Kirchner asumió con un fuerte mensaje de cambio
Néstor Kirchner juró ayer como presidente de la Nación con el compromiso explícito de liderar un "profundo cambio cultural y moral" que ponga fin a la más grave crisis económica e institucional de la historia argentina.
Lo dijo tres veces durante los 48 minutos que le llevó leer su discurso de asunción en una ceremonia de traspaso de mando atípica, celebrada por primera vez en el Congreso, con la asistencia de 12 jefes de Estado latinoamericanos y el heredero del trono de España.
"Concluye en la Argentina una forma de hacer política y un modo de gestionar el Estado", arrancó Kirchner, con la banda cruzada sobre el pecho y el bastón apoyado a un costado. El recinto de la Cámara de Diputados estaba repleto. "Esta es la oportunidad de la transformación, del cambio cultural y moral que demanda la hora", continuó.
Eduardo Duhalde miraba hacia el piso, serio. Culminaba su gobierno de transición de un año y cinco meses con el alivio de entregarle el poder al candidato por el que apostó para derrotar a Carlos Menem.
El camino que va desde el Congreso hasta la Casa Rosada ya empezaba a poblarse de simpatizantes del nuevo presidente, que debe gobernar hasta el 10 de diciembre de 2007.
"No se puede volver a pagar deuda a costa del hambre y la exclusión de los argentinos. La inviabilidad de ese viejo modelo puede ser advertida hasta por los propios acreedores, que tienen que entender que sólo podrán cobrar si a la Argentina le va bien", enfatizó Kirchner en uno de los tramos centrales de su discurso.
Antes había señalado que serán prioridad de su gestión "reinstalar la movilidad social ascendente", buscar una reducción de la deuda externa, recuperar el protagonismo del Estado, promover una lucha decidida contra la corrupción y garantizar que la seguridad jurídica alcance "no sólo a los ricos y a los poderosos".
A la derecha del primer mandatario, seguían el discurso casi todos los gobernadores, el titular de la Corte Suprema, Julio Nazareno, y Raúl Alfonsín, único ex presidente constitucional que aceptó la invitación a la jura.
En los palcos de la izquierda, aplaudía con rigor protocolar el líder cubano Fidel Castro, que acaparó la atención durante las casi seis horas que pasó en el Congreso. Fue el más ovacionado por los legisladores y los invitados.
Los jefes de las Fuerzas Armadas escucharon con rostro adusto el párrafo en el que Kirchner dijo que quiere militares "comprometidos con el futuro y no con el pasado".
Pero el Presidente quiso resaltar mensajes conciliadores. "Se trata de cambiar, no de destruir", dijo al principio. "Llegamos sin rencores pero con memoria. Memoria no sólo de los errores y los horrores del otro. Sino que también es memoria sobre nuestras propias equivocaciones", completó, sobre el final.
Eran las 15.49 cuando Kirchner concluyó su discurso y empezó a preparar el viaje a la Casa Rosada, en un coche azul de cuatro puertas. Lo acompañaban su mujer, la senadora Cristina Fernández, y su hija, Florencia. Esta vez no se usó el tradicional Cadillac descapotable por razones de seguridad.
Sin embargo, apenas se bajó en la explanada de la Casa de Gobierno Kirchner rompió el protocolo y enloqueció a los custodios, al cruzar la calle Balcarce y acercarse a las vallas que lo separaban del público que intentaba saludarlo.
Sin querer, un fotógrafo golpeó a Kirchner en la frente y le abrió una herida que lo obligó a colocarse un apósito y a aceptar, desde esa hora, las recomendaciones del protocolo.
Una ceremonia inusual
Kirchner amaneció en su departamento de Recoleta, con su mujer y su hija. Se probó el traje azul oscuro (cruzado, por supuesto) que usaría para la jura y siguió por televisión los primeros capítulos de la ceremonia que lo tendría como protagonista central.
Duhalde encabezó su penúltimo acto como presidente, a las 9.30, en la Basílica de Nuestra Señora de Luján, donde se celebró una misa para recordar el aniversario de la Revolución de Mayo.
Una hora después comenzaron a llegar al Congreso de la Nación las delegaciones internacionales que presenciaron la asunción de Kirchner.
En los pasillos del palacio, cientos de agentes de servicios secretos de distintos países cruzaban órdenes y sugerencias a los policías federales de civil encargados de cuidar el edificio.
El uruguayo Jorge Batlle y el chileno Ricardo Lagos entraron juntos, conversando y sin custodios cerca. Solos también subieron al primer piso del palacio el ecuatoriano Lucio Gutiérrez, el paraguayo Luis González Macchi, el colombiano Alvaro Uribe y el boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada. El peruano Alejandro Toledo llegó como un novio a la iglesia, del brazo de su mujer.
La irrupción de Castro, encerrado entre 15 guardias, despertó un caos cuando los camarógrafos de televisión se tiraron encima de la comitiva. Entre los forcejeos y los gritos casi pasaron inadvertidos el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y el brasileño Luiz Inacio Lula Da Silva, que iban inmediatamente detrás.
Al mediodía, Duhalde recibió el saludo de los presidentes, del príncipe Felipe de Borbón y de 240 diplomáticos, y compartió un rápido almuerzo (canapés, lomo con vegetales y queso con dulce de membrillo) en la presidencia de la Cámara de Diputados.
Kirchner salió de su casa a las 14.15. Ya había empezado la Asamblea Legislativa en la que se lo investiría como el 52° presidente argentino. El primero de la Patagonia.
Llegó en punto, 15 minutos después. "Quiero que se concreten los sueños perdidos", alcanzó a decir ante los micrófonos que le extendieron.
Entró hasta la antesala del recinto y se encontró con el vicepresidente, Daniel Scioli. Se abrazaron con fuerza, casi sin hablar. Los dos se movían constantemente, algo nerviosos. Se sacaron una foto y esperaron el turno para jurar.
A las 14.54, Kirchner, de 53 años, ya era el presidente de la Argentina. Duhalde esperaba afuera, serio. "¿Cuándo entro?", preguntaba al jefe de ceremonial. Parecía ansioso por terminar el trámite.
Jura accidentada
Tres horas después, Duhalde ya estaría en vuelo a Brasil junto con el presidente Lula. No vio la entrada de Kirchner en la Casa Rosada ni la jura de los ministros y de los principales secretarios de Estado.
Emocionado, con el apósito en la frente, Kirchner repartió abrazos y besos para sus colaboradores. Le costó repetir completo el texto del juramento de cada ministro. Se reía de sus furcios y parecía no saber qué hacer con el bastón de mando.
"Les prometo seguir con la misma fortaleza de espíritu y las convicciones de siempre", dijo al final del acto. Y recordó que 30 años antes él había estado en la Plaza de Mayo para festejar la asunción del presidente Héctor J. Cámpora.
Un rato después saldría al histórico balcón de la Casa Rosada, con los puños apretados y los ojos vidriosos. "Olé, olé, olé, olé, Lupo, Lupo...", gritaban en la calle cerca de 15.000 personas (según la Policía Federal). Así le dicen a Kirchner en Santa Cruz, por su parecido con el personaje de historietas Lúpin.
Ya era noche cerrada cuando el Presidente inició la caminata a la Catedral para asistir al Tedéum.
El arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, cardenal Jorge Bergoglio, hizo un fuerte llamado a la sensibilidad social.
"Renunciemos a la mezquindad y al resentimiento de los internismos. Todos debemos ponernos la patria al hombro porque los tiempos se acortan", sostuvo Bergoglio.
El Palacio San Martín fue la última escala oficial para Kirchner. Allí lo esperaban las delegaciones extranjeras: sólo conocía en persona a uno de los presidentes, el chileno Lagos.
Desde hoy le toca el desafío de cumplir con un compromiso histórico.
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