Johannesburgo: las dos caras de la ciudad que recibe a Macri, con reflejos del conurbano
JOHANNESBURGO.- Las invitaciones y los carteles señalan que la décima cumbre anual de los Brics (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica) se está celebrando en la ciudad en Johannesburgo, la más poblada y pujante del país. Pero se equivocan. El centro de convenciones donde ocurren los debates y los hoteles donde se alojan los presidentes se encuentran en Sandton, que en los papeles figura como uno de los suburbios del norte de esta ciudad. Pero tampoco es cierto: Sandton es otro mundo.
Maseratis, Lamborghinis, Jaguars y Aston Martins apenas sobresalen entre los Mercedes último modelo con chofer que transportan a empresarios, y los otros Mercedes, de hace dos o tres años atrás, que ofician de taxis.
En torno del centro de convenciones de Sandton se levanta un primer círculo de torres modernas que en las últimas décadas comenzaron a atraer a las empresas, los shoppings, hoteles y bancos que se fueron mudando del centro de Johannesburgo, hoy relegado como área de negocios y convertido en tierra de nadie cuando cae la tarde. En un segundo círculo se concentran los barrios cerrados de grandes casonas y apartamentos de la clase alta de esta ciudad.
Lo que termina de completar el panorama no es solo que Sandton se encuentre en la cima de una colina, desde donde sus edificios contrastan aún más con el resto de la ciudad, sino las murallas: cada urbanización de este suburbio está custodiada por enormes paredes, coronadas con cercas electrificadas o rollos de alambre de púa.
Desde las partes altas de Sandton pueden observarse los pequeños techos en hilera del barrio Alexandra, otro suburbio del norte de Johannesburgo. Otro mundo, también. Se extiende a lo largo de unos ocho kilómetros cuadrados, donde vive casi medio millón de personas. Sandton también alberga medio millón de almas, pero en unos 160 kilómetros cuadrados.
Aunque preexistente, Alexandra funcionó como uno de los guetos negros durante el apartheid. A diferencia de otros enclaves negros, no fue mudado fuera de la ciudad, porque funcionaba como dormitorio para la mano de obra barata de servicio y limpieza de las familias blancas de Johannesburgo.
Pese a los programas sociales que llegaron a partir de 1994, con la presidencia de Nelson Mandela, Alexandra no parece haber mejorado mucho: en sus calles conviven ranchos de chapa y madera con desvencijadas casas de material, salpicadas por aquí y allá con edificios habitacionales de dos o tres pisos.
En los bordes hay filas y filas de pequeñísimas viviendas construidas por el Estado, que con sus colores ocres y la nube de polvo de este invierno seco recuerdan los barrios de la Tupac Amaru en Jujuy. Salvo porque en lugar del tanque de agua con el rostro del Che Guevara, en los techos de las casitas de Alexandra hay termotanques solares.
Sandton y Alexandra muestran dos extremos abismales, pero reales, de una Johannesburgo marcada por los contrastes. Contrastes que se hacen evidentes desde las autopistas que atraviesan esta ciudad: allí donde los barrios dejan de ser pobres y aparecen los complejos de clase media y alta o las nuevas empresas que son atraídas por Sudáfrica, también surgen las murallas y los cables electrificados.
A partir de las 17, cuando termina la jornada laboral, esas autopistas muestran otro espectáculo singular: sobre sus márgenes regresan hacia sus hogares, a pie, los africanos pobres que trabajan o mendigan en los barrios de los ricos.
Esos contrastes recuerdan, por momentos, algunos pasajes de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense. Gauteng, la provincia que alberga a Johannesburgo, reúne a más de 14 millones de almas. Y convoca, cada día, a más y más habitantes de los extremos de Sudáfrica y los países vecinos. El desempleo en este país alcanza al 26,7% de la población y al 51% de los menores de 25 años.
A las tensiones que todavía se mantienen entre negros y blancos en este país se sumaron, en los últimos años, eventos violentos entre los sudafricanos y los migrantes de otros países de África, a los que acusan de "robar" sus trabajos. En Alexandra, por ejemplo, los choques se dieron con la importante comunidad zimbabuense.
Nadie lo explica mejor que Ngwisina, el taxista que llegó de Zimbabwe hace 24 años: preparó sushi en un country de Sandton cuando tenía 15 años e hizo de sherpa para los recorridos de esta nota: "Todos vienen porque en Johannesburgo están los trabajos buenos", dice. Y ríe, ante la ocurrencia de que en esta ciudad los guetos y las murallas ya no son solo para los negros pobres.
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