La batalla de Macri y Cristina para bajar el rechazo
Los ejes continuidad y cambio dominan los escenarios sobre los que se evalúan y proyectan los comportamientos ciudadanos frente a los procesos electorales. Tal vez las elecciones de este año constituyan una excepción a esa tradicional divisoria de aguas.
En estos días de preocupada agitación oficialista y de ilusionada expectación opositora por el impacto de la situación económica en las encuestas , la pregunta es la continuidad de qué o cuál es el cambio que pueden definir las preferencias. En definitiva, quién ofrece un mejor futuro.
La situación se complejiza cuando aparece la personificación de quiénes cuentan a esta altura con las mayores intenciones de votos. Resulta demasiado difícil identificar quién representa y encarna cada lado de esa dicotomía y en qué proporción. Es posible que sea un dilema sin solución y que las preferencias se resuelvan en otra esfera.
Tiene su lógica. La curiosidad del momento es que las mayores adhesiones siguen concentrándose en Mauricio Macri y Cristina Kirchner, pero, más allá de que uno esté bajando y la otra subiendo, ellos son, al mismo tiempo, los que reúnen los mayores rechazos. El porcentaje de quienes no los votarían ronda o supera la mitad de los electores. Son los que, más allá de los núcleos de militantes y partidarios de uno u otro, no encuentran motivos para adherir a ninguno. O peor aún, que encuentran razones para alejarse de ambos porque ya no confían en que podrán solucionar en el próximo mandato presidencial sus actuales problemas.
Más allá de lo que a cada uno le depare el devenir de la economía, en ambos bandos empieza a advertirse una coincidencia: los esfuerzos puestos en bajar los niveles de rechazo, además de la obvia misión de retener adhesiones y evitar fugas. La diferencia es que en este último terreno es donde el Gobierno tiene una tarea cada día más ardua.
Por eso, encontró eco en Macri, a pesar de su congénito rechazo a lo "impuro", la propuesta de Martín Lousteau de establecer puentes con dirigentes y sectores de los que el manual duranbarbista aconsejaba tomar distancia para no contaminarse. Eso explica las dos reuniones en menos de 10 días que ambos mantuvieron. La última, en medio de la virtual desesperación por definir algunas medidas económicas que lleven alivio a la sociedad y recompongan la coalición oficialista para darle un poco de oxígeno al Gobierno.
El título del prospecto que interesó a Macri y que Lousteau deslizó en la primera reunión podría ser "propuestas para ampliar los márgenes de acción a futuro, a partir de ahora". Fue un buen anzuelo para que el Presidente convocara a hablar de política a alguien al que le gusta escuchar en temas económicos, pero con quien suele tener recurrentes desacoples electorales. Tal vez, eso explique más las urgencias de Macri que una repentina disposición a cambiar de paradigmas.
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No debería sorprender, entonces, que el jueves el Presidente estuviera menos receptivo o más tenso que en el primer encuentro. Otras fuentes argumentan que estaba malhumorado por la situación económica, pero no menos interesado. Cuando tiene algo que perder (o conceder), Macri es un jugador difícil. Los juegos de naipes son una de sus grandes pasiones y se esmera en esconder sus cartas, tanto como en descubrir las ajenas. Las suyas tienen hoy un valor relativo.
Los pesimistas dicen que no debe esperarse otro encuentro en breve. Los optimistas encuentran argumentos en las urgencias económicas y políticas, que explicarían la simultaneidad de ese almuerzo con la reunión de los responsables del área económica, con los mandatarios radicales, más la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, y el porteño Horacio Rodríguez Larreta, bajo la atenta mirada de Marcos Peña.
Al macrismo duro le preocupa que un intento de sumar para bajar rechazos implique incomodar a los propios, justo en medio de la adopción de medidas heterodoxas, algunas de las cuales pueden oler a la década pasada.
Por eso, el eje discursivo del oficialismo podría resumirse en el axioma "continuidad en el cambio", que no vendría a ser más de lo mismo, sino lo mismo, pero para lograr definitivamente más (cambio). Implica la recreación de una utopía a pesar de este presente indeseable (o distópico) del que, como Gobierno, sería el máximo responsable. De allí el llamado a la metafórica y virtual "guerra de guerrillas vietnamita" que hizo Marcos Peña a intendentes y candidatos bonaerenses.
En el universo kirchnerista el vector es el cambio total (del "modelo antipopular de hambre y dependencia"). Pero la utopía no está en el futuro, sino en la recreación del pasado de los años K, idealizado por un tercio del electorado. Es lo que Zigmunt Bauman dio en llamar retropía. La aspiración de volver a un tiempo pasado "mejor". Eso explicaría los populismos emergentes en Europa y, también, los Estados Unidos de Trump o el neozarismo de Putin en Rusia.
El kirchnerismo tiene un problema: su ideal fue realidad hace muy poco y la mayoría que lo rechaza lo tiene demasiado presente para olvidar lo malo. Sabe que, aunque el techo de Cristina esté subiendo, no tiene asegurado, ni mucho menos, un triunfo. Necesita ampliar su base y limar sus aristas. Mucho más si la expresidenta decidiera, finalmente, no ser candidata.
Los últimos indicios y las dificultades del Gobierno parecen reforzar la postulación de Cristina Kirchner, pero las señales que salen del Instituto Patria son confusas. Muchos no descartan que las versiones sobre su resignación sean una estrategia para sumar al espacio a varios que no se animarían a competir con Cristina, pero a los que necesitan para reducir el rechazo. En el petit hotel de Rodríguez Peña y Rivadavia agradecen las ambigüedades de Sergio Massa.
Terceros en discordia
En medio de esa grieta entre el presente indeseado de unos y el pasado rechazado de otros intentan emerger Massa y Roberto Lavagna. Ambos pretenden representar el cambio sin adjetivos. El problema es que los dos tienen historia y su futuro no es dable pensarlo sin ella. Más aún con la indefinición que los acompaña en el presente, ya sea por la incertidumbre sobre la postulación de uno o sobre el espacio por el que se candidatearán ambos.
Massa ha intensificado sus críticas al Gobierno. Por consejo de su asesor catalán Antonio Gutiérrez Rubí (el mismo que estuvo con Cristina en 2017), ya no habla más de la avenida del medio. Ante el silencio con hiatos de furia previsibles de la expresidenta, es de entre los presidenciables con chances el más duro contra el oficialismo.
Eso lo lleva a orbitar en el universo electoral K a la espera de que la estrella de ese sistema decida autoapagarse, pero evitando ser absorbido (o neutralizado) por su fuerza de gravedad. No le está resultando fácil. La ambigüedad no es un buen remedio para la crisis de confianza.
Lavagna evita cualquier contacto con ese planeta, al que ve como un agujero negro capaz de deglutirlo y del que, según las encuestas, es poco lo que puede obtener. Buena parte de los que lo votarían provienen de los desencantados que apoyaron a Macri en el ballottage de 2015.
Por eso, el economista no quiere ir a una interna del peronismo alternativo. "No es no", dice. En estos tiempos debe leerse como un grito contra el acoso y el abuso, no como una declaración de castidad. De ahí, lo del consenso. Lo que más le preocupa es ser forzado a un vínculo que "solo les pavimente el camino a 2023 a los que hoy no pueden ganar". O ser el mejor perdedor, el Ítalo Luder de 2019, para que después vengan los renovadores, que todavía no logran desplazar a los Herminios Iglesias de esta era. Es decir, Cristina y sus chicos en su ideario.
Hay una coincidencia entre Massa y Lavagna. Los dos buscan ganar tiempo. Lavagna, con la esperanza de que se profundice el declive de Macri y eso mejore su intención de voto para evitar una interna con Massa, pero contando con su apoyo. El tigrense, en cambio, espera que Cristina decida asegurarse la derrota de Macri con la ampliación de sus márgenes, para lo cual se bajaría y abriría unas PASO.
En un escenario incierto y de tanta indefinición sobre los ejes que movilizarán a los electores no debe sorprender la aparición de Daniel Scioli como precandidato. A pesar de que la mayoría de las encuestas no lo incluye entre los aspirantes instalados, en el pejotismo cercano al kirchnerismo afirman que es uno de los que mantienen un importante caudal de adhesiones. Incluso se lo han escuchado decir a dirigentes de La Cámpora.
Podría ser un problema para Massa. Sobre todo si, como especulan muchos, incluidos viejos amigos del exgobernador, el lanzamiento de su precandidatura fue hablado con Cristina. El fallido candidato presidencial afirma que hace meses que no habla con ella y que le gustaría que se presentara para demostrar su independencia.
El marketing político se especializa en exagerar atributos positivos, reales o supuestos, de los candidatos. Al final, lo importante es que se disimulen los defectos y bajar los rechazos. En eso radican hoy los desvelos de macristas y kirchneristas. Será una batalla crucial. Mayor que la disputa por la continuidad o el cambio. Conceptos relativos.
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