Kirchner quiso pactar con Clarín y, como no pudo, le declaró la guerra
"Acompáñennos, no tenemos nada enfrente. Ustedes van a ser los más ricos de la Argentina y nosotros tendremos el poder en los próximos veinte años."
La invitación sonaba tentadora y su portador era nada más ni nada menos que Néstor Kirchner. Quien escuchaba era Héctor Magnetto, el CEO del Grupo Clarín.
El ex presidente de la Nación dio su propia versión la única vez que pisó los estudios de 6,7,8 , el 24 de enero de 2010:
-A mí, Héctor Magnetto me pidió que le vendiera Telecom a Clarín.
En fuentes del multimedios lo explicaban exactamente al revés: que era el kirchnerismo el que invitaba a Clarín a participar en Telecom, pero a cambio de hacerlo como socio/amigo del Gobierno.
El multimedios decidió ir por las suyas. No sólo no tuvo suerte, sino que se granjeó la antipatía del santacruceño, que se elevó a la enésima potencia cuando se desató el conflicto con el campo. Entonces, la luna de miel informativa entre el Grupo Clarín y el Gobierno llegó a su fin. Cristina Kirchner, además, tenía la plena convicción de que Magnetto le había puesto bolilla negra a su candidatura presidencial en 2007, algo que el pope de ese holding desmintió.
Así las cosas hasta que en 2009 los Kirchner habrían pedido un apoyo más incondicional para la campaña de aquellas primeras elecciones legislativas, que perdieron.
A falta de poder persuasivo, lanzaron dos inquietantes advertencias: o los apoyaban o empezaban a agitar el tema del ADN de los hijos de Ernestina Herrera de Noble y a propulsar lo que Gabriel Mariotto llamó "la madre de todas las batallas": la ley de medios.
No hubo acuerdo y ambos temas fueron inmediatamente motorizados. El Gobierno, además, había encontrado finalmente su razón de ser: una persistente cruzada contra los medios de comunicación en general y contra Clarín en particular como combustible y leitmotiv de sus movimientos públicos de allí en más.
La persecución judicial de Marcela y Felipe Noble no dio los frutos esperados por el oficialismo, pero la ley de medios sí, aunque tras un camino escarpado e interminable.
La rápida sanción de la ley de medios en octubre de 2009 buscaba no llegar a diciembre cuando la relación de fuerzas en el Congreso cambió a favor de la oposición.
Su texto mamotrético abreva en distintas fuentes académicas y gremiales. Viene cargado de notas al pie, como si se tratase de una tesis universitaria, que nació antigua (no contempla los nuevos medios digitales y tampoco se expide sobre la distribución de la pauta oficial). Sus entrecruces intencionales buscan fundamentalmente hacer impacto de lleno sobre el Grupo Clarín.
Dicho holding declara tener 11 licencias de radiodifusión (cuatro de TV y siete de radio), 158 licencias de cable en 12 provincias mediante Cablevisión, seis señales de cable, siete diarios y cuatro revistas. Lo mucho o poco que puedan parecer esos números tiene que ver con las concesiones y la vista gorda hechas por distintos gobiernos a lo largo del tiempo, incluso el de Néstor Kirchner, que en 2005 extendió por diez años las licencias de radio y TV y que dos años más tarde bendijo la fusión de Multicanal y Cablevisión, que su esposa y sucesora revirtió cuando se desataron las hostilidades. El fallo en disidencia del juez Juan Carlos Maqueda repara en esa situación.
Desde octubre de 2009, cuando se sancionó la ley de medios, hasta ayer, cuando se conoció el fallo final de la Corte, pasaron cuatro largos años de laberintos judiciales, chicanas políticas y ásperos enfrentamientos periodísticos en torno de si debía o no Clarín desinvertir, verbo antipático que después fue cambiado por otro algo menos bélico (adecuarse), pero de efectos idénticos.
En el ballet K-antiK, que tiene su principal pista de baile en las redes sociales, se invirtieron abruptamente los roles: los que hasta ayer despotricaban contra la Corte se sosegaron y quienes defendían al máximo tribunal frente a los embates del Gobierno desde la anunciada reforma de la Justicia empezaron a encresparse.
Todavía no habían cicatrizado las heridas producidas en el oficialismo por la gran derrota electoral sufrida el domingo en los principales distritos del país cuando, 36 horas más tarde, ya tenían nuevas razones para dar vuelta la página.
Es la historia recurrente del peronismo: las adversidades son reconvertidas en sacrificios casi religiosos en nombre de la patria, en tanto que los triunfos son elevados a la categoría de epopeyas extraordinarias exaltadas con euforia militante.
Después de meses de ser vilipendiado y puesta en duda su credibilidad, el máximo tribunal de Justicia de la Nación dio su luz verde al Gobierno para avanzar por la senda preferida de éste en pos de su "vamos por todo".
Las consecuencias, por cierto, no serán menores.
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