La complicidad kirchnerista con Maduro
El silencio de Cristina Kirchner es un mal mensaje para el dictador de Venezuela, que muestra señales de debilidad; Andrés Larroque dijo que el discurso de Javier Milei no respeta la voluntad popular
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Cristina Kirchner calla mientras Caracas arde de rebeldía. Una elección fraudulenta ha sucedido y el régimen dictatorial de Nicolás Maduro, heredero intelectual y políticamente menor de Hugo Chávez, intenta, como todos los dictadores de este mundo, conservar un poder que robó. La Cámpora se sorprendió porque el canciller de Maduro incluyó a esa organización entre muchas otras que reconocieron la supuesta victoria electoral del chavismo residual. “No sé por qué estamos en ese listado”, dijo, azorado, un dirigente de esa facción ultracristinista; no dio su nombre ni hubo documento oficial de La Cámpora. Solo Andrés “Cuervo” Larroque, que va y viene de La Cámpora (fue secretario general de la organización, pero ahora está más cerca del gobernador Axel Kicillof, su empleador, que nunca fue camporista), dijo que el discurso de Javier Milei no respeta la voluntad popular. Hizo un circunloquio para llegar a la conclusión de que la voluntad popular del domingo en Venezuela consistió en confirmar a Maduro en el poder hasta el año 2031.
¿Larroque se pronunció por su cuenta? ¿Es él y nadie más en el mundo camporista? ¿El kirchnerismo es, acaso, lejano al gobierno autoritario de Venezuela, que lleva 25 años en el poder y que se convirtió en uno de los regímenes más crueles y criminales del subcontinente? No, desde ya. El silencio de Cristina Kirchner es un mal mensaje para Maduro: el tirano de Caracas está débil (Cristina sería la primera propagandista del triunfo chavista si la victoria hubiera ocurrido). Pero a la expresidenta la delatan las pocas adhesiones que recibió Maduro. Por ejemplo: Rusia (Cristina fue la primera en reconocer como justo el opresor manotazo de Putin sobre Crimea en 2014); Irán, país gobernado por un régimen criminal con el que ella firmó un acuerdo inverosímil para esclarecer el atentado a la AMIA; China, otro gobierno autoritario que reconoce a Maduro sobre todo porque no sabe si un opositor suyo en el gobierno le pagará los 10.000 millones de dólares que la Venezuela chavista le debe a Beijing; Cuba, donde Cristina Kirchner se quebró de emoción cuando conoció a Fidel Castro, el líder de una revolución que mató, torturó y envió al exilio a millones de cubanos, y Honduras, donde gobierna Xiomara Castro, quien se propuso fundar un sistema socialista democrático en un país arrasado por la pobreza y el atraso. Cristina Kirchner es amiga de Xiomara Castro y de su marido, el expresidente hondureño Manuel Zelaya.
Solo con el dictador de Nicaragua, Daniel Ortega, quien también homologó el fraude de Maduro, Cristina Kirchner no se lleva bien. Pero no tiene con él un problema político, sino personal. Ortega fue denunciado por su hijastra de haberla violado repetidamente. Su madre, la todopoderosa Rosario Murillo, esposa y vicepresidenta de Ortega, se colocó del lado de su marido y calificó de “loca” a su hija. Cristina Kirchner no avaló semejante humillación de la pareja presidencial a una mujer que debió exiliarse de Nicaragua. En síntesis, casi todos los amigos internacionales de Cristina Kirchner, que son muy pocos, son también los amigos de Maduro, con la sola excepción de los Ortega de Nicaragua.
¿Cómo olvidar, además, el caso de la valija de Guido Antonini Wilson? Antonini es un hombre voluminoso que llegó al Aeroparque metropolitano en la madruga de un día de agosto de 2007, poco antes de las elecciones que la convirtieron a Cristina Kirchner por primera vez en presidenta de la Argentina. Esto sucedió en octubre de 2007. Antonini viajó desde Caracas hasta Buenos Aires en un avión privado rentado por el gobierno argentino y lleno de funcionarios venezolanos y argentinos. Una funcionaria de la Aduana descubrió en una valija de Antonini la existencia de 790.550 dólares, que fueron confiscados y que nunca nadie reclamó. Hasta ahora. Néstor Kirchner, entonces todavía presidente, argumentó que Antonini traía ese dinero para llevarlo a Uruguay y blanquearlo en Montevideo. ¿Pruebas? Ninguna.
Cristina Kirchner, que ya entonces cultivaba cierta devoción por la conspiración y padecía de paranoia, prefería sostener que esa valija y su dueño, Antonini, formaban parte de una operación de la CIA para desestabilizar al kirchnerismo argentino. ¿Pruebas? ¿Indicios? Ninguna, ninguno. Si el avión fue rentado por el gobierno argentino y llevaba a funcionarios venezolanos y argentinos del gobierno de Néstor Kirchner, ¿cómo fue posible la supuesta operación de la CIA? O la operación es una fantasía o los funcionarios de ambos países eran unos inservibles. Luego, un exjefe de inteligencia y Contrainteligencia del chavismo, que se exilió en España, Hugo “el Pollo” Carvajal, denunció que Hugo Chávez contribuyó con 21 millones de dólares a la campaña electoral de Cristina Kirchner y que aquel vuelo de Antonini Wilson fue solo uno entre otros 20 viajes. Carvajal fue extraditado de España a los Estados Unidos en 2023 acusado de tráfico de drogas. El caso de la valija de Antonini fue juzgado en la Argentina y Claudio Uberti, un funcionario argentino clave en la relación del kirchnerismo con el chavismo, fue condenado a 4 años y seis meses de prisión. Uberti acompañaba a Néstor Kirchner desde Santa Cruz.
¿Cómo olvidar al embajador de carrera Eduardo Sadous, que era el representante argentino en Caracas en los primeros años de Néstor Kirchner? Sadous escribió en 2005 un despacho formal y oficial a la Cancillería argentina denunciando que existía en Caracas una “embajada paralela” para “manejar los negocios y las gestiones comerciales” entre los dos países. Esa embajada paralela era controlada por el entonces ministro de Planificación, Julio De Vido. ¿A cargo de quién estaba la embajada paralela en Venezuela? De Claudio Uberti, cómo no. Sadous, quien murió en 2022, fue desplazado de la embajada en Caracas después de la denuncia. Luego de varios años sin destino, hasta intentaron negarle la jubilación que le correspondía.
La vinculación del kirchnerismo con el chavismo tenía poco de política e ideología y mucho de negocios cruzados. Chávez llegó a cobrarle el 15% anual de interés por un préstamo en dólares que le hizo a Néstor Kirchner. El argentino no dijo que no, pero ordenó el fin de ese negocio con Chávez: “Es la última vez que le pagamos semejantes intereses”, mandó.
La Organización de Estados Americanos (OEA), que conduce el uruguayo Luís Almagro, dio el documento más duro que se recuerde sobre una elección latinoamericana. “El manual completo de manejo doloso del resultado electoral, dice la OEA, fue aplicado en Venezuela en la noche del domingo”, y agrega: “Maduro debe reconocer la derrota”. Esta última aseveración de la OEA se respaldó en que Maduro no mostró ninguna prueba de su triunfo, mientras la oposición exhibió el resultado del 40% de las actas electorales, que es el porcentaje al que pudo acceder. Sin embargo, diplomáticos europeos que conocen la situación de Venezuela señalaron sobre el futuro de la situación que es difícil predecirlo porque “desgraciadamente Maduro tiene la ventaja del uso indiscriminado de la represión”. Y, debe agregarse, la complicidad de la cúpulas militares, acusadas por varios gobiernos extranjeros de estar implicadas en el tráfico de drogas y de armas. Tanto Chávez como Maduro enhebraron una férrea alianza con las conducciones militares mediante presupuestos generosos para la compra de armas; también permitieron el narcotráfico entre los uniformados.
Tanto Maduro como muchos otros funcionarios chavistas y jefes militares no podrían salir de Venezuela sin el riesgo de ser detenidos. De hecho, existe un proceso judicial abierto en la Corte Penal Internacional de La Haya contra Maduro por violación de derechos humanos, tortura, secuestro y muerte de opositores. Por todo eso, resultaba ingenuo que hubieran existido expectativas previas de un triunfo opositor en Venezuela; esas expectativas eran fácilmente perceptibles en la Argentina. Una dictadura es una dictadura. Si Maduro reconocía el triunfo de la oposición y se comprometía a entregar el gobierno, hubiera sido un demócrata, no un dictador. La “ética de la derrota” expuesta por Julio Sanguinetti, quien se inspiró en una frase de Felipe González cuando habló de la “aceptación de la derrota” en un sistema democrático”, es propia de personas que aceptan las reglas del sistema político.
La Argentina tuvo en los últimos 10 años políticas contradictorias e incoherentes sobre el régimen dictatorial de Venezuela. Cristina Kirchner se inclinó ante esa jerarquía caraqueña, que confía más en los militares que en las urnas y que violó casi todos los derechos humanos. Doble moral. Chavez y Maduro son buenos, mientras Videla y Pinochet son malos, aunque los cuatro hayan hecho lo mismo. Maduro lo sigue haciendo. El período de Macri fue de una durísima impugnación a Maduro; el expresidente bajó la representación en Caracas de embajador a encargado de negocios y reconoció al líder opositor Juan Guaidó como presidente de Venezuela.
El regreso de Cristina Kirchner al poder, como vicepresidenta de Alberto Fernández, significó también la cordial reconstrucción de la relación con el chavismo. Nombró como embajador político de la Argentina a Oscar Laborde, que terminó abrazado al chavismo hasta el extremo de ser condecorado por el gobierno de Maduro.
Milei retomó la política de Macri y decidió no nombrar embajadores en Venezuela, Cuba y Nicaragua, donde solo hay encargados de negocios. En Caracas, es lo que había en representación de la Argentina hasta la noche del lunes, cuando Maduro decidió expulsar a todo el personal diplomático de la Argentina y de otros seis países de América latina que no reconocieron su triunfo. No sucedió nada imprevisto ni inesperado. Solo ocurrió que la pobre Venezuela chocó con lo probable.
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