La ciudad de cemento que navega con aeronaves de guerra de EE. UU. por la plataforma continental argentina
El USS George Washington, uno de los portaaviones nucleares más grandes del mundo, llegó para realizar ejercicios militares; tiene una dotación de 5500 marinos -el 20% mujeres- y desde 2015 nuestro país no recibe un navío militar de similar envergadura
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MAR DEL PLATA (Enviada especial).- A 110 millas (unos 180 kilómetros) de aquí hay una ciudad de concreto y acero que transporta alrededor del planeta a más de 45 aeronaves y helicópteros de combate e inteligencia estadounidenses. Es uno de los portaaviones más grandes del mundo, con una longitud equivalente a casi cinco obeliscos. Este viernes el USS George Washington estaba a las afueras de la costa bonaerense, moviéndose lentamente en dirección al sur. Pasará a través del estrecho de Magallanes, subirá por el Pacífico, hará una parada en Valparaíso, Chile y luego continuará al norte pasando por Perú y Ecuador.
La última vez que una embarcación de este porte estuvo en la plataforma continental argentina fue en 2015. En los últimos nueve años, otros países de la región, como Chile en 2022, recibieron visitas de otros portaaviones, pero nuestro país no. Consultada al respecto, la embajada de Estados Unidos aseguró a LA NACION que no se debe a que la Argentina haya quedado afuera de alguna misión de las fuerzas armadas de ese país, aunque no pudieron confirmar que la Argentina no haya preferido quedar afuera de este tipo de ejercicios.
Las Fuerzas Armadas participaron durante los últimos cinco días en diversas actividades. Se sumaron a la flota que rodeó al “Warfighter”, como lo apodan los marinos, dos corbetas, dos destructores y tres patrulleros, junto con grupos de oficiales de distinto rango de la Armada y la Fuerza Aérea, especialmente. Sin embargo, de los ejercicios conjuntos no participaron aeronaves nacionales. Se debe a que tienen la tecnología para aterrizar en un portaaviones, pero desactualizada respecto de los avances que son requeridos para hacerlo en este buque.
Para llegar a la ciudad de cemento en el medio del mar se requirieron, por la distancia y las condiciones meteorológicas amables, unos 40 a 45 minutos desde el aeropuerto de la localidad balnearia. Los transportes fueron provistos por la US Navy, que puso a disposición dos helicópteros Nightdippers para transportar a autoridades argentinas y estadounidenses, como el embajador Marc Stanley, quien pasó una noche allí.
La aproximación del buque y la colaboración de las Fuerzas Armadas representan un capítulo más en la renovada cercanía entre Estados Unidos y la Argentina, que en el aspecto militar no ha implicado firma de nuevos convenios por el momento, pero sí la reanudación de otros acuerdos viejos, que hace cuatro años no se ponían en práctica. Este jueves, la representación política de la gestión libertaria la hicieron Luis Petri, ministro de Defensa, y Diana Mondino, titular de Relaciones Exteriores y Culto.
En los últimos días fue permanente la presencia de argentinos en el barco, que se enorgullecieron por la devolución de las autoridades estadounidenses, que destacaron los altos niveles de preparación de las Fuerzas Armadas. “Lo que faltan son herramientas, oficiales capacitados sobran”, destacó un oficial de la Armada. Con quienes no estaban tan consustanciados fue con el personal civil de las carteras ministeriales que, según contaron varias fuentes presentes, no siguieron los protocolos básicos de seguridad solicitados por Estados Unidos, como no filmar algunas aeronaves de combate (los F-35C) y no tocarlos en general.
Una nave de US$12.000 millones
La inmensidad del océano no opaca en absoluto el tamaño de la embarcación. Desde el aire, de ignorar la masa de agua, el USS George Washington parece un aeropuerto y tiene más actividad en pista de la que había en Mar del Plata una hora antes. Sobre el mar flotan US$2.000 millones, casi un tercio de la deuda de la Argentina al Fondo Monetario Internacional, para poner en perspectiva. A su vez, sobre él descansan y aguardan ejercicios una cuarentena de aviones y helicópteros de, por lo menos, US$40 millones cada uno.
Hay Lightnings y Super Hornets, específicos para combate. Los Hawkeyes recopilan y envían información a submarinos. Hay Growlers y Seahawks. Todos llevan su escudo: “Jolly Rogers”, con su calavera negra y amarilla y los “Grandmasters”, con la figura de un caballo, entre otros. Siempre cerca del buque, un destructor y un barco logístico, que provee de combustible como una estación de servicio particular, en el océano.
La vida de las 5500 personas que están permanentemente a bordo del portaaviones tiene dinámicas únicas, aunque también similitudes sorprendentes con lo que serían sus vidas en sus hogares. En el barco hay clases de zumba, un Starbucks (con precios más baratos que los que se pagarían en la mayor parte de Estados Unidos y con marinos entrenados como barman) y un buffet variado. Tienen gimnasio, cine y spinning. Pero no tienen Wifi permanente. Entre las siete de la mañana y cinco de la tarde, solo un puñado de oficiales de alto rango tienen conexión con el mundo exterior.
Por la noche hacen videollamadas con sus seres queridos, ven películas y acceden a videojuegos con, posiblemente, mejor Internet del que tendrían en sus casas, pese a estar a cientos de kilómetros de tierra firme.
Los tripulantes y marinos hacen grandes sacrificios para estar allí, pero exhiben una pasión inusualmente encendida por su trabajo, que disimula lo que han dejado atrás para embarcarse.
Algunos no vuelven a sus casas por dos años y medio. Es el caso del contramaestre Hightower, de casi 36 años, que asegura que “por suerte encontró una ‘strong country woman’ (mujer fuerte del campo), que apoya completamente su decisión respecto a esta aventura”. Los hijos de algunos de ellos pueden haber crecido 20 centímetros para cuando regresaron a verlos. Sus familias viajan permanentemente -con los costos que eso implica- para visitarlos en los puertos a los que llegarán. Todos los marinos consultados por este medio durante la visita destacaron que lo que más les gusta hacer en el barco es trabajar.
El 80% de los tripulantes son hombres y el 20%, mujeres. No hay familias, pero hay parejas. La regla es que pueden tener citas, pero no pueden tocarse mientras estén en el barco. Cuando llegan a un puerto, los marinos pueden ir a explorar si no están “on duty”. De esta manera conocen decenas de ciudades cada vez que salen en una misión.
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