La carrera inflacionaria y las sospechas agitan al Gobierno
El problema adicional para una administración peronista es que la política amenaza con disparar esa carrera y que algunos dirigentes que lideran las protestas no hablan su idioma ni comparten intereses y soluciones posibles
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Un sector industrial clave paralizado, calles cortadas y escuelas porteñas tomadas. Nada demasiado original para la Argentina de las crisis recurrentes, aunque el contexto político-económico, la simultaneidad de las protestas en el espacio público, las característica de los protagonistas y las demandas de cada caso tienen singularidades que preocupan al Gobierno. Mucho. Cada día un poco más.
La carrera de los precios y salarios que desatan los procesos inflacionarios severos y prolongados empezó a acelerarse ante la perspectiva de que el año cierre con un alza generalizada de precios del 100% y un piso del 60% para 2023, oficializado en el proyecto de presupuesto elevado al Congreso. El problema adicional para una administración peronista es que la política amenaza con disparar esa carrera y que algunos dirigentes que lideran las protestas no hablan su idioma ni comparten intereses y soluciones posibles.
A esas particularidades se añade otro elemento de singular relevancia. Después de casi dos meses de haber recuperado la iniciativa y cierto orden interno con la llegada de Sergio Massa al gabinete, el Gobierno vuelve a ser desafiado y se tensa una vez más la situación interna.
Los tuits de Cristina Kirchner son siempre un termómetro de precisión para medir la temperatura frentetodista. Con su demanda de intervenir en la formación de precios y revisar las ganancias empresariales para ponerle freno a la inflación sin freno, no solo le habló a los propios. El impacto dio de lleno en el Ministerio de Economía, más aún cuando el planteo tuvo eco potenciado por la Presidencia, a través de la vocera. Menú indigesto para todos.
Así, un posteo del viceministro de Economía solo pudo interpretarse como un contratuit del massismo, sin final feliz. La afición por la red del pajarito de Gabriel Rubinstein sigue deparándole sobresaltos. A él y a su actual jefe. Lo reflejó el pedido de explicaciones que le hizo el ministro, cuyos voceros debieron sostener la versión de que se trató de una reafirmación de un concepto dicho el día anterior. Y no de una repuesta a la vicepresidenta. Aunque lo parecía. La autocrítica y el diagnóstico que encierra el tuit de Rubinstein no integran el ideario cristicamporista.
Para confirmar que la tensión y la desconfianza vuelven al interior del oficialismo, está la interpretación del Palacio de Hacienda sobre el planteo de Cristina Kirchner: “Además de hablarle a los propios para demostrar que no bajó banderas, buscó apropiarse por anticipado de una medida que Massa iba a lanzar y que estaba terminando de elaborar Guillermo Michel: el Fondo para la Indigencia, que se conformará con parte de lo recaudado con la liquidación de granos, gracias al dólar soja”, dicen muy cerca del ministro. La guerra por el relato nunca termina.
La paz que se buscó restaurar con la exégesis benévola del tuit de Rubinstein tiene sus limitaciones. Las discrepancias reaparecen apenas se indaga un poco. El massismo envió un mensaje de diferenciación a los empresarios preocupados por el planteo de Cristina Kirchner, que los apuntó como responsables de la inflación y de obtener una rentabilidad desmedida frente a las penurias de los sectores más vulnerables.
“La baja de la inflación no se va a buscar, ni se va a lograr, persiguiendo a los empresarios sino ordenando la macroeconomía”, afirman en el entorno de Massa. La fallida receta de los controles que sigue gustando al kirchnerismo no logra trasponer los mármoles del Palacio de Hacienda. El massismo está obligado a mostrar resultados más rápido, aunque el ministro diga que no es un prestidigitador y que lograr que los precios bajen en breve sería magia.
La apuesta ahora del exintendente de Tigre es a que empiece un sendero descendente para que a fin de año el índice inflacionario mensual sea del 5% y así llegar a lo presupuestado para 2023. Para muchos es demasiado optimista, como lo señala el análisis de la consultora Equilibra, que cuenta entre sus directores a dos economistas a los que Massa intentó sin éxito sumar a su equipo.
La cuestión política solo profundiza, así, el estado de precariedad, La escalada del conflicto del neumático, tras cuatro meses de discusiones inconducentes, amenaza no solo con paralizar la industria automotriz, sino también afectar el transporte y complicar más las variables económicas, que siguen en estado crítico. Nadie puede relajarse.
La devaluación creativa y sectorizada, ciertas medidas, algunos gestos y varias promesas de Massa lograron, por ahora, devolverle algo de calma al mercado cambiario y provocar la “sensación de estabilidad” diagnosticada por la portavoz presidencial. No es poco comparado con la semana vertiginosa en la que se la echó a la efímera Silvina Batakis. Pero para la estabilización falta mucho, aunque la percepción de cierto orden permita ganar tiempo.
Devaluación no descartada
La perspectiva de una devaluación más pronunciada y no segmentada, como la aplicada con el dólar soja, el dólar tecno (debutará el lunes) y el dólar Qatar (llegará poco después) cobra cada día más cuerpo y dispara resguardos. Las desmentidas del Ministerio de Economía al respecto son tan parciales y sujetas a condicionalidades técnicas, que no alcanzan a despejar previsiones en contrario. Más aún cuando el propio Rubinstein insiste con que una mayor devaluación no es posible ahora ante la escasez de reservas por su probable efecto hiperinflacionario. En el adverbio de tiempo está la clave de la incógnita. Ahora no es fin de año.
Esa perspectiva de mayor pérdida de valor de la moneda acelera los planteos de reapertura de paritarias y fija pisos de pedidos de aumentos anuales del orden del 85%. Las demandas no provienen de dirigentes trotskistas radicalizados como los del sindicato del neumático, sino de gremialistas peronistas amigos del Gobierno, que saben el precio de la paz social. Y aprovechan el contexto combustible que generan los sindicatos y partidos de izquierda. A esa dirigencia tradicional apuestan Massa y todo el Gobierno. Por eso se endurecen con los líderes del Partido Obrero. El conflicto del neumático tiene demasiadas aristas que han complicado su resolución.
El efecto de la interna
En sectores cercanos al Presidente presumen que algunos de los reclamos más extremos son, como mínimo, tolerados por dirigentes del cristicamporismo y otros que están a su servicio. Sospechan que se procura así ponerle un límite a la deriva ortodoxo-capitalista que le imprime Massa a la gestión. La inacción de la policía y la justicia bonaerenses en los cortes de ruta y bloqueos de las plantas industriales en ese distrito son indicios que cuentan. Sobre todo, cuando se considera que el mayor semillero de jueces provinciales tiene base en el peronismo de Lomas de Zamora, bastión del jefe de Gabinete bonaerense, Martín Insaurralde. La críticas destinadas al ministro de Trabajo, Claudio Moroni, y la escasa colaboración que parece haber tenido refuerzan las suspicacias. Moroni es uno de los últimos ministros albertistas y su sillón hace tiempo que está en la mira kirchnerista.
Esas disputas políticas y el impacto que la profundización de protestas gremiales, sociales y estudiantiles tienen en la complicada situación macroeconómica se suman a un clima social que ha ido tensándose. Una realidad que parece ir a contrapelo de la “sensación de estabilidad” generada por la llegada de Massa. La aparente paradoja no se explicaría por la eclosión puntual de un hecho que agravó la situación social, sino por la prolongación de la crisis sin perspectivas ciertas de mejoras en la economía personal. Otra vez, la inflación y la mejora muy relativa en los índices de empleo juegan un papel decisivo en el ánimo colectivo.
“Estamos cambiando de las emociones que llevan a la inacción, provocadas por la pandemia, a sentimientos que impulsan a salir de ese ensimismamiento y a actuar. Después de la desazón, la apatía, la depresión y el meterse para adentro está creciendo el enojo, la indignación. Si no se producen cambios que se perciban en la esfera individual y generen alguna ilusión se puede pasar del estado de implosión a una situación más inflamable”, advierte con preocupación Juan Germano, director de la consultora Isonomía.
Esta mutación del ánimo, que se empieza a registrar en los grupos focales y en las encuestas, encuentra un punto adicional de inquietud en la crisis de representación que atraviesa a casi toda la dirigencia. Los niveles de aprobación solo superan a los de rechazo muy excepcionalmente y por escaso margen. La mayoría de los dirigentes tiene índices de imagen negativa que superan largamente el 50%. En ello coinciden Germano y su colega Federico Aurelio, de Aresco, aunque para este último todavía el cambio de humor no es tan profundo pero sigue primando la desesperanza y el desánimo. Procesos.
La aceleración de la carrera de precios y salarios y la agitación sectorial, frente a una tribuna repleta de demandas y con umbrales de tolerancia en baja vuelven a poner al Gobierno en alerta. Sobran los motivos.
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