La crisis agiganta la tarea de Macri y Fernández
Los empresarios y los mercados ya dieron por terminada la elección. Macri perdió. "Apretaron el botón y se llevaron todo el dinero", dijo una alta fuente oficial. La elección no terminó, pero ese círculo rojo del que siempre habla el Presidente es el que traza el rumbo fundamental de la economía. La extraña situación agiganta la tarea de Macri y la del propio Alberto Fernández.
El candidato del Frente de Todos todavía no es presidente electo, pero empresarios y mercados lo tratan como si ya lo fuera. Es cierto que es muy difícil para el Presidente revertir los resultados de las primarias, pero no es imposible. El cambio de la tendencia es posible, pero poco probable. Es la definición que popularizó Juan Carlos de Pablo. Todos la hacen suya ahora. Para cambiar ese resultado, Macri debe encarar no solo una misión electoral homérica, sino también impedir que la situación económica (y, por lo tanto, la de la gente común) se deteriore aún más.
¿Puede seguir siendo presidente y candidato? Para las cruciales elecciones de octubre faltan todavía más de dos meses. El propio titular del Banco Central, Guido Sandleris, aceptó ayer que la escalada del dólar de la semana pasada aumentará la inflación de agosto y de septiembre. La sociedad votará, entonces, junto con la rabieta por la suba de los precios. La otra consecuencia es que comprometerá la incipiente reactivación económica que los economistas empezaban a percibir. Algunos economistas pronosticaban un crecimiento para el último trimestre (cuando sucederá la elección de octubre) de entre el 4 y el 5 por ciento. Otros eran más módicos: vaticinaban solo un 0,50 por ciento de crecimiento para los dos trimestres últimos del año. La política cambió los papeles de los economistas. Y modificó también la situación electoral del Presidente. La necesidad electoral y la razón política obligan ahora a Macri a ser un hombre de Estado y relegar la condición de candidato hasta los 20 días previos a las elecciones. En la medida en que la sociedad lo entrevea ahora como un jefe de Estado, más que como un candidato, puede ser en octubre un candidato con mejores posibilidades. Si ahora fuera presidente y candidato, sería un político débil en ambas condiciones.
Alberto Fernández debe asumir, a su vez, la condición que le dio el electorado, la del candidato presidencial con más posibilidades de ocupar el principal despacho de la Casa Rosada a partir del 10 de diciembre. O, para ser más precisos, la que le dieron los empresarios y los mercados: la de seguro sucesor de Macri. Cualquier palabra suya es colocada bajo una implacable lupa, una y mil veces. El domingo, en un reportaje con el diario Clarín, deslizó que su primera prioridad serían las exportaciones porque esa es la manera de generar dólares genuinos para pagar la deuda. Y agregó que negociaría bonista por bonista la forma en que se iría pagando la deuda. No dijo que no pagaría la deuda, sino que la pagaría, en algunos casos, de una manera diferente a la de Macri. Suficiente. Los mercados volvieron a hundir los bonos y acciones argentinos y a elevar el riesgo país. Ayer, antes de la apertura de los mercados, debieron salir Sandleris y el flamante ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, para frenar lo que se preveía como otro día negro para el peso argentino en su lucha desigual con el dólar. Lacunza y Sandleris promovieron cierta confianza porque al final el precio del dólar quedó como estaba el viernes pasado. La responsabilidad política le impone a Fernández saber que ya no es un candidato más; es el candidato que puede ser presidente dentro de menos de cuatro meses. De hecho, él mismo se dio cuenta del efecto de sus palabras y mandó a Guillermo Nielsen, uno de sus principales asesores económicos, a aclarar en la cadena Bloomberg, la que más rápido llega a Wall Street, que él no proyecta reestructurar la deuda pública argentina.
Uno, Macri, debe despojarse de su condición de candidato hasta las vísperas electorales; el otro, Fernández, debe reconocer que sus palabras tienen ahora un precio más alto que antes del 11 de agosto. De hecho, tanto él como Roberto Lavagna habían propuesto antes de las primarias una reestructuración de la deuda con el Fondo Monetario (no con los bonistas). Lavagna hasta le pidió a Macri que lo hiciera él antes de irse. Ni las acciones ni los bonos ni el dólar se movieron. Las encuestadoras argentinas que abastecen a Wall Street son las mismas que medían para el Gobierno. Los mercados creían en las amplias posibilidades de Macri de ser reelegido. Todas se equivocaron. La brocha gorda de los mercados los llevó de un extremo a otro: ahora Fernández es, para ellos, el presidente electo que todavía no es. Esa es la nueva realidad del candidato peronista, que le impone nuevas obligaciones. El Presidente y él volvieron a hablar por teléfono cuando el lunes presagiaba un martes ingrato. No hubo tensión en la primera conversación entre ellos, salvo en un momento. Fue cuando Macri le deslizó alguna crítica a Cristina Kirchner. Fernández le advirtió: "Si la criticás, yo la defenderé". Es su compañera de fórmula. Tiene su suerte atada a ella.
Los empresarios argentinos pasaron de Olivos a Puerto Madero sin pudor. Hacen cola para ver a Alberto en su casa o en sus oficinas particulares de la avenida Callao. Son los mismos que, según inmejorables funcionarios oficiales, apretaron el "botón" y se llevaron el dinero del país (en dólares, desde ya). La situación es extraña, porque por extracción Macri es mucho más cercano a ellos que Alberto. Son las apariencias. Nunca hubo una relación fluida de Macri con los empresarios, a muchos de los cuales conoce desde que era adolescente. "Los conozco...", suele deslizar Macri sin precisar qué es lo que conoce, aunque no parece ser nada halagador. Algunos empresarios nunca le perdonaron que no haya hecho nada para salvarlos de la causa de los cuadernos. Pero ¿qué podía hacer Macri si el tema estaba en manos de la Justicia? Muchos argentinos importantes, no solo exfuncionarios, creen que la Justicia debe manejarse con órdenes políticas.
Gran parte del descalabro del lunes en los mercados del exterior (aquí hubo un feriado oportuno) fue la coincidencia de aquellas imprecisas palabras de Alberto sobre la deuda y la salida del exministro de Hacienda Nicolás Dujovne. Dujovne carecía de credibilidad en vastos sectores sociales y económicos desde hacía mucho tiempo. Había hecho pronósticos a la política, a la sociedad y al propio Presidente que nunca se cumplieron. Pero tenía el respaldo del Fondo Monetario. Era el ministro del Fondo en el gobierno de Macri, y no un ministro de Macri que negociaba con el Fondo. De hecho, la exdirectora general del Fondo Christine Lagarde le pidió en su momento a Macri que preservara a Dujovne, aunque de manera no tan directa. La insinuación de Lagarde fue clara justo en instantes en que el exministro estaba cerca del despido. Dujovne se fue ahora porque su gobierno está débil, pero también porque las últimas medidas de Macri, instrumentadas por el ministro de la Producción, Dante Sica, iban a contrapelo de los acuerdos con el Fondo. Dujovne no podía estar de acuerdo con la eliminación del IVA para los productos de la canasta básica ni con la postergación del aumento de las naftas. En el fondo, Macri tampoco lo está, pero recibió el mensaje del 11 de agosto. La política de ajuste es demasiado severa para importantes sectores sociales, incluida la clase media.
La otra cabeza que muchos pedían era la de Marcos Peña. Era lo más parecido a pedirle la renuncia al propio Presidente. Peña forma parte casi de la familia presidencial. Vamos a los hechos. Si el voto contra el Gobierno fue de protesta contra la situación económica, ¿qué tiene que ver Peña con esa parte de la gestión? Por más que la Constitución ponga en manos del jefe de Gabinete la ejecución del presupuesto, lo cierto es que las decisiones económicas fundamentales fueron del Presidente y de sus ministros a cargo de carteras económicas. Peña se pudo haber equivocado en la campaña cuando les dio demasiada importancia a las nuevas tecnologías en la información que recibe la gente común. Pero esos errores no son culpables de un abismo de separación de 15 puntos entre el principal candidato opositor y el Presidente. La campaña quedó ahora en manos de dos veteranos de viejas batallas electorales, Elisa Carrió y Miguel Ángel Pichetto, que les dan tanto valor a las redes sociales como al contacto personal con la gente común. Los dos pueden hacer mucho. O nada. Depende de algo que ellos no controlan: que la economía encuentre un punto de estabilización. Mauricio Macri y Alberto Fernández tienen más influencia que cualquier otro y a los dos les conviene una economía más tranquila. No es necesario que se quieran. Basta con la necesidad política que comparten.
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