Una de las estructuras investigadas por la Justicia lleva el nombre del guerrillero que llegó a ser el número 1 de la organización en el país
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Julio Roqué, el mejor cuadro militar de Montoneros y probablemente de toda la guerrilla argentina, un retoño del patriciado cordobés devenido en el asesino del sindicalista José Ignacio Rucci y el general de división Juan Carlos Sánchez, entre otros, volvió como nombre de una polémica cooperativa de trabajo de Quilmes, acusada de haberse apropiado en forma ilícita de 23 millones de pesos del presupuesto público.
Un pobre destino para Roqué -Lino, Martín, Mateo y Uno fueron sus nombres de guerra-, un admirador del Che Guevara que mató y murió por la revolución socialista: se convirtió en el fetiche de la concejala Patricia Iribarne, del Frente de Todos, para absorber fondos públicos que deberían haber sido destinados a concretar pequeños servicios en los arrabales del conurbano bonaerense.
El periodista Luis Gasulla reveló el domingo en el programa La Cornisa, de Luis Majul, por LN+, que Iribarne registró a su nombre y al de su familia seis cooperativas de trabajo que recibieron fondos de Nación y de la provincia de Buenos Aires. Tres de esas empresas tienen nombres relacionados con las guerrillas: La Montonera, La Guevarita y Julio Roqué.
La media docena de cooperativas de trabajo tiene el mismo domicilio, lo cual revela su flacidez. La denuncia fue realizada por María de los Ángeles Georgeff, exmano derecha de la concejala kirchnerista del municipio que gobierna Mayra Mendoza, por los presuntos delitos de asociación ilícita, falsificación de instrumento público, estaba, malversación de fondos y enriquecimiento ilícito.
No sé qué pensaría Roqué del uso que la concejala kirchnerista le está dando a su nombre. Pero no creo que le habría gustado mucho dados el rígido altruismo marxista y la concepción militarista de este guerrillero que, antes de destrozar el cuello de Rucci con un disparo de FAL el 25 de septiembre de 1973, lo llamó “burócrata traidor”.
Como explico en Operación Traviata, Roqué también consideraba un traidor al general Juan Domingo Perón, que acababa de ser elegido presidente por tercera vez con más del 61 por ciento de los votos cuando fue asesinado Rucci, uno de sus colaboradores más cercanos desde su puesto clave de secretario general de la Confederación General de Trabajo.
Si consideraba traidores nada menos a Perón y a Rucci, ¿qué habría dicho de esta concejala? ¿Y de los sectores del peronismo y de los organismos de derechos humanos que han sacado provecho al menos político de tanta sangre derramada por los revolucionarios de los 70, como él mismo?
El año anterior, el 10 de julio de 1972, Lino había acribillado al jefe del Segundo Cuerpo de Ejército, el general Sánchez, en pleno centro de Rosario. El presidente era el general Alejandro Lanusse. “Debe haber sido un comando argelino; en nuestro país no hay nadie capaz de tirar así desde un auto en movimiento”, dijo en el velatorio de quien era el amo y señor de Santa Fe y las provincias del nordeste y el litoral.
Y sin embargo sí, había un guerrillero que podía hacerlo; un cordobés grandote, sereno y amable, entrenado en Cuba, que dejó su profesión de maestro y licenciado en Ciencias de la Educación para matar a Sánchez, quien terminó siendo el militar en actividad de mayor rango eliminado por la guerrilla.
Desde Córdoba
Lino Roqué abandonó todo, incluso su esposa y sus dos hijos por la revolución, la liberación nacional y el hombre nuevo; pertenecía a una familia de la aristocracia cordobesa, como los Vélez, los Martínez Agüero, los Vaca Narvaja y los De Breuil, de los cuales surgieron varios jefes guerrilleros.
En ese punto, los montoneros cordobeses representan a la perfección la triple matriz que caracteriza a buena parte de los líderes montoneros: provenían de familias de buen pasar, conservadoras, nacionalistas y vinculadas al Ejército.
En realidad, Roqué siempre fue más de izquierda, más marxista leninista, y, como predicaba el Che, combinaba un afecto muy intenso, aunque abstracto, por los pueblos y sus anónimos semejantes con un “odio intransigente” por sus enemigos, que lo convirtieron en “una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”.
Su valentía y su habilidad militar lo llevaron rápidamente a la Conducción Nacional, donde fue el sexto hombre. Pero, para los más militaristas, era el jefe, el modelo a imitar. “Se comenta que tiene un par de huevos que no pasan por la puerta”, lo describió Miguel Bonasso, cuando Lino era el delegado de la cúpula montonera en el diario Noticias, a finales de 1973.
Roqué participó de varias operaciones relevantes de Montoneros. Murió el 29 de mayo de 1977, ya en pleno gobierno militar, a los 36 años en una casa de Haedo, en el Gran Buenos Aires y cuando era el número uno de ese grupo guerrillero en el país.
Un grupo de tareas de la Marina encontró el lugar donde estaba clandestino. Lino combatió él solo durante varias horas mientras quemaba documentos de Montoneros. Al final, ya sin municiones, se tragó una pastilla de cianuro y, por las dudas, se voló junto a la casa. La valentía del guerrillero dejó perplejos a los marinos. “Con cien como estos, perdemos”, dijo el teniente de fragata Alfredo Astiz.
Uno de los montoneros que estaban cautivos en el campo de concentración montado en la ESMA y que se había pasado al bando militar con gran entusiasmo, tanto que participó en el cerco, se acercó al capitán de corbeta Jorge Perrén y lo felicitó en forma efusiva. “Yo no festejo la muerte de un enemigo que supo demostrar tanto coraje”, lo frenó Perrén en seco.
Roqué era el matador de Rucci y Sánchez, un discípulo del Che; ahora es apenas el nombre de una cooperativa trucha investigada por corrupción. Tal vez sea una buena metáfora del relato K sobre los 70.
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*El autor es periodista y escritor, su último libro es “Masacre en el comedor”
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