Juego peligroso: la política grita frente a una sociedad agobiada
“Dictador”, “imbécil”, “mala persona”, “miserable”, “barrabrava”. A cielo abierto, en público, por los micrófonos de los medios, por las redes sociales, la política, con el Presidente a la cabeza, se ha embarcado en un juego demasiado peligroso. Ante una sociedad agobiada por la acumulación de penurias palpables, incertidumbres recargadas y temores concretos la dirigencia dirime sus desacuerdos insultándose a los gritos. La negación de su esencia.
Difícil parece sostener por estas horas algunos slogans, como aquel “volvimos mejores” o “la pandemia nos une”. Mientras los casos de contagios de Covid rompen récords, la pobreza escala a alturas de vergüenza extrema y el humor social se concentra en emociones inquietantes, los principales dirigentes van a contracorriente de lo que hace un año les devolvió la confianza, la estima y el reconocimiento social.
Los acuerdos pandémicos, tan celebrados hace 350 días, se destruyen día a día a fuerza de balazos retóricos en el campo de batalla mediático. Los acuerdos (básicos) que se alcanzan quedan fuera de las cámaras y los micrófonos. ¿Consecuencias de la especulación electoral o algo más profundo?
Apenas unos minutos después de haber calificado a algunos críticos de “imbécil profundo” o “muy mala persona”, Alberto Fernández llamó a un par de sus colaboradores más estrechos para jactarse de lo dicho. Sus interlocutores se lo celebraron y lo justificaron. No había para ellos ninguna contradicción con afirmaciones y promesas previas. Como ese propósito que el mismo presidente de los argentinos expuso en el Congreso hace nada más que un mes y 8 días: “Quiero ser recordado como un argentino que un día fue elegido como Presidente y fue capaz de servir a su Pueblo sembrando la mejor de las semillas que un ser humano puede sembrar: la unidad de su Patria más allá de las diferencias”. Fernández, 1° de marzo de 2021.
El tenor de las descalificaciones en boca del primer magistrado puede llevar a suponer que la situación (sanitaria, económica o política, elijan la que prefieran) es más crítica de lo que se sabe o de lo que el Gobierno admite. Sin embargo, poco después de la airada reacción, uno de los voceros más calificados del Presidente sostenía convencido y optimista: “Estamos mucho mejor de lo que podríamos estar”. La afirmación permitía traslucir lo que seguía: “Aunque, peor de lo que seguramente vamos a estar”. Extrañas paradojas.
Más curioso aún resulta confirmar que la ira del Presidente no fue desatada por las manifestaciones del jefe de un Estado enemigo en tiempos de guerra o un adversario político equivalente en poder (de daño) y representación. Fernández reaccionó (y se solazó por haberlo hecho) frente a las expresiones de un economista y de un diputado raso opositor, afecto a las provocaciones y cultor de la grieta, quienes coincidieron en denunciar un cercenamiento de libertades individuales y supuestas violaciones de los derechos humanos.
También, fue una respuesta a la duda expresada por un periodista crítico respecto de los números récord de contagio y el supuesto intento de utilización de esas cifras con fines político-electorales. Aún cuando las críticas y especulaciones resulten injustificadas, la reacción pareció un ejercicio de notable asimetría. O una inquietante expresión de falta de mesura (y autocontrol) que cabría esperar de quien ocupa la primera magistratura de una república, siempre que no se pretenda ser Donald Trump o Jair Bolsonaro.
Las descalificaciones presidenciales y las réplicas opositoras, como la que tildó a Fernández de “barrabrava”, habían sido precedidas por otras acusaciones destempladas que se enrostraron oficialistas y opositores propensos al combate público, como Axel Kicillof y Patricia Bullrich. Todas a pocas horas de anunciarse nuevas (y tal vez inevitables) restricciones por la crisis sanitaria, que volverán a alterar nuevamente la vida cotidiana de la misma sociedad que experimentó hace demasiado poco la cuarentena más larga del mundo.
El cruce de agravios ocurrió, además, en el mismo día en el que volvieron a las calles porteñas las imágenes de reclamos sociales multitudinarios y caos vial de tiempos prepandémicos, El sentido de la oportunidad a veces pelea palmo a palmo con la empatía por el primer puesto de la lista de atributos en riesgo de extinción.
¿Una sociedad “losardizada”?
El tono y los temas de las discusiones que han poblado el espacio público en los últimos días, como la anticipada discusión sobre la realización de las PASO o las nuevas embestidas oficialistas al Poder Judicial y a la libertad de prensa, parecen desconocer algunos inquietantes indicadores sobre el estado de ánimo de los argentinos. La calificación de fatiga social podría llegar a resultar escasa para describir adecuadamente el clima imperante. Tal vez no estemos tan lejos de encontrarnos con una sociedad “losardizada”. El agobio que llevó a renunciar a la exministra de Justicia podría extenderse más allá del círculo de albertistas frustrados.
La última encuesta de Isonomía sobre humor social muestra que las perspectivas negativas dibujan una curva en ascenso tan pronunciada en los últimos dos meses como las de contagio de Covid. Mientras tanto, el optimismo cae en picada.
El sondeo fue realizado antes de que la pandemia volviera a sus niveles más críticos y de que el gobierno nacional se decidiera a adoptar nuevas restricciones a la circulación y los encuentros sociales. Mucho antes, también, de que la incipiente recuperación económica y del empleo se pusiera en riesgo otra vez por la situación sanitaria o de que se difundiera el agraviante índice que muestra que el 42% de los argentinos son pobres.
La consulta de Isonomía coincidió, en cambio, con las nuevas subas de precios que siguen adelgazando los bolsillos, fabricando más pobres y agregándole imprevisibilidad a la vida cotidiana de todos. La inflación es el indicador más elocuente y más fácil de percibir de la incertidumbre crónica argentina. Si el horizonte se aleja es de toda lógica que la desesperanza, el temor o el agobio se vuelvan sentimientos demasiado compartidos.
Vacunas y votos
En el Gobierno confían (o creen) en que el operativo de vacunación esta vez sí cumplirá sus expectativas para no poner en pausa de nuevo la economía y la vida de los argentinos y, así, recuperar la adhesión social que se le ha ido escurriendo en los últimos meses.
El Presidente evitó dar números y precisiones en el anuncio de la nueva cuarentena, pero en la Casa Rosada prometen que en las próximas tres semanas, durante el lapso que durarán las restricciones, serán vacunadas algo más de dos millones de personas, lo que implicaría inmunizar (al menos parcialmente, con la primera dosis) a todo el personal de salud y a los mayores de 70 años.
Los antecedentes no juegan a favor de la credibilidad. En el Gobierno lo saben. Eso explica las deliberadas imprecisiones de Fernández. “Nos equivocamos al decir que íbamos a tener el partido de la vacunación ganado a los 15 del primer tiempo, pero el juego es largo. Tenemos tiempo para ganarlo. Aunque tal vez, no dure 90 minutos sino 120. Los profetas del fracaso pueden errar feo”, advierten confiados.
La metáfora futbolera no solo trata de explicar fallidos groseros y de justificar optimismo, también reconoce y anticipa la posibilidad de un alargue pronunciado del calendario electoral para llegar en mejores condiciones a los comicios de medio término. Nadie desmiente siquiera que suspender las PASO sea el objetivo de máxima (no solo de Máximo). El enojo ante las acusaciones opositoras de que se estaría aprovechando la pandemia para usarla con fines político-electorales no es contradicción sino puro cálculo. Podría explicar algunas sobreactuaciones.
La construcción narrativa del oficialismo busca instalar la imagen de un Presidente solo preocupado (nuevamente) por la salud del pueblo y ocupado en mitigar los riesgos frente a una oposición cerril (o “irracional”), complicada por fisuras internas. Con disidencias tanto respecto de la pandemia como de su construcción electoral. Por eso estaría conspirando contra las medidas sanitarias y el operativo de vacunación, apostando a un “cuanto peor, mejor” para aumentar sus chances en los próximos comicios. Relatos basados en hechos sino verídicos, al menos verosímiles, que la realidad siempre pone a prueba.
Los índices de imagen positiva alcanzados durante el neolítico pandémico son la tierra prometida a la que aspira a regresar Fernández. A pesar de la advertencia de Heráclito, sueña con bañarse en aquel mismo río purificador. Pero en las dos orillas el paisaje ya se ha modificado demasiado.
La grieta política sigue profundizándose y los gritos de la dirigencia pueden ser un juego demasiado peligroso ante una sociedad agobiada.
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