Juan González, el hiperactivo asesor de Biden al que se aferra el Gobierno
El funcionario norteamericano sostuvo distintas reuniones con el Presidente y sus colaboradores, mientras otros representantes critican el voto en la OEA o la “falta” de plan económico
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Sin aviso previo, Mauricio Claver-Carone llegó al hotel Camino Real Polanco de la ciudad de México por orden del presidente Donald Trump, en una tarde de principios de noviembre de 2019. “Fue una mala reunión, quedamos todos enojados. Nos ‘chapeó' que había conseguido los US$55.000 millones para (Mauricio) Macri”, cuenta por lo bajo un integrante de aquella delegación que acompañó a Alberto Fernández, ya presidente electo, en su primer salida del país, que incluyó ese encuentro informal con la diplomacia estadounidense. Un encuentro en el que, a pesar de los cuidados comentarios posteriores, quedaron claras posturas contrapuestas en relación a la crisis política y económica en Venezuela o el pago de la deuda argentina.
Con la posterior derrota de Trump y el triunfo de Joe Biden, los tiempos políticos cambiaron. Mientras Claver-Carone le ganaba la pulseada a Gustavo Beliz y se quedaba con la presidencia del BID, ocupaba su lugar Juan González, el funcionario nacido en Colombia que hoy se ha convertido en el ansiado “puente” entre la Casa Blanca y el Gobierno. Un Gobierno que recibe críticas por sus posturas alineadas o al menos “comprensivas” con gobiernos como el de Nicolás Maduro o el de Daniel Ortega en Nicaragua, acusados de múltiples violaciones a derechos electorales y políticos, lejanos ambos a la cosmovisión de la principal potencia planetaria.
“González conoce los problemas de la región, la idiosincrasia de nuestros países, las tensiones internas que afrontamos. Nos ayuda muchísimo”, definen cerca del Presidente en relación a González, quien desde su visita al país, a mediados de abril y que incluyera un almuerzo a distancia con Fernández en Olivos, no ha dejado de tener contacto fluido con él y con otros funcionarios.
Desde el canciller Felipe Solá, al que también vio en Ecuador durante la asunción del nuevo presidente Guillermo Lasso, hasta el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, con quien cenó en su casa de Tigre y también se fotografió distendido la semana pasada en Washington, todos destacan los modos siempre atentos y amables y la capacidad de escucha del joven asesor norteamericano para América Latina, aunque todos reconocen que su lealtad a Biden y su compromiso con la causa de su país es “innegociable”.
“Te escucha más de lo que pregunta”, coinciden dos funcionarios que compartieron con él recientes reuniones de trabajo. En Quito, por caso, González le preguntó a Solá por la situación en Bolivia y Venezuela, dos de los gobiernos más cercanos al de Fernández, siempre con la premisa de -como le dijo a LA NACION y otros medios a su paso por la embajada de Estados Unidos- “saber qué se puede esperar, porque nosotros no estamos hablando” con el régimen de Maduro, reconoció.
La frase aún endulza los oídos del Gobierno, sobre todo en el sector del kirchnerismo duro, en el que afirman que Estados Unidos “acepta” el rol de mediador de Fernández con países con los que no dialoga, y que esa mediación “va generando avances”, como la promesa de Maduro de dar “garantías” para elecciones estaduales en su país, a realizarse en noviembre y de las que participará un sector de la oposición venezolana. “Con Nicaragua es más difícil traer resultados, están más cerrados”, reconoce una voz oficial. “Hay una gran vocación de colaborar con Argentina”, dijo Massa al término de su cena con González, quien más allá de aceptar como regalo una camiseta de Tigre evitó anuncios concretos como la llegada de vacunas Pfizer o el acuerdo con el FMI, dos de las preocupaciones del tigrense.
Con viejos vínculos con el kirchnerismo -estuvo en Buenos Aires en 2009, como jefe de gabinete de Arturo Valenzuela, entonces delegado de Barack Obama para la región-, González define la relación entre ambos países como “estratégica” y apunta por sobre todo a consolidar la presencia de Estados Unidos en un país que, aún antes de la pandemia, no ha dejado de estrechar lazos económicos y políticos con China y Rusia, a quienes acusó aquí de llevar a cabo un “mercantilismo de vacunas para avanzar influencias”. En relación a estos movimientos, en el Gobierno afirman que “mientras no hagamos todo con Rusia y China, las cosas estarán bien”, aunque González deja en clara su discrepancia con los métodos “poco transparentes” de Beijing en el comercio exterior.
Tal vez para no generar susceptibilidades, González evitó y evita dar a conocer los detalles de las quejas que le llegaron de empresas norteamericanas en el país, y tampoco se reunió con opositores, dos actividades que Valenzuela sí llevó a cabo en su visita, y que le valieron la queja formal del entonces canciller Jorge Taiana, bajo la presidencia de Cristina Kirchner. “Ahí hay una diferencia entre González y (Luis) Almagro, que solo recibe a opositores”, se queja otro funcionario en relación al titular de la OEA.
A diferencia de otros funcionarios norteamericanos, González tampoco pide al país “un plan económico sustentable” como condición para la ayuda en la negociación con el Club de París y el FMI, como sí lo hizo el Tesoro de los Estados Unidos, ni se declara “decepcionado” por el voto argentino sobre Nicaragua, como lo hizo el Departamento de Estado.
“Es el policía bueno, otros hacen de malos”, resume un referente opositor con buena dosis de ironía. Fanático de Lionel Messi y de su familia, el asesor nacido en Cartagena es hoy la tabla a la que se aferra el Gobierno en su vínculo nada sencillo con Washington.
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