La batalla por los símbolos ante una realidad de derrotas
En la Argentina hay una línea de puntos sorprendente que va de San Martín a los carpinchos, de ahí a La Matanza convertida mágicamente en ejemplo educativo y de ahí a la Marcha de las Piedras, el punto límite de la capacidad de manipulación simbólica del gobierno. Cuando la realidad es esquiva para el oficialismo, allí está la guerra de los símbolos para dar victorias tan aparentes como efímeras pero victorias al fin, aunque sea para los leales. A veces es lo único que queda. Pero tampoco alcanza.
La Matanza, la ciudad luz
La semana pasada, La Matanza fue el escenario de un botón de muestra de la alquimia que lleva adelante el kirchnerismo cada vez con menos efectividad, eso de construir castillos donde en general hay aire. Bajo el cielo soleado del conurbano matancero, se habló de una “revolución educativa” planeada desde hace diez años en ese municipio por los cerebros de Fernando Espinoza y Verónica Magario y del reconocimiento a La Matanza, por ese supuesto logro, que en 2020 fue elegida por la UNESCO como “Ciudad del Aprendizaje”. Así lo anunció Espinoza ante la mirada atenta de lo más selecto del oficialismo gobernante.
Hay varios puntos que no cierran en esa pretendida revolución educativa y en ese reconocimiento. Primero, una disonancia cognitiva que se dispara al asociar a La Matanza como ejemplo educativo a seguir. En 2016, el último año que registró el nivel de aprendizajes bajo gobernadores peronistas, los responsables institucionales del sistema educativo provincial, el 38% de los estudiantes del último año del secundario estaba en niveles básicos o por debajo del básico en matemática. El 21 % de los alumnos de quinto año de La Matanza había faltado a clases más de 24 veces en un año, muy por encima del promedio de 13,43% registrado en la provincia de Buenos Aires. Y más del 20% alguna vez había repetido a lo largo de su escolaridad, algo por encima del 19,33% del promedio provincial. Es decir, un sistema de deudas educativas con la ciudadanía matancera, sostenida además a lo largo de 28 años de gobernaciones peronistas en la provincia y una sucesión ininterrumpida de 40 años, llegado 2023, de intendentes justicialistas en La Matanza. Catorce de esos años, bajo gestión del revolucionario Espinoza.
¿Cómo La Matanza se convierte entonces en Ciudad de Aprendizaje de UNESCO en 2020? ¿Cómo logra un galardón que premia, según UNESCO, a una ciudad que “mejora la calidad y la excelencia en el aprendizaje”? La respuesta es a fuerza de un trabajo político de construcción de peso simbólico, esta vez desde el ministerio de Educación nacional y en alianza estratégica con municipios claves en la consolidación del poder del Frente de Todos.
No es que los aprendizajes de los alumnos del último año de secundaria en promedio a nivel nacional estén particularmente mejores que La Matanza pero está claro que no todas las ciudades del país son reconocidas por UNESCO. De hecho, en 2020, solo dos municipios recibieron ese galardón. Los dos son gobernados por el oficialismo.
La Matanza es uno. El otro, también está en provincia de Buenos Aires. Es José C. Paz, municipio bajo gestión peronista ininterrumpida desde 1995 y desde hace años con Mario Ishii, que llegado 2023 habrá sido su intendente durante 29 años. En José C. Paz, el 54% de los alumnos del último año del secundario está en niveles básicos o por debajo de los niveles básicos. Nada menos.
El logro no es educativo sino del poder de lobby del ministro de Educación nacional, Nicolás Trotta, y puntualmente, de su secretario de Cooperación Educativa y Acciones Prioritarias, Pablo Gentili, que tiene bajo su supervisión la “Comisión nacional argentina para la cooperación con la UNESCO”: UNESCO hace su elección entre las ciudades que se postulan. Y el dato clave es que la postulación la hace el ministerio de Trotta.
La revolución educativa que premió UNESCO, según Espinoza, quedó plasmada en la inauguración del Centro Universitario de la Innovación la semana pasada. Lejos de lo abstracto de los símbolos, el edificio moderno y luminoso con capacidad para 10.000 estudiantes se presentó como prueba tangible de logro en la gestión educativa y en la igualdad de oportunidades para acceder a la universidad, que ahora le queda cerca de los matanceros.
La distancia geográfica a una universidad puede sumar dificultades para que los jóvenes matanceros sigan estudios universitarios es factor importante pero no es el condicionante de más impacto. El bajo porcentaje de alumnos secundarios de sectores vulnerables que logra terminar la secundaria es el mayor obstáculo para seguir estudios universitarios. Esos indicadores son críticos en todo el conurbano históricamente peronista. Si no es el abandono, es el bajo nivel de aprendizajes con que terminan el secundario, como lo muestra Aprender.
Justo cuando el análisis del panorama educativo debe centrarse en intangibles medibles, como los aprendizajes, el oficialismo opta por reducir el problema a cuestiones concretas de infraestructura. El problema de acceso a la universidad es un problema de construcción de aprendizajes antes que de construcción de edificios. Lo que falta no es un techo bajo el cual asistir a clase. Faltan los cimientos del aprendizaje, es decir, saberes consolidados en matemáticas y lenguas. De eso no se habló en la Ciudad del Aprendizaje. El símbolo de la ciudad luz erigido por el oficialismo tapó la realidad.
La batalla de los carpinchos
“Attack of the giant rodents or class war? Argentina’s rich riled by new neighbors”. Traducido, “¿Ataque de roedores gigantes o guerra de clase? Los ricos de Argentina indignados por los nuevos vecinos”. Así tituló The Guardian el fin de semana la nota sobre un tema que afecta a muchas ciudades en el mundo, la urbanización de zonas silvestres y el corrimiento de sus fronteras y la convivencia con una fauna salvaje. En Argentina, la guerra de clases sociales y la polarización política le dio forma al debate. Twitter se llenó de memes que cruzaban la indignación de clase alta como si los carpinchos fueran intrusos de clase baja en el vip del boliche. Lo más significativo fue la intervención de funcionarios del Gobierno o referentes claves del oficialismo con declaraciones en torno al tema. Es decir, el Gobierno y el Estado cargando de significados la presencia de carpinchos en un barrio cerrado. Sabemos: la ministro de Seguridad Sabina Frederic y su lectura casi antropológica acerca del capitalismo inmobiliario y su impacto ambiental. Entre la naturaleza y los ricos, Frederic se puso del lado de los carpinchos.
En 2018, The Guardian cubrió otra ciudad desarrollada invadida por fauna silvestre. El título fue: “Racoon v Toronto: how trash panda’s conquered the city”, “Mapaches versus Toronto: cómo los pandas de la basura conquistaron la ciudad”. Ardillas y racoons son parte del pasaje cotidiano de la ciudad canadiense. Kilómetros de tinta escritas sobre el tema. Pero ni en la nota de The Guardian ni en ninguna nota que dé cuenta del fenómeno hay un sesgo de sociología de las clases sociales, el capitalismo salvaje o la toma del poder por el pueblo. Y muchos menos, un funcionario dando su parecer ideologizado sobre el tema.
En la Argentina, es distinto. La guerra de los carpinchos es un momento extremo de la última invención de la Argentina en tiempos kirchneristas: la polarización en términos de populismo vs capitalismo en cuestiones impensadas y la exasperación de lo simbólico en campos impensados. Cuando la realidad muestra derrotas, la única victoria posible es la retórica.
En lugar de los temas estructurales acuciantes en la Argentina, la campaña política subió al ring a San Martín versus los animales en los billetes. En este caso, el kirchnerismo le dio la espalda a los animales y se apropió de los héroes de la patria. Axel Kicillof dijo: “¿A quién se le pudió (sic) ocurrir sacar a San Martín de los billetes y reemplazarlo por un animalito?”. Si se trata de la construcción estratégica de un debate en torno al lugar de la preocupación ecológica en la matriz productiva argentina, los posicionamientos de funcionarios del gobierno empobrecen el tema.
Las piedras, el límite
Hiper ideologización y simplificación de la complejidad van de la mano de la polarización extrema que practica el kirchnerismo por estos días. Desde hace años, la lupa de la ciudadanía viene haciendo foco sobre todo en la marcha de la economía y sus efectos sociales, la pobreza. O en los hechos de corrupción. Ahora los círculos de preocupación se extienden a nuevas esferas de la vida en común: el mundo sanitario, el educativo como nunca antes y la confianza presidencial. Lo que el presidente toca, se desvanece en el aire. Su principal arma es su palabra: en contra, no a favor. En lugar de achicar los problemas, la gestión de Fernández y Fernández de Kirchner aumentó las áreas con dificultades. Ante las crisis que se expande, la exasperación de la máquina de construir símbolos y sus debates.
El límite para la manipulación de lo simbólico le llegó al oficialismo con la Marcha de las Piedras. Acostumbrado a ser el dueño de la superioridad moral y simbólica, el oficialismo se encontró con un límite: la causa de los ciudadanos con familiares y seres queridos fallecidos en pandemia escapa a la lógica simbólica del kirchnerismo. Esos ciudadanos, en su mayor parte, responsabilizan a este Estado kirchnerista de la suerte de los argentinos. Las piedras en la Rosada se convirtieron en un error del Gobierno que, todo indica, movilizará más marchas.
El traslado de las piedras a la Casa Rosada deja dos cosas en evidencia. Que parte de la opinión pública lo vivió como una apropiación indebida y una manipulación por parte del Gobierno para ponerse del lado de las víctimas cuando buena parte de los ciudadanos que dejaron las piedras lo cree victimario. Y por otro lado, que el kirchnerismo ha perdido capacidad para interpretar la dimensión simbólica de los nuevos derechos percibidos por la ciudadanía, y su violación. El derecho a la vacuna y la vida a pesar de la pandemia o el derecho a festejar cumpleaños y encontrase con los seres queridos, y dejar esos momentos eternizados en una foto. Hay una dimensión simbólica que el kirchnerismo ya no controla. Y eso es una novedad.
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