Javier Milei y el peligro de la otra hiperinflación
El Presidente está dispuesto a pagar el precio de las malas noticias, pero su popularidad sufre ya los coletazos de la licuación de ingresos
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El reloj de arena que mide los minutos de la presidencia de Javier Milei corre implacable desde diciembre. Las expectativas que rodearon a su desembarco en la Casa Rosada empiezan a mostrar señales preocupantes para un gobierno que se propone hacer todo, una transformación de raíz de la Argentina, con poco, apenas 38 diputados, 7 senadores, ningún gobernador y todavía menos interés por la negociación política en sentido clásico. La gran pregunta de diciembre se centraba en las chances de una gobernabilidad sostenida diariamente en el apoyo popular: si el Congreso le daba la espalda, ¿sería Milei capaz de renovar la legitimidad del voto ya con su gobierno en marcha, cuando los efectos de sus decisiones empezaran a impactar en la gente? ¿Sería capaz de transformar la legitimidad de origen, la del voto, en legitimidad de gestión? Dos meses después, el escenario político actual enfrenta a Milei con las primeras respuestas: dudas crecientes en la ciudadanía y un incipiente achicamiento de los porcentajes de apoyo a sus medidas.
Sólo los buenos resultados económicos podrían alterar ese rumbo. Pero todavía no llegan. Ante eso, Milei responde con una escalada de su identidad política: la guerra cultural en todos los frentes, no sólo el económico. La semana pasada, el caso Lali Espósito lo dejó claro. Otro ejemplo, pudo haber sacado una ley súper poderosa en el Congreso pero eligió no hacerlo: abandonó la política para pasar a la comunicación y a la consolidación de enemigos simbólicos, la casta. Pero esa estrategia de potenciar la batalla por el sentido común tiene un riesgo: la hiperinflación de presencia, es decir, la devaluación de la autoridad presidencial. Si se le anima uno, por ejemplo, Lali Espósito, se le pueden animar otros. En términos de Milei, un exceso de oferta simbólica, su ubicuidad en todos los encontronazos cuerpo a cuerpo en la disputa por el sentido, puede generar una baja de la demanda. Es decir, la percepción de que Milei vale cada vez menos y que, por eso, necesita estar cada vez más presente.
La última encuesta de la consultora Zuban Córdoba empieza a registrar el impacto negativo de las medidas de Milei. Hay dos datos significativos que apuntan al corazón de la comunicación de Milei. En febrero, el porcentaje de argentinos que responsabiliza más a Milei y Caputo de la situación actual es mayor que el que responsabiliza a Alberto Fernández y Massa: un 50,8 por ciento contra un 47 por ciento. En diciembre, sólo el 25 por ciento le atribuía más responsabilidad a Milei. Dos meses después, Milei ya está construyendo su propio legado. Y su rechazo.
Y en relación a quién carga con el costo del ajuste, desde enero y también por estos días, la gran mayoría de los argentinos, entre el 80 por ciento y el 79 por ciento en cada período, cree que “el ajuste de Milei lo está pagando la gente”. En diciembre, el 71 por ciento creía eso. Al mismo tiempo, está cayendo el porcentaje de quienes no creen que la gente sea la principal perjudicada: en diciembre, era el 25,8 por ciento. En enero y febrero, sólo el 18,3 o 18,2 por ciento.
Tener poder es ser percibido como poderoso. El poder es una ficción: primero, depende de que quien ostenta el poder se lo crea. Lo sabe bien Patricia Bullrich: después del tercer puesto en las PASO, Bullrich perdió personalidad, esa que Milei le devolvió cuando la ungió ministra de Seguridad. Su autopercepción de debilidad política le impidió aprovechar su triunfo relativo en la interna contra Larreta como una victoria destacable. Lo contrario de Massa: a una derrota histórica del kirchnerismo la transformó en la plataforma de consolidación de su ambición. En lugar de percibirse como el gran derrotado, pudo funcionar como el ministro candidato con chances a pesar de pertenecer a un gobierno fracasado. No ganó pero le sirvió para salir segundo, a pesar de todo.
El poder también depende de que otros lo reconozcan: en estas semanas, ante una parte de la opinión pública, esa esfera de creencia de un Milei infalible en su conexión con lo popular quedó algo cachada. Luego del debate en el Congreso y en el debate en torno a Lali Espósito se dio una cierta pérdida de respeto a la aventura Milei.
Milei enfrenta un escenario complejo. De un lado, están los dilemas que implica la necesidad que enfrenta: está obligado a renovar el pacto electoral mayoritario pero ahí corre el riesgo de saturar con la oferta y bajarse el precio.
Por el otro lado, está el riesgo que crece con el avance una gestión que no puede escapar de las malas noticias económicas al menos por algunos meses: “es imposible que baje la inflación porque se está haciendo la corrección de precios relativos y el ajuste recurriendo a una licuación feroz de salarios, jubilaciones y gasto público”, reconoce un economista que sigue con interés la marcha del gobierno. El remedio de Milei en la etapa desembarco tiene como contracara inevitable el problema de la inflación. Eso y la recesión. De su mano, también se instala la insatisfacción de la gente. En ese punto, hay una diferencia sustancial entre Milei y los últimos gobiernos que lo precedieron: el libertario está dispuesto a pagar los costos políticos de las medidas necesarias, por ejemplo, el impacto en la popularidad. Una experiencia inédita en la política argentina.
En el pero-kirchnerismo el poder ordena y disciplina. Y el poder deriva del apoyo popular. Pero cada día que pasa con inflación alta y caída real de los ingresos crece el riesgo del desgranamiento del apoyo a Milei y, al mismo tiempo, la pérdida de poder ordenador ante la oposición más dura. Mientras los resultados económicos que le importan a la gente no llegan, Milei enfrenta una paradoja: el único camino que le queda para reforzar su gobierno es la batalla cultural que, al mismo tiempo, lo desgasta.
Milei busca insistir con la culpa a la casta y desmarcarse él mismo de esa condición. Twittear contra Lali Espósito es parte de esa idea, romper la asimetría gobernante ciudadano, central en la división de Poderes, para dejar claro que él no es cualquier político con poder: como gobernante, es un ciudadano más. El que se tutea brutalmente de igual a igual con la gente o el que recorta privilegios de los poderosos. A diferencia de Alberto Fernández, usa la lapicera pero sólo para tachar gastos.
Milei busca darle otra vuelta, discutible, a la noción de división de Poderes y del poder presidencial. Para la visión liberal histórica, avanza negativamente sobre la república y su formato. En la concepción de Milei, al contrario, se autopercibe el más republicano. “Milei es el mayor apóstol del sistema republicano”: así sintetiza su mentor, Alberto Benegas Lynch (h) esa identidad de Milei. Vincula ese rol con “la importancia de limitar al poder”.
El kirchnerismo en todos sus formatos, desde “la década ganada” a la presidencia de Alberto Fernández y Cristina Kirchner y el pretoriado de Sergio Massa, construyó poder evitando pagar los costos de cualquier racionalidad macroeconómica. La expansión de derechos y del consumo fue el norte de una visión kirchnerista de la gestión de gobierno más atenta a consolidar su poder, es decir, a ser obsecuente con las expectativas de los votantes. En el caso de Macri, su objetivo fue el ingreso a una autopista de racionalidad macro. Pero también evitó pagar el costo político. Su modo de evitarlo fue el gradualismo, que lo llevó a la crisis económica y a la derrota.
¿Caída de la popularidad?
Milei está dispuesto a pagar el costo de las malas noticias: eso de “no hay plata”. La cuestión es si lo estará a partir de ahora, cuando la popularidad empieza a sentir los coletazos de la inflación y la licuación de ingresos. De hecho, algunos objetivos de su identidad económica empiezan a mostrar cierta desaceleración. Por ejemplo, la actualización de las tarifas del gas, que el gobierno apuntaba a sincerar totalmente en apenas tres meses, están demoradas.
La política argentina viene dejando lecciones. Es cierto que después de tantas décadas de crisis y estancamiento la convicción es que no hay alternativa: sólo queda el cambio estructural. Sin embargo, el proceso que llevó al poder a Milei mostró otra cosa: que no hay opción política hasta que un día, para sorpresa de todos, surge una. En dos años, desde la elección de 2023, Milei se convirtió en presidente: la opción menos pensada se cocinó a fuego rápido ante el empate de las dos fuerzas políticas principales.
¿En cuánto tiempo una nueva opción política se desgasta tanto que se abre la ventana de oportunidad para lo menos pensado? Ese interrogante está sobre la mesa de Milei. No hay respuesta cerrada. Pero hay antecedentes recientes que disparan inquietudes.
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