La Argentina que se atrevió a soñar
Nuestra nación se construyó a partir de un proyecto ambicioso y de la superación de largas frustraciones
Los hombres que en mayo de 1810 se rebelaron para darse un gobierno propio se plantearon el ambicioso proyecto de construir una nación conforme a los principios de libertad y de gobierno representativo, y para promover el progreso de su población. Los resultados estuvieron muy lejos de lo que se habían propuesto. La tarea de organizar la nación fue muy difícil y la consolidación del Estado debió esperar varias décadas. El atraso continuó por mucho tiempo.
Más que la crisis de legitimidad, que provocó la revolución, ello se debió a la falta de recursos para sostener el gobierno, debido a que al separarse el Alto Perú se perdieron los tributos de la minería de la plata. ¿Cómo mantener una autoridad central en un territorio tan extendido, dominado por las enormes distancias y los espacios vacíos?
Aunque la aduana de Buenos Aires reemplazó a Potosí como fuente principal de ingresos, éstos no alcanzaron para mantener fuerzas militares que sostuvieran la autoridad en los enormes espacios.
La anarquía prevaleció en las campañas donde dominaron los caudillos, los hombres fuertes que disponían de tierras, hombres y caballos para sustituir el poder del Estado. Los conflictos que tuvieron su origen en la disputa sobre quiénes controlarían las aduanas externas e internas fueron interminables. Ello demoró la definitiva organización y mantuvo al país en el atraso.
El proyecto de un Estado nacional fue postergado porque las ideas de Mayo chocaron contra una pertinaz geografía que hacía prevalecer las distancias y el aislamiento y donde sólo subsistían, por ser menos costosas, múltiples autoridades locales. También porque la revolución independentista tuvo lugar -tras la Revolución Francesa y el Congreso de Viena- en un clima que veía como peligrosamente jacobino a todo proyecto republicano en las antiguas colonias europeas.
La experiencia del Río de la Plata en la primera mitad del siglo XIX fue muy frustrante y distinta de la exitosa evolución de los Estados Unidos.
Un país moderno
Pero el proyecto de formar una nación y de promover su progreso no se había abandonado. Se necesitarían, sin embargo, condiciones más propicias para lograrlo. El prodigioso desarrollo de la gran república del Norte era ejemplo de una exitosa experiencia y algunos, como Sarmiento, se ocupaban de difundirlo como muestra del camino por seguir.
Mediando el siglo se empezó a advertir la posibilidad de aprovechar condiciones más favorables. Se trataba de nuevas tecnologías de transporte que abarataban la navegación transatlántica y posibilitaban la extensión de los ferrocarriles a alejados continentes. Eso permitiría que la producción de las fértiles tierras argentinas encontrara en Europa un mercado que aquí faltaba.
Para aprovechar esas circunstancias se requería estabilidad política para recibir a millones de hombres y miles de millones de pesos de ahorros para la gigantesca empresa de poner en producción las tierras pampeanas.
La unidad y la estabilidad fueron precondiciones del progreso y a su vez dependían de éste para que la pobreza no fuera el obstáculo insalvable a la existencia de un gobierno que ofreciera un ámbito favorable para apoyar los esfuerzos de los individuos.
Sarmiento bregaba en sus escritos por la modernización, Alberdi elaboró un esquema político para garantizar la estabilidad y acabar con la anarquía y el despotismo. La Constitución no sólo fue el pacto fiscal que puso fin a las guerras de agotamiento entre las distintas regiones del país: fue un programa consistente de acción para transformarlo.
La ejecución de ese proyecto no dejó de tener tropiezos y, aunque culminó con éxito, tardó más que lo esperado.
Al amparo de una legislación especialmente liberal en la protección de la inmigración -decía Pellegrini- millones de personas cruzaron el Atlántico entre 1870 y 1914, lo que contribuyó al aumento de la población, que de 1,6 millón en 1869 pasó a aproximadamente 4 millones en 1895 y a 8 millones en 1914, y proveyó los brazos necesarios para sembrar las tierras.
Los inmigrantes llegaban porque sus ingresos eran más altos que en Europa, pero también porque se les brindaban derechos civiles sin restricción, porque tenían acceso a una educación pública gratuita, lo que no pasaba en sus países de origen, y porque se les aseguró el respeto a sus creencias.
Con los cientos de miles de nuevos pobladores, el área sembrada, que en 1870 era de 700 mil hectáreas, alcanzó 24 millones en 1914. Con la entrada de los capitales, la red ferroviaria, que en 1870 prácticamente no existía (700 km), en 1914 se extendió por el Litoral y el centro del país, llegando a Cuyo, al Norte hasta Jujuy y al Sur, con una extensión de unos 34 mil kilómetros. El desierto se había poblado; no sólo habían crecido ciudades como Buenos Aires, que de la gran aldea pasó a ser la más brillante imitación de una ciudad europea, sino también Rosario, Córdoba y Bahía Blanca.
Progreso notable
El progreso desde la Organización Nacional hasta la Primera Guerra Mundial había sido notable. La riqueza medida por el PBI por habitante había crecido cerca de un 4% por año. El país había dejado atrás la extrema pobreza y las luchas internas. En 1875, la Argentina estaba muy por detrás de Canadá, con un PBI per cápita de $ 334 (precios de 1970), mientras que el de Canadá casi lo duplicaba, con $ 631. Pero en 1899 la Argentina se acercaba, con $ 946, mientras que en Canadá era de $ 1020.
Lo más sorprendente es que en 1914 estaba cerca de Gran Bretaña, con $ 1151 y $ 1492, respectivamente, y muy por delante del de Italia, con $ 783 (todos a precios de 1970). El crecimiento había permitido aumentar los recursos fiscales y consolidar el Estado nacional.
Educación
Pero si el crecimiento económico fue notable, mucho más importante fue lo que se había hecho en educación. En 1870, el 80% de la población era analfabeta y sólo un 20% de la que tenía edad escolar asistía a la escuela. El porcentaje de analfabetismo descendió al 56% en 1895, y al 36% en 1910, y el de escolaridad aumentó al 49% en 1910 y al 64% en 1920.
Mientras que en 1869 la Argentina estaba detrás de España e Italia, que tenían aproximadamente 70% de analfabetos, en 1910 las había superado, ya que las tasas de analfabetismo en España e Italia fueron del 52% y del 39% respectivamente.
Todo esto había sido resultado de un proyecto deliberado de modernizar el país. El gasto educativo aumentó más que el total y más que el crecimiento per cápita.
Con la creación de las escuelas normales y el arribo de las docentes norteamericanas -imponiéndose frente a fuertes resistencias-, Sarmiento se había propuesto mejorar la oferta educativa.
Los maestros normales llegaron a las zonas más alejadas del país no sólo para enseñar a leer y escribir, sino para difundir que el conocimiento nos mejoraría a todos, nos haría más responsables y nos permitiría conducir nuestros propios destinos.
La educación fue el antecedente de la ampliación efectiva de la participación política a la que se llegó con la ley Sáenz Peña y del país moderno que heredamos.
Dijimos que el camino no había dejado de tener tropiezos. Haciendo una evaluación de lo alcanzado y refiriéndose a la superación de difíciles crisis, Pellegrini decía: "La República Argentina ha salido triunfante de la larga y dura prueba, ha salido más fuerte, más rica y plena de confianza en su destino más que en ningún otro momento de su historia".
Otros tiempos, otras circunstancias se dan hoy, pero sólo una comprensión de las dificultades, una firme determinación y un obstinado esfuerzo por superarlas y seguir el camino del progreso nos permitiría decir lo mismo en el bicentenario.
El autor es profesor de Historia Económica de la Universidad de San Andrés
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