La apropiación de Raúl Alfonsín y los fantasmas del balotaje
Mientras Milei cuestiona brutalmente al expresidente y Macri lo excluye del panteón de sus radicales favoritos, Massa lo incorpora
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Cuarenta años después de ser elegido presidente, Raúl Alfonsín y su legado condicionan como nunca antes las elecciones en la Argentina. Mientras que Javier Milei lo cuestiona brutalmente y Mauricio Macri lo excluye del panteón de sus radicales favoritos, Sergio Massa se lo apropia y desde el balcón –prestado, provincial y peronista– de la asunción de Osvaldo Jaldo, en Tucumán, recita el preámbulo de la Constitución Nacional como lo hacía Alfonsín en aquel 1983 fundacional. El problema de Milei es quedar convertido en Videla. El de Macri, que prefiere ensalzar Alvear y Alem, “los primeros liberales” y cuestionar a Yrigoyen por populista, el de perder votos radicales en el balotaje, y apoyo parlamentario de ganar Milei la elección. Y el de Massa, en lugar de mimetizarse a Alfonsín, terminar fusionado en el imaginario con Alberto Fernández, que en su primer discurso ante la Asamblea Legislativa en marzo de 2020, también buscó asociar su proyecto republicano con Alfonsín. Aquel discurso disparó sueños de “moderación” similares a los que hoy mueven la fibra del votante de Massa, aún del votante de balotaje, el que lo va a votar a regañadientes.
El balotaje del 19 de noviembre presenta una polarización novedosa a la ciudadanía. Ya no solamente la de kirchnerismo versus antikirchnerismo y sus variantes, por ejemplo, república versus populismo, sino también una disyuntiva que opone continuidad democrática versus el riesgo de su ruptura. En cada caso, el voto Milei y el voto Massa ve en el votante de su oponente respectivo el fantasma de la ruptura democrática. Este año, el balotaje se jugará no sólo en una oposición entre dos modelos económicos y el rol del Estado y del mercado, sino también entre dos modelos de riesgo diferentes de ruptura democrática.
De un lado, el riesgo Milei como una ruptura futura de los consensos democráticos del ‘83 y el regreso de una interpretación minimizadora de la dictadura y su plan sistemático de exterminio, una noción autoritaria del ejercicio del poder que calla a las minorías y los disensos, y una irracionalidad que violenta el sentido común en temas clave como la educación, la infancia, la salud y también la economía.
Del otro lado, el riesgo Massa como la continuidad, agravamiento y consolidación de una democracia iliberal, de instituciones débiles, poder presidencial concentrado, arbitrariedad económica, corporativismo, capitalismo de amigos y debilitamiento del juego de mayorías y minorías, empobrecimiento generalizado de la sociedad y pérdida de derechos por otros medios. En el horizonte, Venezuela.
Después de la primera vuelta, hay dos maneras de mirar los números totales. Milei y Macri ven una coalición por la libertad y por el cambio para terminar con el populismo kirchnerista. El discurso de Bullrich de anuncio del voto Milei se apoyó en esa lectura. Massa, en cambio, ve en la suma de votos el riesgo de la locura Milei y, en consecuencia, una búsqueda de la moderación al modo Larreta. Desde el primer debate presidencial que Massa busca esa larretización. En su estrategia construyó una polarización moderados versus radicalizados. Le dio un increíble resultado. Subrayó “el salto al vacío” que significaba Milei y en eso terminó coincidiendo con Bullrich, aunque sin decirlo explícitamente. Milei recibió munición gruesa por ambos frentes.
De algún modo, se lo buscó: lo que había sido sobre todo una pedagogía del déficit cero y la racionalidad económica, trastocó en la enunciación espiralizada de locuras políticas cada vez más innecesarias.
Superpuesta a esa polarización, la moralización de la política hace su juego. Para el votante de Massa, el voto Massa guarda una suerte de superioridad político moral que se ampara en la protección de ese legado alfonsinista y en el disfraz de unidad y moderación que Sergio Massa eligió para transitar este proceso electoral. “¿Cómo vas a votar a Milei?” es la pregunta repetida del votante Massa, no sólo el del kirchnerista disciplinado sino también del que buscó otro camino en la primera vuelta.
La enunciación pública del voto a Massa por parte de ciudadanos de a pie y de figuras públicas, desde políticos a artistas, intelectuales y periodistas, se mueve en ese carril: el voto Massa como dueño de un cierto grado de superioridad democrática frente al voto Milei.
A pesar de la “actitud prescindente”, es decir, neutral en relación a los dos candidatos del balotaje, la posición de Gerardo Morales se sostiene en la valoración distinta de esos dos riesgos: “Todo lo que tenga que hacer para que no gane Milei, lo voy a hacer. Sería un riesgo para la democracia en la Argentina”. Dentro de ese margen de posibilidades, se instala la pregunta: ¿se abre tácitamente una convocatoria a votar a Massa?
El dilema de los argentinos es extremo: el voto 2023 quedó atrapado en una situación imposible creada por la política. Primero, por una ambición sin matices de Milei para quedarse con un triunfo a toda costa, aún a costa de aliarse con Massa para fiscalización y financiación. Segundo, una ambición semejante en Massa de llegar al poder aún a costa de torcer las tácticas políticas al extremo como pactar con un adversario y luego dejarlo en el camino sólo para desarticular a la otra oposición. Y tercero, la ambición de Bullrich y Macri en su objetivo de concretar el fin del kirchnerismo que las urnas le negaron aún a costa de romper su coalición.
Uno de los episodios que más desafían la lógica política pos primera vuelta tiene que ver con los efectos de la derrota de la fórmula Bullrich-Pietri. Bullrich ve un triunfo donde hay derrota. La candidata que lleva a un retroceso histórico el porcentaje de votantes de la coalición opositora interpreta su derrota como un triunfo sectorial, de su sector de votantes. Y se atribuye una representación futura a partir de esa victoria reducida. En lugar de renunciar a la presidencia de Pro, al día siguiente de salir tercera y quedar fuera del balotaje, retoma su cargo y un día después, enuncia su voluntad de votar a Milei. “Le gané a Morales, Larreta, Lousteau, a todos”, dijo para justificar la representación que se atribuye. El punto que importa es otro, que perdió ante Massa y Milei.
Los votantes que se quedaron sin candidatos propios en el balotaje, los de Juntos por el Cambio sobre todo, tendrán que optar o por el voto en blanco, que condena a los dos fantasmas, o el voto a Milei, si siguen la propuesta que movilizaron Bullrich y Macri. En ese esquema, el riesgo democrático tiene el modelo del presente: la ruptura democrática es la de Massa y el kirchnerismo. El pasado alfonsinista y los riesgos de ruptura democrática en los cánones históricos es un escenario que queda lejos para dirigentes cuya identidad política no se consolidó en los años del consenso democrático sino de los años kirchneristas. “¿Y ahora de golpe es una garantía republicana porque recita el preámbulo como lo hacía el Dr. Alfonsín?”, planteó Macri en relación a Massa. “Milei es una incógnita. Donde tenés certidumbre es Massa”, sostuvo.
Sobre la polarización de los fantasmas de ruptura democrática y de superioridades morales, se imprime otra oposición, dos tipos de locuras distintas. La mentira serial frente a los arranques de ira desmesurados. En cada caso, la locura siempre es el otro.
Macri enfrenta una disyuntiva. El domingo 19 de noviembre lo que está en juego son votos presentes y votos futuros, los de las urnas versus los del Parlamento en un futuro gobierno. El riesgo de intentar garantizar los actuales puede llevar a descuidar los votos parlamentarios futuros. Ese riesgo, aunque por ahora es virtual, no es menor: si los votantes de Bullrich votan a Milei es bajo la expectativa de que Macri y los dirigentes de Pro que se alinean detrás del voto Milei serán capaces de darle racionalidad a un gobierno de Milei, aunque sea desde el voto en el Parlamento. De llegar divididos y distanciados del voto radical, esa promesa estará cada vez más lejos. El Milei que asuma encontrará menos contención institucional todavía.
El otro riesgo de Macri es quedar pegado a Milei, la otra forma de locura. La apuesta del todo por el todo que lleva adelante Macri tiene muchas lecturas posibles. Pero una tiene a Alfonsín y la historia del radicalismo en el centro: desde el encuentro secreto con Milei pos primera vuelta, Macri se sube a la interpretación mileista del radicalismo. “Respeto a mucha gente que gobernó con ustedes. Y no dijo solamente el Pro. Dijo estos jóvenes radicales que abrazan las ideas modernas liberales”, dice Macri que dijo Milei esa noche.
En la línea de sus declaraciones críticas de Yrigoyen, como el primer paso al populismo, y los elogios al radicalismo en su versión liberal, Macri da un salto de lo táctico a lo estratégico: Macri y Milei quedan confundidos en la misma visión del mundo. Ya no se trata de una alianza en pos de sumar votos, al modo en que funcionó en parte Cambiemos, sino de una visión compartida de hacia dónde, y por dónde, está el futuro. La suerte de Milei puede arrastrar definitivamente a la de Macri.
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