La Argentina kirchnerista, fuera de escala y del mundo
Después de 40 años de democracia, en lugar de una línea ascendente de progreso, la tendencia del país es a la baja en indicadores que deberían ser altos, como el educativo o el del empleo formal
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El default más temido quedó superado y sin socorro alguno del FMI. Tampoco de ninguna potencia occidental. No se trata del default argentino sino del ruso que preocupó a principio de marzo. Finalmente, el miércoles pasado Rusia pagó el vencimiento de su deuda. No lo hizo en rublos, además, sino en dólares estadounidenses que giró al JP Morgan Chase en Estados Unidos y éste, al Citigroup en Londres. Fueron 177 millones de dólares para cubrir intereses de deuda que tiene con acreedores privados en esa moneda. Días antes, el riesgo país ruso había subido un 87,70%, unos 1.800 puntos, para llegar a los 3.382 ante la posibilidad de caer en default.
Ese horizonte muestra a las claras la escala de la desmesura que define a la Argentina históricamente con sus nueve defaults acumulados, y a la Argentina kirchnerista en particular: los kirchneristas más proclives al putinismo de guerra y a la admiración de Putín en clave populista son precisamente los que más empujaron el voto en contra del acuerdo con el FMI fuera del Congreso y dentro del Congreso. Hay algo que el kirchnerismo dejó de entender: la superficie completa de la esfera económica real, liberada de la maleza de las nostalgias ideológicas con las que el kirchnerismo se hace una concepción del mundo.
La cuestión es que aún en medio de la invasión decidida por Vladimir Putin que ya suma más de 7 mil soldados rusos muertos, según cálculos conservadores de la inteligencia estadounidense; que acorrala al orden mundial y pone a Rusia en el lugar del enemigo global; que lleva a una crisis económica profunda a su propia población; que pone en riesgo la misma continuidad de Putin en el poder, jaqueado por los oligarcas perjudicados por la guerra, y envuelto al mismo tiempo en una guerra de sanciones económicas nunca antes vista con las potencias occidentales, aún en ese contexto único y complejísimo, la Rusia en crisis de Putin cumplió con el pago de su deuda. Pagó a sus acreedores en dólares y lo hizo a través del sistema financiero internacional que lo castiga duramente por otros frentes. Un banco con sede en Estados Unidos, otro con sede en Londres y una autorización del gobierno de EE.UU. para mover esos millones de un banco al otro y de éste a los bonistas permitió que el enemigo militar y geopolítico cumpliera con sus obligaciones de deudor.
La lógica militar en la que el acuerdo parece imposible dejó lugar a la lógica financiera global donde deudor y acreedores se encontraron productivamente. En el mundo, ni en un conflicto global de estas dimensiones, los grandes jugadores sacan los pies del plato financiero. Toda guerra tiene su fin. El sistema financiero es la política subterránea de Estado global que da continuidad al concierto de las naciones, más allá de las guerras ocasionales. Seguir perteneciendo es casi la única continuidad estructural que garantiza el regreso a un orden una vez que pasa el caos de la guerra.
Sin guerra alguna y sin catástrofe, los defaults se acumulan en nuestra historia y presionan sobre el presente y futuro. Una diferencia sustancial entre el kirchnerismo y su admirado Vladimir Putin es la conciencia de que seguir perteneciendo al orden internacional financiero es clave para cualquier salida que se abra cuando termine la guerra. Sin integración al mundo, no hay futuro. Incluso Putin, el creador del capitalismo de amigos por antonomasia y el autor de una guerra que lo aísla a él y a la Federación Rusa y que desafía la distribución de influencias territoriales en el mundo, lo sabe.
La Argentina kirchnerista, en cambio, hace política local con la idea de que el mundo nos debe algo y el default es una munición para demostrar que el kirchnerismo tiene razón y que un virus o el hijo de una vicepresidenta puede poner de rodillas al capitalismo. O el inglés mal pronunciado de un canciller en Dubai, ante un auditorio de inversores globales que Argentina necesita, que se resiste a hablar la lengua de los “conquistadores”. “Lo hice en inglés porque era parte de mostrarse humilde y de alguna manera, mostrarse también como parte de lo que es la misión diplomática nuestra, que no es agradarle a la pronunciación de quienes quebraron el país”, dejó en claro el canciller Santiago Cafiero, que habla inglés mal en contra del imperialismo.
Fuera de escala. Aislada del mundo. Fuera del presente: los precios de gas y granos suben en el mundo y Argentina lo deja pasar. Ciega al futuro: los inversores extranjeros que buscan oportunidades genuinas están desinteresados de Argentina y le escapan cada vez más a sus políticos. El kirchnerismo que aprovechó el viento de cola de los commodities ya es historia: ahora, en cambio, es capaz de fabricar pobreza en medio de un escenario global de precios altos de productos del agro. La Argentina del kirchnerismo en crisis acumula desmesuras. Tanto es así que mientras que el kirchnerismo cierra exportaciones en medio de la suba de commodities y aumenta retenciones, el tiempo de la siembra empieza a preocupar a los ucranianos aún bajo los bombardeos, que se preguntan cuánto falta para que termine la guerra para así, retomar la producción agropecuaria, exportar y que lleguen divisas. El mercado de los alimentos presiona sobre los plazos de la guerra. Para el kirchnerismo en crisis, el campo sigue siendo un botín de guerra cuyo aporte al crecimiento se le escapa. Y cuya lógica de nodo de conocimiento en torno al cual puede delinearse una Argentina futura de valor agregado, crecimiento y desarrollo le resulta escurridiza. El campo o la industria alimentaria de los ricos como enemigo del pueblo es la matriz conceptual que tiene más cerca.
No es la única de las dimensiones donde esa escala argentina ubica a la Argentina en otro planeta. También se da en la inflación récord en el mundo, que desplazó a Venezuela del primer lugar en los dos últimos meses. Una Venezuela que, mientras su socia kirchnerista en la Patria Grande se niega al ajuste como camino necesario para una economía ordenada que eventualmente dé cabida a todos, inicia un camino de ajuste del gasto público que promete sacarla de la hiperinflación de años. La caída incomprensible de la calidad educativa, que deja a Argentina lejos de las mejoras de Chile, Uruguay, México, Colombia, Puerto Rico. O las muertes por millón de habitantes por Covid19, que ubican también a la Argentina en los primeros puestos del trágico ranking.
La naturalización de esa escala disparatada es otro problema. Y de esa naturalización, derivan dos cuestiones. Una, el aislamiento argentino: después de 40 años de democracia, en lugar de una línea ascendente de progreso, la tendencia argentina es a la baja en indicadores que deberían ser altos, como el educativo o el del empleo formal, o al alza en los que deberían mostrar descenso, como la pobreza o el empleo público y la informalidad, por ejemplo.
La naturalización de esa escala disparatada guarda relación con otra desmesura argentina, la otra cuestión central: el ensimismamiento de su élite política. El Frente de Todos es su muestra más cabal. No hay capitalización de lecciones. No hay aprendizaje en el Frente de Todos. Ni el paso en falso que la ciudadanía no perdonó de la foto de Olivos, que institucionalizó el distanciamiento entre la élite y la vida de la gente común. Ni la acumulación de muertes récord en la pandemia, los efectos de un abuso de cuarentena o la mala política de adquisición de vacunas, empecinado en un solo vendedor, Putin, lo hicieron revisar críticamente las medidas y plantear un reconocimiento de errores ante la ciudadanía. Ni una derrota electoral aplastante como la de noviembre. Ni encuestas que muestran una reducción implacable de su caudal electoral frenan las internas en la coalición gobernante.
En Brasil, mientras se luce con retórica populista, el mismísimo Lula al que Alberto Fernández y Cristina Kirchner admiran intenta seducir, por ahora sin suerte, al economista brasilero Arminio Fraga, que fue presidente del Banco Central durante la presidencia de Fernando Henrique Cardoso y es considerado uno de los banqueros centrales más destacados del mundo, para que lo acompañe en algún rol en una futura gestión presidencial. Por ahora Fraga sigue en lo suyo, haciendo plata en el mundo de los hedge fund, un territorio que domina como pocos. La posibilidad de que Gerardo Alckmin, ex gobernador de San Pablo, un político de centro, sea el vicepresidente de Lula muestra el mismo camino de racionalidad política y económica. En Brasil, Lula preocupa pero para la Argentina, resulta moderación pura frente al kirchnerismo. Como Gabriel Boric en Chile, Lula escucha el sonido de los tiempos que dejaron de organizar la esfera económica en términos de derecha e izquierda. La palabra ahora es “racionalidad”, por ejemplo, en el equilibrio fiscal y la independencia de los Bancos Centrales. Al kirchnerismo, todavía no le llegó ese sonido.
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