La cortina de humo de Alberto Fernández
Los dos gobernadores jugaron al límite de la ley a sabiendas de que la Corte podía frenarlos; pese a los fallos en contra, consiguen digitar el proceso sucesorio
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La derrota puede ser una forma retorcida de disfrazar un triunfo inconfesable. Juan Manzur y Sergio Uñac claman ser víctimas del fallo in extremis de la Corte Suprema que suspendió las elecciones en Tucumán y San Juan y los puso al borde de la inhabilitación. Pero el desenlace lejos está de ser una sorpresa para ellos. De hecho, era una variable muy probable cuando trazaron sus respectivos planes de competir por otro mandato en desafío a las constituciones de sus provincias.
En el frío cálculo de sus opciones de futuro los dos recurrieron al enredo como herramienta de construcción política. La picaresca sienta su propia jurisprudencia: ejemplos recientes enseñan que saltarse la ley puede ser la forma más eficiente de sobrevivir en el poder en sistemas que naturalizan el desparpajo institucional.
Está claro que Uñac y Manzur hubieran preferido que la Corte no interviniera o que rechazara las impugnaciones a sus candidaturas. Que los jueces hicieran la vista gorda era una posibilidad. Por desidia profesional, por disputas internas entre los miembros del tribunal, por tacticismo en la pelea que sostienen con el gobierno nacional. Había espacio para el “si pasa, pasa”.
Sin embargo, la aventura de la reelección a toda costa se asienta en una lógica distinta. Uñac y Manzur jugaron en los límites de la ley porque de esa manera podían garantizarse hasta el final de sus mandatos el control del peronismo provincial e impedir que se desatara una cruenta batalla sucesoria. La expectativa de continuidad del líder es un factor de orden interno insoslayable.
El fallo irrumpió como un bache en el camino, pero tanto Uñac como Manzur estarían en peores condiciones personales si se hubieran resignado a acatar desde un principio la fría letra de la ley. La intempestiva reacción de Alberto Fernández, que reaviva la guerra santa contra la Corte, funciona como cortina de humo perfecta para disimular la maniobra. “Tienen a la democracia como rehén”, clamó el Presidente. Un nivel de dramatismo e indignación que evitaron Manzur y Uñac al anunciar taxativamente que acatarán las sentencias.
Veamos el caso de Uñac. En el papel de víctima y acuciado por los plazos, es indudable que el gobernador será el encargado de decidir sin necesidad de consultar con nadie quién lo reemplazará en la boleta si la Corte finalmente lo inhabilita.
El eventual elegido quedará retratado como una rueda de auxilio, tributario inevitable del líder que lo puso a las puertas del gobierno sin tiempo siquiera para pensar en una construcción propia. ¿Qué mejor reaseguro para mantener las riendas, convertirse en tutor de una administración surgida de la emergencia y prepararse para volver a competir en 2027? Tiene la opción incluso de mantener el apellido en carrera, si dispusiera que su hermano y senador nacional José Rubén Uñac tomara la posta. Después tendrá que ganar en unas elecciones que venían reñidas, pero al menos ya evitó que se licuara su poder antes de tiempo. Ya de por sí tenía enfrente el desafío de su mentor, el veterano José Luis Gioja, anotado como candidato dentro del oficialismo para una votación donde rige la polémica ley de lemas.
Un beneficio colateral: las elecciones de legisladores provinciales se harán de todos modos este domingo y, por falta de tiempo, el Tribunal Electoral de San Juan autorizó a que se mantengan en el cuarto oscuro las papeletas que ya habían sido impresas. Es decir, que aunque no se recuenten los votos a gobernador el arrastre del apellido Uñac podría beneficiar a los candidatos que van en la boleta sábana.
El laberinto tucumano
Manzur la tiene algo más difícil, ya que su plan consistía en mudarse a la vicegobernación y manejar la estratégica Legislatura tucumana. En el revuelo del fallo de la Corte, tendrá una voz decisiva la resolución de la oferta final de un peronismo turbulento. Pero, ¿qué habría pasado si desde el primer momento se hubiera resignado a que su ciclo institucional estaba vencido? ¿Hubiera podido pactar con Osvaldo Jaldo, su actual vice y candidato a sucederlo, desde el incómodo lugar del pato rengo? Difícil imaginarlo después de la intensidad de la guerra interna que llegaron a vivir dos años atrás, antes de que Manzur pidiera licencia para ir a la Jefatura de Gabinete nacional.
El drama del médico que soñaba con ser “Juan XXIII” es que su enemigo íntimo Jaldo no tiene impedimentos legales para competir. La crisis requiere como solución encontrar un compañero de fórmula, lo que pone a Manzur en el dilema de buscarse un castillo desde el que ejercer influencia.
Una opción consiste en que su eventual reemplazo sea el senador Pablo Yedlin, lo que le permitiría quedarse con la banca hasta 2027, porque se hizo elegir como primer suplente. Suena a poco. Por algo en Tucumán se respira un aire ambiguo: inquietud manzurista y disimulada alegría jaldista. Delicias de la interna peronista.
Los maestros
Uñac y Manzur leyeron el manual que escribió Gerardo Zamora en Santiago del Estero. Él fue el primero de los gobernadores kirchneristas impedidos de competir por un fallo de la Corte, en 2013. Quería un tercer mandato seguido, en abierta violación de la Constitución. Los jueces -sin Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz aún en el tribunal- suspendieron las elecciones cinco días antes del día en que debían ocurrir. Igual que ahora. Dos semanas después invalidaron la candidatura del gobernador. Zamora postergó cinco semanas las elecciones, se hizo reemplazar por su esposa, Claudia Ledesma Abdala, y su partido ganó con el 64,7% de los votos. Él volvió en 2017 y fue reelegido en 2021.
Lo imitó en la patriada de desafiar los límites constitucionales el rionegrino Alberto Weretilneck cuando, en 2019, buscó su tercer mandato seguido. Fue por todo. Se chocó con la pared de la Corte. Y, sobre la hora, eligió a su ministra de Turismo, Arabela Carreras, como candidata accidental. Apenas conocida, sin estructura propia y forzada a dar el salto a los primeros planos de un día para otro, ella ganó, pero quedó obligada a guarecerse en la sombra del jefe. Weretilneck accedió a una banca en el Senado y durante cuatro años operó en nombre del gobierno de la provincia como si fuera propio. El mes pasado, fue elegido otra vez gobernador, sin que Carreras expresara la más mínima vocación de disputarle el cetro. Nota al paso: quien motorizó el fallo contra Weretilneck fue Martín Soria, actual ministro de Justicia que ahora despotrica contra los mismos cortesanos que le habían dado la razón a él hace cuatro años.
En todos los casos, también en el de Manzur y Uñac, resulta vital la influencia del gobernador sobre los poderes judiciales provinciales. Esos tribunales suelen encontrar argumentos jurídicos que encajan convenientemente con la forma en que los caudillos entienden que donde pone que solo son válidos “dos mandatos seguidos” en realidad quiere decir “tres”.
A la Corte Suprema de la Nación estas causas les llegan con las elecciones ya convocadas y con el reloj corriendo. De manera que a la decisión de impugnar una candidatura sobreviene una situación crítica: acusaciones públicas de “injerencia indebida”, victimización del gobernador y un abroquelamiento del oficialismo, que deja las manos libres al líder herido para maniobrar en situación de riesgo.
Es un mal menor para políticos que sintonizan con un clima de época en la Argentina de la crisis sin fin: el sueño del feudo propio está más vivo que nunca.
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