La audiencia desnudó una grieta en el interior del kirchnerismo
El proceso contra Cristina Kirchner demostró que aún un Poder Judicial sumido en el descrédito es capaz de juzgar por corrupción a una expresidenta, dueña al menos del 30 por ciento de los votos de los argentinos, que la pueden convertir eventualmente en vicepresidenta.
El juicio exhibió además la grieta dentro de la grieta. Y la ubicación de los diferentes personajes en la sala de audiencias fue una evidencia de esa ruptura hacia el interior del kirchnerismo. Fue visible el quiebre entre la expresidenta, en libertad, y su ministro Julio De Vido y el empresario Lázaro Báez, presos. No se saludaron. José López, el que cayó con 9 millones de dólares y declaró como arrepentido, se ubicó en la otra punta de la sala, del lado en que estaba sentados el fiscal Diego Luciani y los acusadores de la Oficina Anticorrupción y la Unidad de Información Financiera. Después de todo, López aportó pruebas de cargo. Y no se toleran con De Vido, Báez y menos con Cristina Kirchner.
Nadie se quería sentar en la primera fila de acusados. Los jueces le concedieron a la expresidenta la última hilera. La foto de la expresidenta en el mismo banquillo de acusados que De Vido, Báez y López solo fue posible merced a experimentados reporteros gráficos, armados con una lente que les diera la profundidad de campo adecuada, para hacer entrar en el mismo cuadro a De Vido, Báez y, al fondo, a la expresidenta. Como la cámara es generosa mostró a uno y a otro al lado de Cristina, los rostros y los pañuelos blancos de Estela Carlotto y Taty Almeida, sentadas al otro lado del vidrio que separaba a los acusados del público.
Las diferencias entre Cristina Kirchner y sus exfuncionarios, tiene su correlato en el juicio. Son diferentes las estrategias, las acusaciones, sus abogados defensores y sus estilos. De Vido debe defenderse de las decisiones administrativas que tomó que favorecieron a Báez; y el empresario debe demostrar que no hubo sobreprecios y que cumplió con la culminación de las obras en plazos estándar.
Cristina Kirchner debe defenderse de una construcción más abstracta: haber liderado una organización armada para direccionar la obra pública en Báez, a quien inventó como empresario exitoso, según la acusación. Y haber firmado decretos y proyectos de presupuesto para dotar de fondos a Santa Cruz para que esa plata terminara en Báez. Su defensa tiene una tarea diferente a De Vido y a Báez. López ya se allanó con su declaración, pero las condiciones en que habló serán atacadas por las defensas de los acusados.
Un abogado con un cliente en libertad y que además tiene expectativa de ganar las elecciones tiene un estilo diferente al de un abogado que defiende a un cliente preso que se juega el todo por el todo en este juicio. Y eso se evidenció ayer en la sala donde el abogado de Cristina, Carlos Beraldi, exhibió sus medidos gestos de canciller, en contraste con los modos de Maximiliano Rusconi. En primera fila, donde nadie quería sentarse, Rusconi pecheó apenas terminó el juicio para plantear nulidades y se chocó con la negativa del presidente del tribunal, Jorge Gorini, que le recordó que no era el momento procesal para hacerlo. Ya de pie para irse de la sala, Rusconi gritó (porque el micrófono estaba apagado) : "¡Repongo, señor presidente!". Parado, Gorini rechazó el planteó con la anuencia de los otros dos jueces y se fue. Rusconi quedó hablando solo reclamando los fundamentos de la decisión.
Estos escarceos son el principio de procesos de largo aliento, que los abogados experimentados llaman "los juicios de la transformación", que suelen durar más de un año al cabo del cual los acusados envejecen, los jueces se cansan y los gobiernos cambian.
En este proceso, que se desarrollará con una o dos audiencias semanales, recién estamos en la etapa inicial. En las próximas cuatro audiencias se leerán las acusaciones. Cristina Kirchner puede no estar presente, si la autorizan. Luego vendrán las indagatorias de los acusados, donde pueden elegir declarar para defenderse o no. El asunto llevará otro mes. Recién ahí se empieza a presentar la prueba con la declaración de los peritos y los testigos.
Es una guerra de trinchera, donde los mejores abogados salen triunfantes con interrogatorios afilados para sacar lo mejor de sus testigos y neutralizar las declaraciones de los que los perjudican. Esta esgrima verbal se llevará los próximos años con 160 testigos.
Si aun así el juicio continúa y la Corte no toma antes alguna decisión que obligue a paralizarlo, Cristina Kirchner tiene la obligación de regresar cuando le toque al fiscal Luciani hacer el resumen de las pruebas en su contra, alegar y pedir la pena. También debe estar para sus últimas palabras antes del veredicto.
Para entonces habrán pasado casi dos años y Cristina Kirchner puede haberse convertido en vicepresidenta, o no.
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