La Argentina en el mundo y el mundo en la Argentina
Hace dos años, los argentinos celebramos el Bicentenario de nuestra independencia. Conmemoramos con alegría aquel gran momento en que se consagró nuestro sueño de ser una nación libre y soberana.
Un país existe en sí mismo desde el momento en que logra su independencia, pero empieza a existir para el mundo cuando otros estados lo reconocen e interactúan con él. En el caso de la Argentina, ese reconocimiento se dio por primera vez dos años después, en 1818, cuando el rey de Hawai reconoció oficialmente nuestra existencia ante el pedido de navegantes argentinos. Este dato dibujará algunas sonrisas, pero lo cierto es que aquel primer respaldo internacional (lo seguirían otros países como Portugal y Estados Unidos) demandó enormes esfuerzos, largos meses y el cruce de océanos enteros.
Casi sin darnos cuenta, este año los argentinos celebramos entonces otro bicentenario: el de nuestras relaciones con el mundo. Y como si nuestro destino nos guiñara un ojo, lo coronamos con el evento diplomático más importante de toda la historia argentina. Hace 200 años tuvimos que navegar miles de kilómetros para que un pequeño Estado oceánico nos reconociera. Hoy el mundo, encarnado en sus veinte principales líderes, viene a discutir el futuro global a nuestra casa.
Este paralelismo nos invita a pensar. Nuestro país necesitaba ya en ese entonces el apoyo internacional. En aquella fragata, que por algo se llamaba La Argentina, viajaba todo un país en busca del reconocimiento de su derecho a existir libremente en la Tierra. Dos siglos más tarde, por supuesto, mucho cambió. Nuestro proyecto como nación ya no es el de asegurar la mera existencia, sino el de consolidar una existencia digna y plena, en la que cada argentino tenga la libertad de elegir y la oportunidad de ser protagonista de su propio futuro.
El horizonte cambió, pero la necesidad permanece: en 2018, la Argentina también requiere del apoyo del mundo. Por eso, para lograr el sueño de un país sin pobreza y con seguridad, la política exterior es una herramienta importante. Hoy la Argentina también es un barco, un barco que navega hacia su propio potencial.
Es el mismo que en 2015 hacía agua por todos lados, con una matriz energética destrozada, un Banco Central sin reservas y un 32% de compatriotas bajo la línea de pobreza. Gracias a la fortaleza del Presidente y a la confianza tanto de los argentinos como del mundo entero, logramos estabilizarlo.
Durante dos años, navegamos con firmeza batiendo récords de crédito y de producción. Crecimos durante siete trimestres consecutivos, generamos más de 600.000 puestos de trabajo y redujimos la pobreza. Ser un país más y mejor insertado internacionalmente, que abrió 60 nuevos mercados para nuestras empresas y facilitó la llegada de inversores, fue una parte necesaria de ese éxito.
Lamentablemente, en los últimos meses, los vientos de este mundo en el que navegamos cambiaron. La suba de las tasas de interés, el aumento del precio del petróleo y la tensión comercial entre grandes potencias generaron una tormenta perfecta que puso a prueba la determinación no solamente de un gobierno, sino de una dirigencia y de un país entero.
Existen tres tipos de navegantes frente a una tormenta. El navegante idealista, que mira al cielo con una sonrisa y espera que el viento cambie. El navegante pesimista, que mira al cielo y se queja del viento. Y el navegante realista, que se arremanga y ajusta las velas como sea necesario para mantener el rumbo.
Eso hizo el presidente Macri. Con determinación, ajustó las velas porque entiende que lo importante es el rumbo para seguir navegando hacia nuestro potencial. Acordar con el FMI fue el primer gran paso necesario para mantener ese rumbo. Y pudimos hacerlo gracias a la confianza que el mundo tiene en el país y en la capacidad de los argentinos.
Esa confianza es la que hace que Buenos Aires sea, por tres días, la capital mundial. Ser anfitriones del G-20, el foro en el que los máximos líderes del planeta discuten soluciones para los problemas globales, es una ratificación de que nuestro rumbo es el correcto y de que la Argentina es confiable. Significa que, por primera vez en nuestra historia, el mundo se sube a nuestro barco para ver cómo mejorar los vientos.
Es una oportunidad inédita. Como organizadores, nosotros definimos los temas y estamos haciendo que las necesidades de los argentinos -y de otros países emergentes- sean consideradas.
Las prioridades de este G-20 argentino son tres. El futuro del trabajo -porque creemos que, en tiempos de revoluciones tecnológicas y ambientales, generar empleos de calidad implica que repensemos creativamente hacia dónde va el mundo-. La infraestructura para el desarrollo -porque los argentinos estamos viviendo en primera persona los enormes beneficios de transformar nuestras redes de agua, cloaca y transporte-. Un futuro sostenible en materia de alimentos -porque, desde nuestros campos hasta nuestras universidades, tenemos la capacidad y el deber de aportar soluciones para contrarrestar el hambre en el mundo.
Este bicentenario nos encuentra, en pleno siglo XXI, como un país aún emergente. Ante los ojos del mundo, los temas que hemos elegido definen nuestra vocación entre las naciones. La decisión es clara: en un momento de alta tensión mundial, los argentinos pretendemos ser sinónimo de diálogo en base a una visión lúcida y esperanzada del futuro.
Entre países, como entre compatriotas, remar para el mismo lado es la única manera de alcanzar nuevos horizontes. Logramos juntar al mundo a dialogar bajo nuestro techo porque, en primer lugar, nos juntamos y dialogamos entre nosotros para preparar este enorme desafío. Por eso, este hito emblemático de reconocimiento internacional nos pertenece a todos los argentinos.
Quiero compartir mi emoción y mi sincera convicción. Hoy, quizá como nunca antes en nuestra historia, los líderes del mundo responden: "¡Al gran pueblo argentino, salud!".
Canciller de la Argentina
Jorge Faurie