L-Gante, Alberto Fernández y la política de lo irreparable
Después de la derrota electoral de septiembre, la gran pregunta para el gobierno de los Fernández es cómo cambiar la percepción de la gente cuando ya no hay tiempo para cambiar su realidad
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El kirchnerismo enfrenta un problema de resolución casi imposible. Ese problema se llama: “la gente”, su pueblo, y los dolores irreparables que porta sobre sus espaldas. Después de la derrota electoral de septiembre, la gran pregunta para el gobierno de los Fernández es cómo cambiar la percepción de la gente cuando ya no hay tiempo para cambiar su realidad. Cada intento que hace el Gobierno se encuentra hoy con un callejón sin salida: nada alcanza para mejorar ni la una ni la otra. No solo no hay tiempo; la política tampoco cuenta con la caja de herramientas para reparar la maquinaria emocional que ella misma dañó. Eso es toda una novedad. El kirchnerismo ha quedado entre la espada y la pared. De un lado, el oportunismo poselectoral que gran parte de la ciudadanía le adjudica a cada decisión que implementa. El encuentro del presidente Alberto Fernández con L-Gante es un ejemplo. Del otro lado, la política de lo irreparable, esa que acarrea resultados que costará décadas revertir o, peor todavía, consecuencias definitivas que no tienen vuelta atrás: los muertos por Covid-19 o el impacto de la cuarentena en la salud mental de adolescentes y niños, por ejemplo. Porque… ¿cómo revertir lo irreversible?
En el contexto de la pandemia, una encuesta de UNICEF y Gallup en 21 países determinó que 1 de cada 5 de los jóvenes encuestados de entre 15 y 24 años “se siente deprimido a menudo o tiene poco interés en realizar algún tipo de actividad”. La cuarentenas y el aislamiento y la falta de presencialidad escolar están entre los factores determinantes de la salud mental de la infancia y la adolescencia en pandemia de acuerdo con el informe. Una investigación de Unicef en Argentina también detectó, en ese mismo sentido, el impacto emocional de la pandemia en esas dos edades.
Por eso la estrategia electoral del oficialismo está desarmada ante la nueva realidad. El Gobierno construyó una herencia que no puede desarticular. El binomio tan mentado de salud versus economía que dominó la estrategia del presidente Alberto Fernández sigue demostrándose equivocado en los efectos de mediano plazo que se manifiestan hoy. A la crisis económica del parate total de la economía y los errores del plan de gobierno, se le suman ahora estas secuelas. Para el Gobierno, y por supuesto también para la sociedad, la pandemia y la cuarentena, aunque terminada en general, es un drama que no cesa.
El atajo L-Gante
Por eso el encuentro de Fernández con el cumbiero L-Gante resulta fallido. Porque el telón de fondo de esas imágenes es una ciudadanía que sigue pagando las consecuencias emocionales y económicas de una crisis que es en parte responsabilidad del Gobierno. El tamaño de esa crisis de salud, de vidas, de ingresos es el que convierte al encuentro en irrisorio. En lugar de darse el efecto buscado en la estrategia de campaña del kirchnerismo, el acercamiento entre el gobierno y los jóvenes, la reunión entre el poder político y la potencia de lo popular sale mal. La carta de L-Gante, aclarando los términos de su encuentro y su orgullo humilde por ser recibido por un presidente, es un síntoma de la táctica fallida: la necesidad de dar explicaciones arruina todo el efecto.
El problema es precisamente el telón de fondo. El gesto está muy fuera de contexto como para que la ciudadanía movilizada en las redes sociales no perciba la costura del oportunismo. Un atajo precario y discutible montado por la estrategia de campaña del oficialismo hacia la escucha de la gente que, paradójicamente, a la gente le resulta “fake”.
El tiro salió por la culata. La cercanía con la estrella juvenil no aportó a la reconstrucción de los intangibles que necesita el kirchnerismo. Al contrario, si hubo un efecto, fue negativo tanto para Fernández como para el ídolo popular. Sus seguidores le imputaron la legitimación de un presidente cuestionado. El encuentro resultó, otra vez sin quererlo, un encuentro de cúpula, la elite del poder político con la del campo popular. Perdió más L-Gante.
La realidad no está para tácticas superficiales. El reporte de Unicef lanzado hoy, “Estado mundial de la infancia 2021″, con datos de todo el mundo en torno al estado emocional de la infancia, la adolescencia y los jóvenes adultos, muestra cómo los afectó la pandemia y las cuarentenas, con el impacto en la vida económica de sus familias y su vida escolar. “La pandemia de Covid-19 ha despertado una preocupación enorme en torno a la salud mental de una generación entera de chicos y jóvenes. Pero la pandemia quizás represente apenas la punta del iceberg de la salud mental, un iceberg ignorado por mucho tiempo”, dice el informe.
El punto más crítico de ese cuadro de situación de la salud mental es un tema delicadísimo: el suicidio adolescente. Según el informe divulgado hoy, a nivel global, el suicidio es la quinta causa de muerte entre los adolescentes de entre 10 y 19 años, y cuarta entre los que tienen entre 15 y 19 años. Está detrás de los accidentes de tránsito, la tuberculosis y la violencia.
Y en ese sentido, en Argentina el panorama no es alentador. En 2019, antes de la pandemia, el suicidio representó el 15% del total de muertes adolescentes, de acuerdo con Unicef Argentina. En la Argentina, entre las causas de mortalidad de adolescentes, el suicidio ocupó el segundo lugar en 2018, el último año que se informa la Dirección de Estadísticas e Información de la Salud, del ministerio de Salud, después de los accidentes de tránsito, que están primeros. Las muertes por diversos tipos de enfermedades están lejos en números de las defunciones con causas externas. Todavía no hay cifras oficiales sobre 2020 y 2021 y el modo en que la salud mental pesará en el exceso de muertes en la adolescencia comparada con la del Covid-19, que las estadísticas indican que tiene un impacto marginal en la adolescencia. Esa es otra deuda de la gestión del Gobierno: estadísticas en tiempo y forma para lograr diagnósticos precisos y políticas públicas a la altura de la urgencia. Está en juego la salud.
La política y lo irreversible
La política de lo irreparable es un peso difícil de esquivar para el cuarto kirchnerismo. Se trata de esa serie de decisiones tomadas a conciencia por el Gobierno en condiciones que él mismo construyó: en contra de los reclamos de la oposición; a contrapelo de las demandas crecientes de la ciudadanía; bajo el paraguas de la arrogancia de la imagen alta del Gobierno, y aún en su caída; con base en datos erróneos y evidencia muy cuestionables; ensimismado en su auto percibida supremacía política y con consecuencias de plazo indefinido que siguen poniendo presión en la vida del votante aunque esas decisiones fueron ejecutadas por la administración de los Fernández hace meses.
La memoria que todo gobierno deja tiene su duración: la gestión de Cambiemos carga con la desconfianza que todavía despierta en el manejo de la economía, de la inflación y de los niveles de pobreza. Pero las consecuencias de la gestión del cuarto kirchnerismo son de una nueva especie en la política democrática: la muerte de un ser querido que no llegó a la vacuna a tiempo y sigue presente, por ausencia, en cada reunión familiar está entre ese tipo de consecuencias de la política de lo irreparable. Y esas muertes multiplicadas dramáticamente. O la pérdida de años claves de aprendizajes y vivencias escolares para la infancia y adolescencia de hijos, sobrinos, nietos de cada familia: la tristeza de chicos y adolescentes privados innecesariamente de su desarrollo cognitivo y emocional y del encuentro con pares en el espacio natural para esas edades, la escuela o el club o la plaza.
La sociedad argentina viene asimilando crisis económicas hace décadas. Hay broncas pero también anticuerpos: ante cada crisis cíclica, se ponen en marcha lecciones aprendidas. De la debacle económica se vuelve, lo sabemos, aunque cada vez cueste más. La pérdida de vidas o de salud es algo totalmente distinto. Esos son los tipos de dolores que no cesan y que millones de votantes acarrean en estas elecciones. La historia argentina tiene sus récords dramáticos en ese sentido pero en dictadura: el escenario actual es otro. Difícil para la política democrática contar con herramientas para atemperar esos dolores cuando es en parte responsable.
La memoria apesadumbrada del votante no traza distinciones. La pandemia, es decir, el curso de la naturaleza es un marco que no depende del Gobierno. Pero lo que el votante no perdona es lo que el Gobierno de los Fernández hizo en la cancha pandémica que quedó trazada. Sus reclamos arrancaron a pocos meses de instalada la pandemia, desde mediados de 2020, para nunca desaparecer, al contrario: ocuparon cada vez más espacio en el escenario político. El pedido desesperado por la presencialidad escolar, la angustia por una economía paralizada, la pérdida de empleo, las advertencias por la consolidación cada vez más profunda de la pobreza, el reclamo por la compra de una vacuna que estuvo al alcance de la mano y el Gobierno decidió dejar pasar o vacunación de los más vulnerables. El oficialismo quedó preso en su propia cuarentena, aislado de la sociedad. Minimizó cada uno de esos planteos urgentes y los desechó con argumentos escasos y datos manipulados o debatibles.
La confrontación entre el Gobierno y la preocupación de buena parte de la ciudadanía no se termina. Ahora el debate es en torno a la vacuna para los menores de 12 años. El protocolo del Gobierno para la toma de esa decisión no parece demostrar aprendizaje y la voluntad de escucha que busca escenificar. El ministro de Salud bonaerense, Nicolás Kreplak, que minimiza y desoye los reparos de la Sociedad Argentina de Pediatría. O las contradicciones de la ministra de Salud nacional, Carla Vizzotti, en relación a la existencia de vacunas stockeadas, primero negada y luego justificada. O la acusación de “antivacunas” a los ciudadanos que piden datos precisos sobre las autorizaciones de la vacuna Sinopharm para los niños. Lejos de construir confianza y escucha, el Gobierno vuelve a insistir con la falta de claridad y la voluntad de imposición. El riesgo, volver a caer en la política de lo irreparable.
Para el Gobierno, la política de lo irreparable es un problema electoral. El oficialismo no da con el tipo de imaginación política y electoral que puede alterar el curso trazado por el dolor. Las consecuencias presentes de sus decisiones pasadas lo condenan hoy. Para la sociedad argentina, es un dolor irreparable. Con la salud mental y física impactada y el abandono escolar luego del encierro, la pobreza y los problemas endémicos de Argentina serán todavía más estructurales que antes.
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