L-Gante y las contradicciones del kirchnerismo tardío
La narrativa de la gestión de gobierno, y también de las campañas electorales, puede organizarse a partir del recorte de sus logros, pero también de sus errores. Cuando el storytelling se arma más fácilmente en la opinión pública con las metidas de pata que con los éxitos, ese gobierno está en problemas. El kirchnerismo tardío de Alberto Fernández y Cristina Kirchner llegó a ese punto. Aunque lejos del peso que tuvo el cajón humeante de Herminio Iglesias, el error político por antonomasia que terminó de arruinar las chances electorales del peronismo de Luder en aquel regreso de la democracia argentina, los errores que viene cometiendo la nueva cepa del kirchnerismo en pandemia son menos espectaculares pero repetidos y consistentes, y llamativos, en muchos casos, por lo innecesarios y evitables. Forman una serie que ya tiene su peso propio.
Esa serie está hecha de errores en el campo simbólico, central para el modo político del kirchnerismo, y errores en el campo de lo real, es decir, de la administración de los problemas que en lugar de llevarlos a una tendencia a la baja, produce una agudización. El tema Pfizer es el ejemplo claro. La reticencia a la presencialidad escolar, el otro. La lógica es la misma: lo que se niega durante meses se termina otorgando de un minuto para el otro, con justificaciones poco sostenibles que dejan expuestos a sus funcionarios. La secretaria Legal y Técnica, Vilma Ibarra, y la ministra de Salud, Carla Vizzotti, en un caso; y el ministro de Educación, Nicolás Trotta, en el otro.
Esos momentos son toda una novedad en el panorama político hegemonizado por el kirchnerismo hace casi dos décadas: cuando el kirchnerismo insiste en creer ser el mejor intérprete de las necesidades de la ciudadanía, pero termina sucediendo que la ciudadanía demanda algo que para el kirchnerismo y su versión de pueblo militante cae fuera de lo concebible. La autopercibida legitimidad del oficialismo para el sonido popular empieza a encontrar competencia en una centroderecha, Juntos por el Cambio, y los libertarios en un extremo, que empiezan a desplegar una mayor autoestima a la hora de interpretar los deseos de las mayorías. Hay duelo de superioridades morales en pie de igualdad. El kirchnerismo se ha encontrado con un límite en el relato de su empatía social.
¿Errores o cambio de época?
En lo simbólico, la ristra de desaciertos de los últimos días aporta para entender el momento que atraviesa el oficialismo. La invocación de Cristina Kirchner al dios joven y popular L-Gante en el acto de campaña en Lomas de Zamora la semana pasada es una de las perlas de ese collar de errores que empieza a tener dos vueltas, pero va camino a enredarse todavía más: la atribución de los logros del trapero L-Gante a los éxitos de una política educativa, Conectar Igualdad, fue corregida, como mínimo, o desmentida, como máximo, por un L-Gante humilde e inteligente, sensible al momento político que lo devora todo, que aclaró que no terminó el secundario y no estaba ahí para que le tocara la computadora: la compró en el mercado paralelo de computadoras usadas, las de Conectar Igualdad incluidas. Esa fue la perla de la semana pasada. Horas difíciles se tienen que haber vivido entre quienes le llevaron la idea de la mención a L-Gante a la vicepresidenta.
Después llegó la perla del domingo, la foto del exministro Ginés González García, el no-varado de regreso a casa sin demoras de vuelo, con custodia privada al pie del avión, con testeo vip y mutis por el foro de Ezeiza igualmente vip, todas excepciones que demandan la participación activa del oficialismo de Fernández para poder concretarse. Ayer se sumó la última perla, que no será la última según promete una lógica de desaciertos que el oficialismo comete sin siquiera percatarse de que lo hace. Y ahí está uno de los problemas, la distancia que empieza a separar al micromundo kirchnerista de la realidad de las personas.
En este último caso, la perla-error fue la foto de Mayra Mendoza en hospital privado sin barbijo, junto a otras visitas, también sin barbijo. Cuando el oficialismo restringe la vida ciudadana, los viajes, las visitas hospitalarias o la asistencia a los entierros, por ejemplo, por el temor al Covid-19 y a las nuevas cepas, la vicepresidenta de la Nación, nada menos, y una intendenta del conurbano y dirigente destacada de La Cámpora se sacan foto sin barbijo en una habitación cerrada dentro de un hospital privado. Y la foto circulando por todos lados. Un multiplicación de errores: el encuentro y la falta de barbijo; luego, la foto y finalmente, su viralización. La contradicción cultural que se da a la hora de percibir el obvio despliegue de privilegio en actores privilegiados que se presentan como “los más débiles”.
Cegueras del kirchnerismo tardío
El kirchnerismo tardío comete errores impensables en sus etapas anteriores. ¿Son errores suyos o tienen que ver más con un cambio de clima cultural con el que el kirchnerismo no logra conectar? Hay una brecha insalvable y creciente entre la voluntad pretendidamente igualitaria del oficialismo y los efectos actuales de su gestión en medio de la pandemia. El oficialismo presiona sobre la realidad para tener razón y la realidad lo desmiente. Hay algo de cambio de época y hay algo de una imposibilidad nueva en el kirchnerismo para interpretar los sonidos, y las necesidades y reclamos, de estos momentos.
El caso L-Gante es sintomático. No solo por la precisión biográfica que aportó el artista sobre cómo consiguió la computadora de Conectar Igualdad. La historia del adolescente exitoso que encuentra su destino gracias a una política de Estado parece la narrativa ideal para un acto de campaña. Pero las precisiones aportadas por L-Gante vuelven a su caso indicador de otro panorama. Por un lado, de los límites reales de las políticas kirchneristas: L-Gante es un ejemplo claro de esos adolescentes que la escuela secundaria sigue sin poder retener en la Argentina. Pero todavía más: aun cuando hubiera sido cierto el caso de un chico que se encuentra con su pasión y descubre su talento de la mano de una computadora distribuida por el Estado, tampoco alcanzaría para ratificar el éxito de esa política. Una caso excepcional protagonizado por un talento fuera de serie, como es el de L-Gante, es, al contrario, la demostración de todo lo que no funciona en términos generales para la mayoría de los adolescentes.
El kirchnerismo hizo un aporte clave en transformar la matriz conceptual a la hora de concebir la escuela secundaria: la extensión de la obligatoriedad de la escolaridad hasta el último año del secundario sacó a ese nivel educativo del área de privilegios para un sector social y para los chicos excepcionales de los sectores populares y lo convirtió en derecho. Terminar el secundario no es un acto restringido a los héroes de la pobreza, sino un derecho de todos los chicos pobres. La ley de educación nacional que el kirchnerismo impulsó en 2006 consagró esa obligatoriedad y ese derecho. Pero la realidad es mucho más difícil de torcer y la secundaria no ha logrado universalizarse y el abandono escolar en el secundario de los chicos de nivel socioeconómico bajo, los L-Gante de este mundo con menos suerte, menos madre o padre presente y talentos más comunes, desmiente la efectividad de esa política, no importa si llegaron a tener computadora de Conectar Igualdad o no. En 2019, el último año de normalidad, apenas el 43% de los chicos más pobres logró terminar la secundaria. El problema se sostiene desde hace décadas.
Por otro lado, la experiencia personalísima de L-Gante, tal como él la recuerda, pone en escena una serie de valores que al kirchnerismo le cuesta integrar en su política y visión del mundo. La idea de que, a la hora de hacerse un camino, los sectores populares valoran el logro personal, el mérito y el esfuerzo individual, las ganas privadísimas de emprender un camino, todo asociado de manera simplista con la derecha elitista en el universo kirchnerista. Ese es otro de los límites y contradicciones culturales de un kirchnerismo que se cree intérprete privilegiado de lo popular.
Llegado el momento de aclarar el modo en que empezó su camino de artista, a L-Gante le interesó subrayar el orgullo por su logro personal, no de clase, la alegría por el reconocimiento vicepresidencial de ese logro y lo siguiente en relación a los dichos de la vicepresidenta y las computadoras de Conectar Igualdad: “Lo que podría corregir es que no hay que recibir cosas así porque sí. La gente que me vendió la computadora a mí es porque no le dio uso. A mí me gustaría que la persona que haya recibido eso en verdad la use”.
El universo conceptual en el que es posible sostener que no está tan bueno que alguien reciba algo sin que primero existan el deseo y el esfuerzo por conseguirlo es ajeno a la visión kirchnerista, centrada en un discurso de un Estado presente que satisface derechos de una pobreza sin deseo, borronea la dimensión de sujetos con objetivos personalísimos y construye una relación paternalista con la ciudadanía.
Las contradicciones culturales del kirchnerismo tardío empiezan a manifestarse como obstáculos para la interpretación de los tiempos en que le toca gobernar y pelear por su continuidad en el poder. Empiezan a pasarle factura. Solo cuando las encuestas le dan datos contantes sobre la brecha que los separa de su visión del mundo, llega el volantazo: el retorno a la presencialidad escolar de un día para el otro o la habilitación de la vacuna Pfizer por decreto, vilipendiada hasta el cansancio hasta dos horas antes en el Congreso por el oficialismo en bloque.
Hay un hilo oculto que une el reclamo del varado en el exterior con el varado en la pobreza y es el reclamo por la libertad de moverse, de trabajar, de manejar la propia vida sin la regulación de un oficialismo disciplinario que confunde la voluntad colectiva de su militancia con las disposiciones de la ciudadanía en general y descree de la dimensión privada e individual y su realización personal como aporte a la sociedad.
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