Juan Manzur: radiografía del poder inesperado que construyó desde Tucumán
Los indicadores económicos y sociales de su gestión en la provincia no son exitosos, pero su pragmatismo le abrió oportunidades como la de llegar a ser jefe de Gabinete
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SAN MIGUEL DE TUCUMÁN.– “¿Viste LA NACION?” La pregunta del otro lado del teléfono era para Oscar López, un dirigente del PJ tucumano enfrentado con el peronismo alperovichista. Se refería a la edición del diario del 17 de agosto de 2010 en cuya portada se titulaba: “Manzur y Timerman, los más ricos del Gabinete”. López, conocido en la provincia por ser un “denunciador serial”, redactó inmediatamente una denuncia contra el entonces ministro de Salud de la Nación, Juan Luis Manzur, por presunto enriquecimiento ilícito. Con ese mismo acto judicial aplicó un conjuro contra la magia del médico, esa que le permite moverse con fluidez por lo bajo, lejos de los flashes y de las polémicas, pero con artera diplomacia para forjar alianzas y tejer poder.
El jefe de Gabinete y gobernador de Tucumán en uso de licencia es como un Martín pescador: puede brillar en las alturas, mimetizarse con el entorno con su pelaje en la superficie y cazar bajo el agua. Así se mueve el médico sanitarista, que llegó a la Casa Rosada despejando su camuflaje de poco conocido personaje de la política para gran parte de los argentinos.
Manzur posee tres grandes padrinos políticos, que le permitieron transitar desde sus años de residente médico en Buenos Aires a CEO del gobierno de los Fernández en un par de décadas: Ginés González García, Alberto Balestrini y Fernando Espinoza. En ese orden. Ginés lo mandó a cuidar la salud de los sanluiseños de los Rodríguez Saá y luego la de los matanceros. Los Barones de ese distrito lo forjaron políticamente.
También fue el polémico ministro de las vacunas vip quien lo recomendó con el entonces gobernador José Alperovich. Junto con el senador venido en desgracia por una denuncia por abuso sexual completó su posgrado en administración política. Al de empresas lo adquirió en el medio de una carrera laboral netamente ligada al servicio del Estado, que no le impidió ganarse el rótulo de ministro más rico del gabinete de Cristina Kirchner. Manzur es “el rey de la aceituna” en el país y acumula un número importante de propiedades en Tucumán, San Juan y La Rioja.
Atrás habían quedado los tiempos de peripecias familiares para llegar a fin de mes, entre las tareas académicas, la colaboración a su mamá con la manutención familiar y sus días de rugby en el que era “El Mocho”.
¿Cuál es el estilo de gestión de quien pone fin a la pandemia, regaña al ministro de Economía y “levanta” a los funcionarios para reunirlos a las siete de la mañana?
De su historia se desprende su presente y se vislumbra su futuro. Manzur es un hombre frío, calculador, con una gran capacidad de adaptación a las coyunturas que enfrenta y con una estrella –u olfato- que le regala oportunidades que no desaprovecha. Sorprendió cuando en 2008, ya como vicegobernador y con apenas 38 años dijo: “Aquí dicen que me manejo con disciplina prusiana y que tengo a la Legislatura en un puño. Admito que es así: así estoy hecho y formado”.
Es que los parlamentarios provinciales apenas conocían esa faceta dura de quien cuatro años atrás volvía a Tucumán a ocupar el Ministerio de Salud siendo un total desconocido en lo político, en lo sanitario y en lo “peronista”. Ese sonriente y dócil médico que había logrado quitar el mote de provincia de la desnutrición y los altos índices de mortalidad infantil a la pequeña provincia del Norte argentino ahora recortaba fondos en la Legislatura y admitía que poco (o nada) se hacía sin su venia. Una anécdota pinta al Manzur pragmático: en la campaña para acceder a la gobernación, en 2015, una vendedora de pan casero lo invitó a oflar (estirar) la masa e inmediatamente subió el aliento, a coro musical: “Que ofle el dotor”. La oposición tucumana intentó utilizar el particular pedido para mofarse del candidato peronista. En cambio, el oflador, el cántico y hasta el pan casero se volvieron insignias de proselitismo que acercaron al postulante “al pueblo”. Para Manzur todo es ganancia de pescadores.
De lo que no pudo obtener beneficio es de la férrea oposición que le plantearon los médicos del sistema público a su colega ministro. Durante años, los profesionales llenaron la Plaza Independencia con marchas exigiendo mejores condiciones laborales, más elementos para trabajar y más personal en los hospitales. Su relación con esta parte de la sociedad civil, la suya misma, fue compleja desde antes de llegar a la gobernación y continuó hasta ahora, con los médicos exigiendo el pago de una cláusula gatillo que Manzur suspendió al decretar la cuarentena pandémica.
El Colegio de Abogados, un sector importante de la clase media, un puñado de sindicatos, el viejo “Cambiemos” y los partidos de izquierda le pregonaron un mal comienzo de Gobernación. Durante cinco días, luego de los comicios del 23 de agosto de 2015, esos grupos coparon los alrededores de la Casa de Gobierno al grito de “fraude electoral”. Daniel Scioli se escondía tras las cortinas del primer piso de la casona y reprimía a sus colaboradores por haberlo hecho ir a celebrar una victoria y toparse con un escándalo. La segunda noche la represión policial hizo estragos y Manzur, junto a su compañero de fórmula, Osvaldo Jaldo, temían que el contundente triunfo que arrojaban las urnas (el 53.68% de los votos contra el 41.51% obtenido por José Cano) se fuera por la borda. El Gobierno nacional transitaba un final de mandato complejo, arreciaban los rumores de intervención o de nulidad de los comicios vía Corte Suprema de Justicia de la Nación. Mientras tanto, la dupla peronista organizaba contramarchas frente a la sede los Tribunales locales, con seguidores abroquelados exigiendo que se hiciera Justicia. Hasta ello, la Sala I de la Cámara en lo Contencioso Administrativo provincial declaraba nulos los comicios y mandaba volver a votar. La Corte Suprema tucumana revocó esa decisión, y Manzur y Jaldo lo festejaban con una caravana de unas 70.000 personas (según los organizadores) alrededor del Parque 9 de Julio.
El médico se quitó el respirador político, pero entendió que necesitaba alguna vía de recomposición con ese sector de la sociedad al que había golpeado. Literalmente. Encargó un digesto titulado Diálogo Político, que se elaboró tras meses de encuentros con actores religiosos, políticos, colegios profesionales, universidades y partidos. Entre otras cuestiones, el documento que el propio gobernador encargó, avisaba que eran necesarios cambios en el sistema electoral, en la transparencia institucional y en el acceso a la información pública. Nada de eso se hizo, pese a las promesas de aquel mandatario asumiente.
De hecho, el patrimonio de Manzur se conoció en aquel lejano 2010 gracias a la obligatoriedad de presentar –y hacer públicas- las declaraciones juradas de los funcionarios nacionales. En Tucumán rige la Ley 3981, que confiere carácter secreto a las declaraciones juradas de bienes de los funcionarios obligados a confeccionarlas y, como si aquello fuese poco, penaliza la divulgación de esa información.
Promesas incumplidas
En medio de los festejos por el Bicentenario de la Independencia, la cúpula de la Asociación de Entidades Periodísticas de la Argentina (Adepa) sesionó en Tucumán. Manzur asistió al encuentro y prometió una ley de acceso a la información pública. La norma jamás tomó impulso.
De la necesidad de mostrar cambios ante la urgencia por lograr legitimidad, Manzur pasó a jugar con las cartas de aquellos viejos maestros del peronismo bonaerense y tucumano. El jefe de Gabinete no suma enemigos, sino que los invita a su mesa y hace que terminen debiéndole favores. Otra anécdota da pinceladas al perfil: el mundialmente célebre arquitecto tucumano César Pelli, en 2007, cuestionó con crudeza el proyecto para construir un imponente edificio nuevo para el Poder Legislativo. “Es un crimen; acá hay muchos arquitectos que podrían haber hecho algo más lindo, barato y apropiado”, definió. Años después, el ya gobernador no sólo elogiaba al creador de las Torres Petronas sino que le encargaba el diseño del aeropuerto provincial y de un Centro Cívico. Una obra propia de Dalí.
Para borrar el mal trago judicial, impulsó la llegada a la Corte tucumana de dos ministros, que casualmente supieron ser sus fiscales de Estado. También casualmente frenó un proceso contra el juez Francisco Pisa, con varios pedidos de juicio político por el femicidio de Paola Tacacho, y por mero azar del destino el juez federal Daniel Bejas llegó el año pasado a la Cámara Electoral Nacional. Ambos, fortuitamente, habían analizado –y archivado- denuncias contra Manzur.
El “Menemcito” tucumano lejos está de la imagen de los caudillos peronistas del interior que imaginan en Buenos Aires. No posee los modos de los Juárez en Santiago del Estero ni de Gildo Insfrán en Formsa ni de los Rodríguez Saá en San Luis. La diplomacia rodea los actos públicos y privados de Manzur. Encanta a sus interlocutores con su charla amena y con su visión “empresaria”. El jefe de Gabinete imagina números y negocios como si fuese un maestro de la realidad aumentada. El médico forjó poder en un ministerio que nadie hubiese imaginado como apetecible para apetencias políticas. Desde el área de Salud de Tucumán sedujo a Alperovich para que lo ungiera su sucesor. Desde el mismo ministerio pero nacional, tejió alianzas y concedió “favores” a líderes peronistas del conurbano bonaerense, a gobernadores necesitados de asistencia sanitaria, a sindicalistas con obras sociales en quiebra y a empresarios ligados a los laboratorios. Como gobernador, se dedicó a viajar por el mundo en misiones comerciales y a abrir puertas insospechadas. No es mito: por la Casa de Gobierno de Tucumán desfilaron desde representantes del Consejo Judío Mundial, pasando por propietarios de grandes laboratorios y hasta la máxima autoridad de la Iglesia Maronista en el mundo.
Ese mismo Manzur es el que pasó buena parte de su primer mandato con un PJ orgánico que lo miraba de reojo. Sentía que tenía el partido “prestado” por Alperovich, a quien hundió políticamente y terminó despojando a su esposa, Beatriz Rojkés, de la presidencia del partido. Aquellos que se fueron o alejaron cuando “El Mocho” llegó al poder hoy lo acompañan y se cobijan bajo su calor. Hasta Mauricio Macri cayó bajo los encantos del sonriente libanés, que se presentó como amigable ante ese presidente de otro signo político, pero que enfrentó sin miramientos apenas olió que el macrismo venía en picada.
“Caudillo millennial”
Manzur es una suerte de caudillo “millennial”, con buen manejo de la apariencia, como los pibes que con los filtros mejoran su imagen en las redes sociales. Por lo bajo, administra una provincia con indicadores objetivos que lejos están de mostrar a un administrador exitoso.
El 44% de los tucumanos es pobre, el 7% es indigente y casi tres de cada diez recibe algún plan social. Estos datos se condicen con otros, que explican los primeros y ponen en duda la capacidad real de gestor público de Manzur. Según el Reporte Estadístico Económico-Social de Tucumán y el NOA de abril de este año, que publica la Federación Económica de Tucumán, la economía provincial lleva tres años consecutivos de reducción en su Producto Bruto y su valor se acerca al de 2010. “Toda una década de estancamiento, que se proyectan en los indicadores económicos y sociales de la provincia”, advierte el trabajo técnico. Otro dato del estudio: la caída del orden del 4,28% en el PBI de Tucumán del primer trimestre del año fue soportado exclusivamente por el sector privado. “Los ingresos del Estado Provincial de origen nacional crecieron por encima de la inflación, en el orden del 14%, y su gasto se mantuvo en moneda constante en el nivel de 2019″, expresa el reporte.
La ejecución del Presupuesto provincial denota las prioridades del Manzur gobernador. En 2019 se proyectó para obra pública alrededor de un 7% del total. El porcentaje es bajo respecto del promedio del resto de las provincias, pero se agrava con otro dato: se ejecutó sólo el 35%. Dirigentes opositores de Juntos para el Cambio denunciaron que la cuenta de inversión no se publica, es decir, no se tiene acceso a ella, y que, con la mayoría legislativa, la normativa tucumana permite que esa rendición de cuentas del Poder Ejecutivo sea aprobada sin control ni auditoría parlamentaria. El estado de las rutas, la falta de grandes obras de infraestructura y el Estado como motor del asistencialismo son otras características del gobierno del “médico de los milagros” que pide a Dios que nos ayude.
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