur como suele hacer por razones familiares, pero esta vez se aisló para evaluar el rumbo de su agrupación y su propio futuro. “Estuvo corrido y poco comunicado. Está incómodo y repasando todo, qué hace él, que debe hacer La Cámpora. Si bien tiene buena relación con Massa no se siente satisfecho con el rumbo económico. Es un momento de replanteo fuerte”, explica una fuente de la organización.
Pero lo más importante es que esta introspección abarca un punto fundamental: lo que internamente consideran “la crisis de mediano plazo”, es decir el progresivo envejecimiento de sus cuadros y el fracaso del trasvasamiento generacional. “Para nosotros es una crisis existencial. Surgimos como una agrupación juvenil y hoy todos los líderes tienen 45 o 50 años y no hay recambio. Nacimos como una organización al estilo de los años 70, revolucionarios y con cuadros territoriales, estructurada verticalmente y pensada desde la ocupación del Estado, y hoy apoyamos un capitalismo con buena onda”, concluye el referente del espacio para resumir la conversación interna que vienen teniendo. Está claro que el corrimiento de Cristina afectó políticamente al Frente de Todos en su conjunto, pero para La Cámpora representó además una interpelación a su naturaleza ideológica y a su lógica de construcción de poder.
Tan movilizador resultó el desafío planteado, y tan insuficientes fueron las alternativas, que la respuesta que se resolvió dar quedó otra vez en el terreno de la construcción del relato: hay que rescatar a Cristina de las garras de la Justicia, “desproscribirla” y que vuelva a ejercer de líder y candidata. En el fondo, una frustración para la agrupación que no ha podido dejar de ser la guardia protectora de la vicepresidenta y dar el paso en la reelaboración de una nueva conducción. Aunque Máximo siempre pensó en una construcción del poder gradual, incrementalista territorialmente, y de largo plazo, hoy prima cierta frustración. Un funcionario con llegada a la cúpula deja una frase contundente: “Hoy hay un riesgo de licuación del kirchnerismo”.
Como casi siempre, el encargado de expresar la nueva estrategia fue Andrés “Cuervo” Larroque. Después de 40 días de silencio de toda la agrupación dijo que “la militancia tiene que salir de este estado de letargo” y que su “tarea central es salir a romper la proscripción a Cristina”; que “no se puede hablar de peronismo si Cristina no está en la cancha”, y que “hay que pasar de un momento gris en términos políticos y dar una demostración de fuerza”. Está claro que el operativo “desproscripción” no apunta a revertir la situación de la vicepresidenta en la Justicia, por razones jurídicas y de plazos. La estrategia pasa por generar una presión creciente por distintas vías que demuestren públicamente que ella es inocente. Lograr una absolución popular que la legitime y le permita ser reivindicada sin mácula. Una especie de Justicia blue. Una construcción simbólica muy rebuscada para una figura que en realidad no está proscripta.
El canal ya abierto para avanzar hacia ese objetivo es el juicio a la Corte Suprema que se iniciará esta semana en el Congreso. Aunque no prospere, el kirchnerismo buscará demostrar que los cortesanos no son imparciales y así podrían decir que la condena a Cristina está viciada. El Gobierno incluso planea, en un gesto insólito, llevar este caso hasta el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, que sesiona mañana en Ginebra, para demostrar la existencia del lawfare.
La segunda expresión sería volver a sacar a la militancia en la calle. Diciembre dejó una frustración en ese sentido, porque no hubo movilización el día de la condena, y las programadas después para el Grupo de Puebla debieron suspenderse, entre otras cosas por la algarabía mundialista. Nunca la agenda kirchnerista había quedado tan desfasada del fervor popular. Los instrumentos de medición del humor social también se atrofian con el paso del tiempo. Ahora están pensando en organizar un acto en marzo (no se sabe si para el día en que se conozcan los argumentos del fallo de Vialidad) y en incorporar la “proscripción” de Cristina como una causa de reclamo en la tradicional marcha del 24 de marzo por los derechos humanos, una asociación demasiado sensible y riesgosa.
La tercera manifestación de la estrategia también está en marcha, y consiste en incrementar la presión sobre Alberto Fernández, demandándole ampliar la Corte y modificar el Consejo de la Magistratura a través de un DNU, una idea que el Presidente no acompaña. La iniciativa que pareció aislada cuando la planteó el ministro de Justicia, Martín Soria, cobró otro volumen cuando la replicó Jorge Capitanich, y después el senador Oscar Parrilli. “No tengas dudas, es Cristina la que está detrás, no son declaraciones personales. No sé si lo impulsó ella, pero seguro lo avaló”, ratificó una fuente del Instituto Patria.
La inquietud electoral
En el kirchnerismo admiten que es muy difícil que Cristina revierta su decisión de no disputar la Presidencia, pero sí creen que puede terminar siendo candidata a senadora. También hay una lógica numérica. Si bien es por lejos la figura más atractiva del Frente de Todos, no le alcanzaría para volver a la Casa Rosada. Pero al mismo tiempo, su ausencia absoluta de la boleta deprime fuertemente la intención de voto y pone en riesgo el objetivo vital de retener la provincia de Buenos Aires. Desde el entorno de Axel Kicillof difundieron en los últimos días una serie de sondeos que lo muestran a la cabeza en intención de votos, pero con el condicionante clave del respaldo de Cristina.
Algunos encuestadores que miden para Juntos por el Cambio admiten que el gobernador bonaerense está al frente y tiene chances de retener la provincia, aunque Diego Santilli no lo sigue de tan lejos. En una charla informal, Kicillof blanqueó hace pocos días que evalúa como posible la hipótesis de una coexistencia con un gobierno de JxC a nivel nacional. Es decir, con el peronismo en la provincia y el macrismo en la Casa Rosada. Hay solo dos ejemplos en los 40 años de democracia: la convivencia entre 1987 y 1989 de Antonio Cafiero con Raúl Alfonsín, y la de Carlos Ruckauf y Fernando de la Rúa entre 1999 y 2001. Por razones muy distintas, ambas precedieron a las crisis institucionales más fuertes de este período histórico. Kicillof habla de ese escenario en términos de una confrontación de modelos, una resistencia ideológica y una batalla cultural. La avenida General Paz se transformaría en una línea Maginot.
En la oposición admiten la posibilidad de que se dé este escenario y confían en poder administrarlo a partir de las fragilidades económicas de la provincia y su dependencia de los giros de la Nación. Pero el panorama sería tan ríspido que prefieren ilusionarse con repetir el triple triunfo de 2015. Kicillof está aferrado al proyecto de reelección para eludir cualquier invitación a inmolarse por la Presidencia, y ha logrado bastante consenso interno en ese sentido. Sin embargo en la reciente entrevista que le dio a La Nacion dijo que es un tema “que se va a resolver en conjunto”. Para algunos fue una ventana que extrañamente prefirió dejar abierta.
En el kirchnerismo reconocen que la reinstalación de Cristina es una respuesta a la postura irreductible de Alberto Fernández; si él no se baja, ella debe mantenerse vigente. El Presidente inició el año con nuevos bríos y actitud de campaña. Tropieza con las ausencias de funcionarios y gobernadores en los actos (hay viejos caciques provinciales del peronismo que expresan durísimas críticas en off), y con el corrimiento de quienes formaban su base política, pero él no se deja arrinconar.
Quienes están cerca suyo dicen que se rige por una rutina más activa y que se muestra decidido a reivindicar su gestión basado en lo que entiende que será su legado: una mejora en el nivel de empleo (aunque sea mayoritariamente precario), en el crecimiento del PBI durante tres años consecutivos (a pesar de que en 2023 el pronóstico sea muy acotado) y en la recuperación de los salarios (si bien recién a fin de año hubo algún progreso mínimo). En su entorno repiten que con la autoexclusión de Cristina, no hay un candidato natural, y que en esa “pelea de enanos”, Alberto puede imponerse. Es el problema de mezclar deseos con realidad. Parece más sincero el retrato que ofrece un exfuncionario que habló con él hace dos semanas: “Con el juicio a la Corte y los logros de su gestión busca mantener centralidad y preparar su legado. No puede bajarse ahora de la carrera electoral porque al día siguiente no lo saluda ni el granadero de la Rosada. Pero está pensando en el argumento para dar un paso al costado, que sería hablar de ‘retirar la fórmula’. Es decir, postular que como Cristina se corrió, él también lo hace, con la idea de que cumplieron una etapa de transición y ahora es tiempo de liberar el camino”. Como en el caso de la vicepresidenta, parecen recursos narrativos para maquillar los límites electorales objetivos que dejan las encuestas.
El peronismo intuye el vacío y se desespera. Si Cristina no corre, y Alberto se baja, solo hay dos escenarios posibles. Una es aglutinarse entorno de Massa como candidato de consenso. Abonan esta demanda algunos sondeos que dan cuenta de una disminución del pesimismo social hacia el fin de 2022, aunque no está claro si la razón fue Massa o Messi. La consultora Poliarquía da cuenta en su primera medición del año de “una recuperación en los indicadores relativos al humor social” y de que “en cuanto a la situación económica nacional, la evaluación negativa cae al valor más bajo en nueve meses”, naturalmente todo desde un piso muy bajo y una ponderación del Gobierno adversa en su mayoría.
Los gremios de la CGT son los principales promotores de la alternativa Massa. Los gobernadores están más divididos; arrastran ciertas desconfianzas hacia el ministro. El ecosistema bonaerense (intendentes, movimientos sociales, camporismo) hará lo que diga Cristina, la Green Card del conurbano que les permite seguir siendo residentes permanentes del poder. En La Cámpora también lo apoyan, pero tortuosamente. Massa representa algo muy diferente y tener que encolumnarse detrás suyo sería otra resignación, como en 2015 con Scioli y en 2019 con Fernández.
Sin embargo, la principal determinante de una eventual candidatura de Massa no está dentro del Frente de Todos, sino afuera, en el manejo de la economía. Acaba de cerrar la peor semana desde que asumió a partir de lo que considera que fue “una corrida dolarizadora” que buscó forzarlo a una devaluación. Así define los movimientos que se registraron entre el lunes y el miércoles y que terminaron con la recompra de US$1000 millones de deuda, una medida que conversó con Cristina, con Alberto y con Kicillof. Más allá del espinoso tema de si hubo una filtración de datos que hizo subir la cotización antes de la medida, lo más complejo es que los mercados volvieron a expresar su desconfianza sobre la fragilidad de la economía, algo que no había ocurrido tan nítidamente durante los meses que Massa lleva de gestión.
El último informe de la consultora Equilibra, que dirige Martín Rapetti, enumera una serie de razones que generaron inestabilidad, entre ellas la tendencia a dolarizarse en años electorales (menciona la hipótesis de que si la oposición gana podría buscar levantar el cepo rápidamente y de ese modo generar una llamarada inflacionaria que hunda el peso); la inquietud por la acumulación de vencimientos en pesos concentrados entre el segundo y el tercer trimestre del año (un punto del PBI por mes); y el efecto de la sequía en el ingreso de dólares (unos US$13.000 millones, según sus cálculos). El informe destaca la creatividad financiera de Massa pero también admite que tiene “un poder limitado dado que el Tesoro no tiene dólares para hacer mucho más”. La semana terminó con datos negativos en las cotizaciones. La que se inicia es clave para definir esta pulseada con los mercados. Por eso Massa se enoja cada vez que le hablan de su postulación. Percibe que la especulación política mete ruido en su objetivo de estabilizar la economía y, en consecuencia, compromete justamente su eventual candidatura.
El plan alternativo que pergeña el oficialismo en el caso de que la economía no se enderece y Massa cumpla su promesa de no participar, es habilitar una gran PASO donde compitan todos los que exhibieron alguna voluntad, desde Juan Manzur y Daniel Scioli, hasta Capitanich y Wado de Pedro. Se trataría de un escenario muy extraño, sin ninguno de los tres integrantes originales de la banda en el cartel; una suerte de Frente de Todos “revisited”. En este caso, el éxito electoral se convertiría en un objetivo rebelde.
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