La “campaña sucia” dominó las primeras semanas y se profundiza por las internas
El inicio del camino hacia las PASO nacionales fue un muestrario de acusaciones y prácticas teñidas de controversia; según los especialistas, la sociedad, desconectada, sintoniza mejor con los mensajes negativos
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Golpes bajos y pronósticos oscuros. Acusaciones vinculadas al narcotráfico entre candidatos del mismo espacio y otras que refieren al uso del aparato estatal para perseguir opositores. Alusiones a familiares y afiches que buscan desprestigiar. Todos elementos que sembraron con barro los primeros metros hacia las primarias del 13 de agosto y ponen a los consultores a reflexionar sobre el alcance de las prácticas más impuras de la dinámica electoral. Todos coinciden en que, a diferencia de otros años en los cuales no había competitividad, esta vez, se juega en serio.
La provincia de Santa Fe fue uno de los escenarios más sórdidos en este inicio hacia las PASO nacionales. La interna de Juntos por el Cambio, protagonizada allí por Carolina Losada y Maximiliano Pullaro –ambos de extracción radical- añadió tensión a una provincia en cuya principal ciudad ya se registraban altísimos niveles de violencia. Las acusaciones vinculadas al narcotráfico, el drama que azota a la ciudad de Rosario, que la candidata de Patricia Bullrich lanzó contra el alfil de Rodríguez Larreta en la provincia, profundizaron la ciénaga en la que se erige el escenario electoral en el distrito.
“Yo no soy la candidata del narcotráfico”, deslizó Losada ante Joaquín Morales Solá, en una entrevista televisiva, en el último tramo de una campaña cuyo desenlace, incierto por lo ajustado, le dará fisionomía nacional al proyecto de JxC que logre imponerse.
“Hay tres internas muy intensas y competitivas dentro de Juntos por el Cambio, que han dejado mucho más expuesta esta idea de campaña negativa”, sostiene Lucas Romero de la consultora Synopsis, en referencia a la disputa nacional entre Bullrich y Larreta, la puja porteña entre el radical Martín Lousteau y Jorge Macri y la pugna aludida en Santa Fe. “Si vos estas peleando voto a voto, jugar al fleje entre la campaña negativa y la campaña sucia, es una tentación”, agrega Romero.
Los especialistas suelen distinguir entre poner el acento en las debilidades ajenas, algo propio de toda campaña negativa y los golpes bajos, la difusión de mentiras o las impugnaciones morales, todas ellas, subsumidas en el rótulo de ‘campaña sucia’.
“No es como hace ocho años que Macri iba solo y el resto era sparring. Ahora Larreta y Bullrich compiten en serio”, refuerza Mariel Fornoni, de Management and Fit, que recuerda las candidaturas que el radical Ernesto Sanz y Elisa Carrió presentaron en la interna de Cambiemos en 2015. En ese entonces el expresidente Mauricio Macri se llevó el 81% de los votos.
La puesta en práctica de estos métodos supone un rédito político. “Buscan fidelizar el núcleo duro, promoviendo una dicotomía o capitalizar un ‘voto útil’ de fuerzas chicas”, precisa Cristian Buttie de CB consultores. Para los especialistas no es fácil establecer hasta qué punto estas modalidades, que buscan siempre poner el foco de atención en el adversario, favorecen o perjudican al candidato que pretenden apuntalar. Sin embargo, aseguran que la genuina competitividad que por primera vez existe en esta instancia electoral alimenta la práctica de artes, cuanto menos, controversiales. En ambos lados del lodazal.
El episodio más dispar se vio en la supuesta utilización del aparato estatal por parte del oficialismo. “Es claramente una persecución. Esto no es habitual”, sostiene la abogada Silvina Martínez, en alusión a la intervención que dispuso el ministro de Justicia, Martín Soria, al Instituto de Estudios Estratégicos que preside la precandidata Patricia Bullrich, a raíz de un pedido de la Inspección General de Justicia (IGJ), dirigida por Ricardo Nissen.
La letrada, que trabajó en ese organismo por 10 años y ahora defiende judicialmente al Instituto de Bullrich, apunta que desde hace 9 años que no se interviene una entidad civil y asegura que el movimiento estuvo repleto de “arbitrariedades”. “No descartamos que sea el primero de otros embates”, advierte.
Unos días antes de la intervención, se observaron en el centro porteño una serie de afiches que recordaban el presunto vínculo de Bullrich con Montoneros. “Carolina Serrano presidente”, rezaban los carteles, remitiendo a un supuesto alias de combate.
Inmersos en esta lógica antagónica y aferrados al manual de la confrontación, en las filas de Bullrich imprimen su optimismo al reverso de la campaña sucia e interpretan como una buena señal que en el oficialismo los eligieran como adversarios; o enemigos. Es que la avanzada del oficialismo, entienden, podría traer vientos que los impulsen en la interna de Juntos. Fríos cálculos proselitistas que encuentran placer en el dolor.
Antes de la fecha de largada, Aníbal Fernández prefijó el tono de lo que comúnmente se conoce como campaña del miedo. A mediados de abril, cuando en el oficialismo las candidaturas eran todavía un mar de incógnitas, advirtió que “las calles iban a estar regadas de sangre y de muertos” si la oposición ganaba las elecciones. Más acá en el tiempo, en un lúgubre movimiento coral, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, y su par formoseño, Gildo Insfrán, ensancharon la sombra del anuncio hecho por Fernández al afirmar que la “derecha” viene con “derramamiento de sangre” y “asesinatos”.
“Eso es campaña sucia. Estás planteando un escenario apocalíptico sin ningún tipo de fundamento”, sentencia Buttie.
Lo llamativo fue que el gobernador de la provincia de Buenos Aires se hizo eco de unos dichos radiales de la dirigente de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, quien, alineada con Horacio Rodríguez Larreta en la lucha nacional, vinculó a la “derecha” con la idea de “reprimir hasta matar”. Recientemente, la dirigente de origen radical encharcó un poco más la disputa santafecina. “Puede ser del narcotráfico”, disparó en relación al financiamiento de campaña.
“La negatividad cobra mayor dimensión al interior de una coalición”, insiste Romero. “La gente ya tiene asumido el contrapunto entre algunos sectores, por ejemplo, entre el peronismo y el no peronismo, pero lo que no está asumido por parte de la opinión pública, es el contrapunto entre dos socios”, explica.
Las estepas digitales ampliaron el terreno de la negatividad. En las cruzadas 2.0, muchas veces bajo la máscara del anonimato, se propagan mensajes que, en el mejor de los casos, buscan resaltar las deficiencias ajenas. “Hay acciones de campaña que no se hacen públicamente, pero que intentan favorecen un señalamiento negativo del rival”, sostiene Romero. “No me consta, pero si uno ve el episodio Rinaldi probablemente haya sido producto de lo que suele llamarse campaña ‘lado B’. Es probable que alguien estratégicamente haya impulsado la idea de que aparezca en este momento”, ejemplifica, en referencia a los videos con contenido xenófobo y antisemita que recientemente salieron a la luz y forzaron la renuncia de Franco Rinaldi, el primer candidato de Jorge Macri en la capital.
Tras la intervención del ministro Soria al instituto que preside Bullrich -por presuntas “irregularidades contables”- Horacio Rodríguez Larreta salió a respaldar a su rival por Twitter. Sin embargo, la defensa despertó reacciones entre usuarios que le achacaban “movilizar a sus trolls” en las redes sociales contra su rival interno. Señalaban que una hueste digital de cuentas presuntamente falsas –al menos 47 en este caso, que fueron creadas en junio del año pasado- replicaron en simultáneo un mensaje con espíritu larretista: los votos que perdió el oficialismo desde 2019 estaban más en sintonía, se remarcaba, con el proyecto del jefe de gobierno porteño.
“Hay pocas experiencias de PASO genuinas, cuando las hay, suelen ser así, a todo o nada. La competencia electoral no te permite criticar solo un poquito al otro”, sostiene Valentín Nabel de la consultora Opinaia, que trae a la memoria la encarnizada disputa que protagonizaron Aníbal Fernández, actual ministro de Justicia, y Julián Domínguez en 2015, cuando ambos se debatían la candidatura a la gobernación de Buenos Aires en el Frente de Todos. Atenuando el dramatismo, Romero añade que estamos “desacostumbrados” a las internas y Buttie que lo que aquí sucede está en “sintonía” con la región.
Paradoja y límites difusos
Los límites del alcance de estas prácticas se miden con lentes pragmáticos. “En algún punto pueden dar popularidad, pero el tiro te puede salir como boomerang”, explica Fornoni. “Podés terminar subiendo al ring a alguien del cual nadie estaba anoticiado. Depende de la campaña y el contexto, no es lo mismo una primaria que una elección general. Puede ser funcional electoralmente, pero después complicar la gobernabilidad o la pesca de votos”, sostiene.
Romero señala una paradoja que anida en las disputas partidarias más virulentas. “Si se trata de una impugnación moral y es mentira, es campaña sucia contra un candidato del propio espacio. Si, por el contrario, es verdad, inhabilita el acuerdo preexistente”, explica. “Hay un límite en ese tipo de acusaciones, porque es cuestionador de la propia pertenecía al espacio”, señala y recuerda que Losada y Pullaro, hoy en una denodada lucha intestina, hicieron campaña juntos.
Los esfuerzos en señalar y ensuciar a los rivales podría retroalimentarse de un electorado que, según señalan, se encuentra emocionalmente desconectado de la política.
“No hay grandes propuestas, pero la gente no está muy abierta a escuchar. La imagen de los políticos se degradó tanto que sus promesas no son muy creíbles. En parte porque venimos de dos gobiernos que chocaron. No hay una sociedad receptora y se llama la atención agrediendo al otro”, señala Nabel.
La cerrazón del electorado se corrobora en algunas mediciones de Synopsis, en las cuales un candidato explica cómo llevará a cabo su propuesta, pero el mensaje no encuentra receptor.
“Quizás podemos ver algo más de campaña negativa de lo habitual, al no tener un electorado dispuesto a escuchar propuestas, se piensa en hablar mal del rival para buscar convencer por ese lado”, resalta Romero. El consultor explica que la sociedad está más signada emocionalmente por la tristeza que por la bronca y eso “supone cierta inactividad, de hecho no tenemos un electorado movilizado”. Y agrega: “Es más difícil conectar con alguien que está triste, [la negatividad] es una forma de conectar emocionalmente, si el votante se enoja más con el rival que conmigo, es ganancia para mí”.
La pasividad a la que alude Romero se ha verificado, con Tucumán como excepción, en los altos niveles de abstención registrados en las 18 elecciones celebradas hasta ahora. A contrapelo de esta pasividad, y casi en un acto de defensa, un diputado señala “no es raro que las disputas sean más virulentas, la sociedad está más encarnizada”.
En este espiral de confrontación y negatividad, las refriegas e inquinas proselitistas parecen disipar los límites entre lo público y lo privado. “No se meta con mi madre”, tipeó el expresidente Mauricio Macri hace menos de una semana. El mensaje pertenece a un intercambio de acusaciones que mantuvo vía Twitter con quien ocupó su lugar durante los 8 años previos a su mandato de 2015: la actual vicepresidenta Cristina Kirchner. ¿El contexto? La inauguración de un gasoducto que garantizará el abastecimiento de gas a la industria local y en virtud del cual se avizoran exportaciones que prometen alivio para las ajustadas arcas nacionales.
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