La agenda de los desafíos sociales
El informe sobre la situación social del área metropolitana de Buenos Aires, realizado por Cáritas y la Universidad Católica, muestra con claridad cómo, a pesar de que se han logrado avances importantes en lo social en los últimos años, nos encontramos frente a varios desafíos para mejorar las condiciones de vida de los más pobres en la Argentina.
Se puede decir que estamos frente a siete problemas principales.
- La pobreza estructural, que representa a más del 10% de la población que no cubre las necesidades mínimas y carece de servicios básicos.
- La informalidad laboral, con más de una tercera parte de la población con trabajo no registrado o con actividades por cuenta propia en situación precaria.
- La desigualdad, que marca aún una diferencia de 22 a 1 entre los más ricos y los más pobres.
- La situación de los jóvenes de 16 a 24 años que no estudian ni trabajan, que, más allá del debate acerca de cuántos son, sin dudas es el grupo social más crítico de la Argentina.
- Los problemas de hacinamiento en los grandes centros urbanos en los que está radicada la mayor parte de la población, y en donde conviven la pobreza y la violencia.
- Las dificultades en el acceso a la atención primaria de la salud, en particular en los centros menos poblados.
- Las diferencias en la calidad educativa, especialmente en la escuela secundaria.
En este contexto, la extensión de la Asignación Universal por Hijo ha sido muy positiva, porque rompe con un esquema muy desigual, en el que cobraban ese derecho sólo quienes tenían trabajo formal y marca un nuevo piso de arranque para gran parte de la población.
En lo referido a la inclusión de los jóvenes, parece encontrarse uno de los desafíos más complejos. Cuando se habla de jóvenes que no estudian ni trabajan, son jóvenes que directamente no hacen nada o que entran y salen del trabajo y de la escuela con mucha frecuencia: no logran sostenerse ni en el sistema laboral ni en el sistema educativo.
El problema de los jóvenes en lo laboral no se vincula con el aprendizaje de la tarea, sino con darle continuidad a ésta. El desafío entre los jóvenes pobres no es entender qué hay que hacer en el trabajo, sino ir a trabajar ocho horas todos los días, en un esquema en el que muchos no han visto ni a su padre ni a su abuelo trabajar.
El desarrollo productivo y el microcrédito son también esenciales para ver cómo se puede dar un salto de las experiencias a una escala que cubra a los casi cuatro millones de cuentapropistas que trabajan con tecnología retrasada en el país y que son pobres porque no alcanzan los ingresos mínimos.
La pobreza en la Argentina también está muy vinculada a la tecnología inadecuada: un carpintero que no accede a una sierra circular y que, por lo tanto, no hace muebles a medida y pierde oportunidades de mercado, o un mecánico de autos que, como nadie le da crédito para una computadora, no atiende los autos con motores a inyección. Lo mismo sucede con una señora que cose ropa en su casa y que, por falta de mejores máquinas, no logra romper el círculo de la pobreza.
Por estos aspectos pasa la agenda social de la Argentina, un país que tiene todo: recursos naturales, personas capacitadas, territorio, una sociedad relativamente integrada y mucho porvenir. En función de lo que hagamos en los años que siguen, y de la posibilidad de encarar políticas de segunda generación, vamos a poder construir una sociedad más inclusiva. El contexto internacional, más allá de los vaivenes, parece darnos una nueva oportunidad que no tenemos que desaprovechar.
El autor fue ministro de Desarrollo Social de la provincia de Buenos Aires.
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