La ansiedad de Alberto Fernández por evitar un doble castigo
El Presidente necesita un triunfo claro en Buenos Aires que lo revalide como un instrumento electoral válido y frene una intervención de su gobierno; los dilemas de Larreta
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Alberto Fernández se permitió un desahogo emocional en público cuando aludió a sus ojeras y los kilos de más como una consecuencia de la angustia con la que vive. Al drama de gobernar en pandemia se le suman el peso del escándalo por la fiesta en Olivos que golpeó su credibilidad en plena campaña y el estrés que significa enfrentar sin certeza de triunfo un plebiscito particular: demostrarle a Cristina Kirchner que sigue siendo un instrumento electoral válido.
La anomalía de estas PASO 2021 reside sobre todo en que unos comicios legislativos se convierten en una interna sobre el Ejecutivo, en la que el Presidente ansía conquistar cuotas de autonomía frente al poder que emana de la jefa indiscutida del Frente de Todos. Las listas de consenso del peronismo unido apenas disimulan esas primarias subterráneas por el rumbo de una gestión hasta ahora incapaz de cumplir sus promesas fundacionales.
La ansiedad con la que se vivieron en la Casa Rosada los últimos días responde al inusual grado de incertidumbre por la carencia de datos fiables sobre el resultado de hoy. Hay indicios que hacen temer en el Gobierno un castigo electoral por la crisis económica y los efectos destructivos de la pandemia. Fernández no aspira a retener los porcentajes cercanos al 50% que logró hace dos años, sino a conseguir un triunfo suficiente para evitar el doble castigo que significaría una intervención kirchnerista del gabinete en busca de defender la fortaleza en peligro.
Los actos de cierre de campaña reflejaron esas tensiones fantasmales. Alberto y Cristina ofrecieron un espectáculo peronista sin euforia en Tecnópolis, donde volvieron a mostrarse juntos después de tres semanas. Ella, concentrada en resucitar el relato exitista de sus años en la Presidencia. Él, preocupado por contentarla con palabras críticas a los jueces y a los medios de comunicación. Ambos, unidos en el refugio confortable del antimacrismo.
La medida de la elección de hoy vuelve a ser la provincia de Buenos Aires, donde reside el 37% del padrón. Ahí están los votos que le permitieron a Cristina sostenerse como figura central de la política argentina a 18 años de la irrupción nacional del kirchnerismo.
El discurso oficial quiso cristalizar la módica expectativa del “se gana por un voto”. Pero hay dos números mágicos que funcionan como un piso por debajo del cual aguardarían tormentas: 40% de los votos y 5 puntos de diferencia entre la lista encabezada por Victoria Tolosa Paz y la suma entre las de Diego Santilli y Facundo Manes. Hay que recordar que en 2019 la diferencia en la Provincia fue de 16,3 puntos (en el tramo presidencial).
“Bajar de 40 nos expondría a una situación muy delicada. Sería quedar cerca de lo que en 2017, en pleno auge del macrismo, consiguió Cristina sola, sin Sergio (Massa) y con Alberto como jefe de campaña de (Florencio) Randazzo”, señala un funcionario que integra la mesa chica de decisiones del Frente de Todos.
Las encuestas que se consumen de manera adictiva en la Casa Rosada y en el Instituto Patria coinciden en marcar diferencias que rondan esos 5 puntos, en el umbral del alivio. Pero todos los vaticinios están teñidos de asteriscos: los consultores no paran de abrir el paraguas. Ven una sociedad cruzada por la apatía y la bronca, con altísimos niveles de rechazo a responder. “El riesgo de una distorsión significativa es enorme”, advierte un encuestador de primera línea.
Si se diera algo parecido a un empate o a una derrota peronista, cabe imaginar horas turbulentas y acciones económicas apresuradas para conquistar votos en noviembre a golpe de dinero público
Los grandes números reflejan un malestar creciente con el Gobierno y un impacto negativo en la imagen presidencial a partir de la difusión de las imágenes del cumpleaños de Fabiola Yañez en Olivos durante la cuarentena dura de 2020. Pero no está claro que eso derrame votos en la oposición de Juntos por el Cambio, todavía afectada por el recuerdo del fracaso económico de la administración de Mauricio Macri. La incógnita por el grado de participación complejiza todo pronóstico.
Cambiar o no cambiar
Parece claro que una luz de ventaja en Buenos Aires le daría oxígeno a Fernández para enfrentar la indisimulada demanda del kirchnerismo duro por cambios en el elenco de gobierno, con foco principal en la figura del jefe de Gabinete, Santiago Cafiero. Si “la provincia está en orden”, Cristina Kirchner podría calmar su inquietud por la situación económica y hasta podría sentirse más proclive a validar la estrategia de Martín Guzmán en la crucial negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Si se diera algo parecido a un empate o a una derrota peronista, cabe imaginar horas turbulentas y acciones económicas apresuradas para conquistar votos en noviembre a golpe de dinero público. Difícil imaginar una amenaza mayor para los planes de Guzmán y para la autoridad del Presidente.
El panorama para el oficialismo, en cualquier caso, dista de ser triunfalista cuando se amplía la mirada hacia el resto del país. Descuenta derrotas en la ciudad de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Y la situación se complicó aún más en las últimas horas en la decisiva Santa Fe, donde además el Frente de Todos palpita la interna incómoda entre Agustín Rossi y la lista que apadrina el gobernador Omar Perotti (con apoyo de Cristina Kirchner).
En el Instituto Patria calculan una merma en el número de senadores del Frente de Todos –sin comprometer el quorum propio- y un panorama sin cambios drásticos en la Cámara de Diputados –esperan sumar algún diputado sin llegar a la mayoría-. Pero miran con atención la suma nacional de votos, que proyectará mensajes relevantes hacia el 2023.
Larreta, en su día D
Aparte de Fernández, nadie se expone más en las primarias que Horacio Rodríguez Larreta. Sus jugadas de riesgo para imponer los principales candidatos en la Ciudad y la Provincia convierten el resultado en un test de liderazgo para un hombre decidido a acelerar hacia la presidencia en 2023.
El larretismo quiere “naturalizar” la presencia de Macri, que casi con seguridad se mostrará esta noche en el búnker amarillo de Costa Salguero
Su atención esta noche estará puesta en primer término en la Capital. Perder no es una hipótesis para Juntos por el Cambio, pero su apuesta por María Eugenia Vidal, que sacudió el tablero del Pro, lo obliga a obtener una diferencia incontestable si quiere evitar el reproche de aquellos, como Patricia Bullrich, que se arrogaban representar mejor los intereses del votante opositor.
De Vidal se espera que supere ampliamente en las primarias a las listas de Ricardo López Murphy y Adolfo Rubinstein. Que juntos pasen con holgura el 40% y que ella sola sea la candidata más votada, por encima del albertista Leandro Santoro. En la provincia, Larreta descuenta el triunfo de Santilli sobre Manes.
Su obsesión a partir de esta noche será reconstruir el espíritu de unidad de cara a noviembre. Por eso se resolvió que Santilli mude su bunker a La Plata para enfrentar las cámaras junto a Manes una vez que se conozcan los resultados.
Las heridas siguen abiertas. El radicalismo desconfía. Gerardo Morales se lo dijo a Larreta cuando se reunieron el miércoles, antes de los actos de cierre de campaña. Le reprochó supuestas acciones sobre medios y empresarios para restarle apoyo a Manes y para sembrar sospechas sobre algunas figuras de la UCR. Hay mucho para hablar antes de que los radicales se reconcilien de verdad con el proyecto del antikirchnerismo unido.
El Pro sobreactuó concordia de manera obediente en los actos de la última semana, pero todavía no digirió las tensiones del armado de listas. Bullrich ya arma su proyecto presidencial. Y Macri se siente reivindicado con el papel que tuvo en el final de la campaña. El larretismo dice que se buscó “naturalizar” la presencia del expresidente, que casi con seguridad se mostrará esta noche en el búnker amarillo de Costa Salguero.
Al igual que Alberto y Cristina, Macri y Larreta están atados en la necesidad de un triunfo electoral. Es cierto que esa eventualidad fortalecería el liderazgo de Larreta, pero también podría ser el germen de una crisis profunda en el Gobierno que termine por reivindicar la memoria de la experiencia macrista en la Casa Rosada. Nadie se rinde cuando el permio es la Casa Rosada.
Lo que tiene claro Larreta es que existe una sensibilidad en la dirigencia opositora que lo obligará, en caso de un buen resultado, a ser muy medido en sus palabras de esta noche. “No van a ver a Horacio apropiándose de un triunfo. Viene la hora de sumar e integrar”, anticipa una fuente de su confianza. En la provincia, la expectativa es acercarse todo lo posible al kirchnerismo y dejar sueños mayores para noviembre, cuando el desafío principal será retener el voto de las dos listas de Juntos. Esa misma lógica es la que llevó a cerrar un acuerdo in extremis con López Murphy en la Capital para garantizarle que estará en la boleta definitiva si supera el piso electoral (15% de la interna) y no caerá víctima de un reglamento caprichoso.
Un número fundamental que seguirán obsesivamente los opositores es el de la participación. Los registros de las elecciones distritales celebradas hasta ahora marcan una merma importante respecto de años anteriores. ¿Se repetirá hoy?
En el comando de Pro trazan una línea de peligro en el 68%. Por debajo de ese número el riesgo de un mal resultado se agiganta para ellos, ya que presuponen que la influencia del aparato peronista cobrará una fuerza determinante. En las PASO de 2017 y 2019 la asistencia estuvo bien por encima del 70% y siempre creció (con efectos positivos para el macrismo) en las elecciones generales.
Por eso la cautela es salud. No sea cosa que el cisne negro del que tanto se habla frente a las primeras elecciones en pandemia termine por ser un apoyo al gobierno kirchnerista y la crisis se traslade entonces a la coalición que sueña con desplazarlo.
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