Juan Manzur, el hombre del momento
Me preguntaron si en los años en el oficio había vivido una situación equivalente a la de la semana que termina. Contesté que sí, pero que debía apelar a un ejemplo que deshonra.
Fue en medio de los sucesivos enfrentamientos militares entre azules y colorados, en 1962-1963, que me tocó una noche seguir desde Lanús a una columna del Ejército. La tropa marchaba en una y otra dirección, se detenía en pausas eternas, sin voluntad ni inspiración de los jefes en llegar a parte alguna. Carecían de certezas sobre la autoridad suprema a que servían o convenía servir. Los abandoné a las 9 de la mañana, en los alrededores de Adrogué, tan a ciegas ellos y el cronista sobre lo que se habían propuesto o terminarían por hacer. Nunca lo supe.
Esta vez fueron civiles los protagonistas de una semana de desasosiegos generales, pero como aquellos de la columna militar a la deriva pertenecían de cualquier forma a la órbita de un mismo partido. En lugar de hombres del partido militar, se batían entre sí hombres y mujeres del peronismo. Han compartido curiosamente con aquellos otros un mismo lenguaje.
Antes lo conocíamos como jerga cuartelera, ceñida al destrato rudo entre varones. La diferencia entre el presente y el pasado es que la procacidad de las palabras se ha extendido preferentemente a las mujeres. Lo que escandalizó durante la campaña electoral, escandalizó ahora por la grosería con la cual se ha maltratado al Presidente dentro de las filas del propio partido. El Presidente calla, pero ¿maridos o parejas nada tienen para observar?
Una semana entera malgastó el peronismo entre las ocho que caben hasta el domingo 14 de noviembre para revertir los resultados del domingo anterior. Le quedan siete semanas por delante y una agenda de trabajos electorales que ha cambiado de prioridades. La principal ya no es aumentar el número de bancas en la Cámara de Diputados a fin de lograr la mayoría propia y arrasar así con la independencia del Poder Judicial; la principal ha pasado a ser la retención de la mayoría de bancas en el Senado a fin de prolongar la hegemonía que se extiende desde 1983.
Eso importa mucho a la jefa del oficialismo, vicepresidenta de la Nación y presidenta nata del Senado, espacio en que ha encontrado refugio desde 2019: ámbito propicio para encuentros políticos de urgencia u organizados de antemano, y en que disimula una soledad de fondo para la que no encuentra sosiego su alma impetuosa. O sí, si se computa el tiempo que comprensiblemente, afortunadamente, dispensa a la condición de abuela, y que no es poco, según se menta.
Con algo de narcisismo han de haber gratificado a la vicepresidenta las conjeturas de de que había triunfado en la disputa mantenida a lo largo de la semana con el presidente Fernández. Sin duda, se ha impuesto su criterio de recomponer el gabinete sin pérdida de tiempo frente a quien desde la Casa Rosada hacía saber la preferencia, bastante razonable, de esperar hasta la segunda vuelta electoral y luego, cuando todo oscurezca ya irremediablemente o aclare, decidir al respecto.
Pero ¿no han perdido, acaso, incluida ella, todos los sujetos partícipes de la lucha sin cuartel por el poder, más que por el rumbo de la política, como se enojó el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Ojea? ¿No han dejado testimonios suficientes de que siguen detestándose con virulencia unos a otros?
Además, la larga carta de Cristina Kirchner se detuvo en exceso en hacer saber que la política económica reflejada en el proyecto de presupuesto en modo alguno la interpreta. ¿Cómo se compadece esa reafirmación de líder en sintonía bolivariana con la ratificación del ministro Martín Guzmán y la necesidad de llegar a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional?
Nunca la palabra ha estado más devaluada en la política que en las correrías de las principales figuras del peronismo de esta época. Alberto Fernández escribió juicios lapidarios contra Cristina Kirchner y aceptó, suelto de cuerpo, ser el presidente condicionado que confirma como tal la carta de la vicepresidenta. El nuevo jefe de Gabinete consideró en 2018 terminado el ciclo político de Cristina Kirchner, y el gobernador de Chaco, Jorge Capitanich, dijo a fines de 2009 a este cronista, después de otra debacle electoral de medio término, que “el kirchnerismo (vivía aún el fundador de la facción) está muerto”. Pasó el tiempo y Capitanich, como Juan Manzur ahora, ocupó la Jefatura de Gabinete.
Quien hasta hace pocas horas era gobernador de Tucumán fiscalizará con atributos constitucionales a todos los ministros. En los hechos comenzó a actuar ayer mismo, en La Rioja. Como apunta con buen criterio un experimentado observador político su tarea más urgente será aventar el peligro de la pérdida de control del Senado. Lo natural sería que se concentre en especial en dos provincias.
Una, San Luis, donde Rodríguez Saá tiene experiencia en levantar a cualquier precio resultados adversos. Lo hizo en 2017 con la máquina electoral del oficialismo puntano a pleno. Casa por casa se preguntaba a los vecinos qué necesitaban. ¿Una heladera? ¿Un lavarropa? ¿Una computadora? Aquí están la heladera, el lavarropa, la computadora, y todo-lo-que-ya-sabes. Así, los guarismos de la primera vuelta constituyeron en San Luis un fenómeno desconocido en la segunda. Otra, La Pampa. Es el único distrito en que el gobernador de una provincia ganadera apoyó el cepo de ventas al exterior. ¿Se dará por caído ese cepo el 31 de octubre, como dice la última entre las sucesivas decisiones adoptadas en la materia?
Entre hoy y el 14 de noviembre se pueden introducir mejoras en salarios y pensiones y amortiguar los efectos desastrosos de la política aplicada a la pandemia o mejorar la impresión general de que la inseguridad pública es un tema que se halla lejos de develar al Gobierno. Es cierto que cuando era ministro del Interior y la inseguridad de los argentinos pesaba como un dato feroz para los argentinos, Aníbal Fernández procuró bajar los decibeles de la protesta de fuerzas opositoras con palabras inverosímiles. Decía que se trataba más de una “sensación” acuciada por los medios, más que de una realidad. ¿Piensa hoy lo mismo que ayer, con el narcotráfico, además, enseñoreado como nunca en las grandes urbes, y sus capos dando a los secuaces órdenes desde las cárceles hasta para matar a jueces y fiscales?
Aníbal Fernández tiene, de todos modos, la personalidad aguerrida, al menos, para que dentro del propio oficialismo no lo confundan con la ministra a la que viene a suceder. Si el ministro de Seguridad bonaerense llegara a imputarle lo que le imputaba a Sabina Frederic, tal vez la respuesta lo obligue a repensar dónde mete la motocicleta a la que sube el afán de notoriedad.
El nuevo gabinete tiene en estas semanas tiempo para trasmitir, como nuevas verdades que saca de la galera, que recuperará la soberanía territorial que al Estado disputan en varias partes del territorio nacional forajidos que hablan en nombre de supuestos “pueblos originarios”, ¿pero cómo traduce ese espíritu en hechos? ¿Cómo detiene en siete semanas el éxodo de argentinos al exterior, disminuye en serio la inflación, amengua la irrelevancia argentina ante el mundo o la pérdida de prestancia, por decir lo menos, a que lo lleva la desesperada urgencia de la vicepresidenta y sus acólitos por lograr inmunidad ante la Justicia, una de las esencias causantes de este descalabro institucional? Los jueces son buenos lectores de los resultados electorales.
El Presidente ha ganado tiempo con los relevos ministeriales. Un par de figuras entre los ministros flamantes parecen conferirle al equipo una mayor entidad política. Julián Domínguez no es, dentro de la actual situación, una personalidad para desdeñar a ojos de los productores agropecuarios. Como hombre educado, sabe escuchar.
Manzur ha sido funcionario en el conurbano, ministro de Salud de la Nación y gobernador de una de las provincias con tradición paternalista y patrimonialista más apropiada a feudos coloniales que a una república moderna. Y, si bien podría decirse que su condición de antiabortista declarado es casi una tomadura de pelo para las fuerzas más “progresistas” a las que el Presidente ha hablado en sentido contrario, no lo designaron para que eche abajo la ley del aborto, sino porque conoce a fondo todos los estratos posibles del peronismo.
O sea, Manzur es por esa última cualidad el hombre del momento. Vaya a saberse, en cuanto a otras inquietudes personales, si quemó las naves o no en la aspiración de ser reelegido en 2023 en una provincia que solo admite una reelección. Puede que hoy comience a desplegar sueños mayores, o bien que haya explorado en el alto ámbito judicial de su provincia la posibilidad de que un mandato de gobernador interrumpido no se cuenta a los efectos limitativos de la Constitución.
Aceptarla sería una herejía jurídica, pero no la primera que haya producido la Justicia en cuestiones políticas.