Javier Milei y el ministerio de las fuerzas del cielo
El modo en que el Presidente introduce la cuestión religiosa en la política entraña el riesgo del surgimiento de una teocracia de baja intensidad, que puede generar nuevos problemas políticos o el retorno de divisiones superadas
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El domingo, el presidente Javier Milei se anotó un punto a favor. Tuvo éxito ante el primer obstáculo de su gestión presidencial: la decisión táctica de hacer su discurso ante la gente en las escalinatas del Congreso, en lugar de enfrentar a diputados y senadores, le permitió sortear, aún antes de que nacieran, eventuales abucheos de la nueva oposición. Milei le pasó la motosierra a esa posibilidad cambiando el ritual de asunción. Fue el primer paso de la revolución que se propone: tensó su vínculo con la representación parlamentaria para privilegiar el diálogo directo con sus representados. La investidura presidencial se inauguró sin magullones.
Esa cuestión es central. El terreno de lo simbólico, que Milei reconstruye con desparpajo de outsider de la política y de recién llegado a las instituciones de la república, será un campo clave de consolidación y supervivencia de su poder. Débil en el Congreso, el Presidente está obligado a compensar el despoder de la política real con un poder en el plano de lo intangible. Sobre todo, hasta que lleguen resultados tangibles en lo económico.
En ese territorio gaseoso, siempre a punto de evaporarse, Milei cuenta con dos agentes imprescindibles. Primero, “las fuerzas del cielo”, que volvió a convocar en su discurso inaugural. Las fuerzas del cielo como una especie de ministerio: Milei se encomienda a ese agente protector como un amuleto activo para el éxito de su gestión. Un mesianismo religioso da sentido a la autopercepción de Milei sobre su tarea presidencial, que concibe como una especie de llamado llegado desde un más allá: el cumplimiento de un destino de conquista de una tierra liberal prometida, pero todavía pendiente, para la Argentina errante.
Cristina Kirchner construyó su mesianismo en el altar laico, o semi laico, de la liturgia peronista, los derechos humanos, la justicia social y la inclusión: no apeló a la matriz católica cristiana para dotar de sentido su narrativa. En cambio, Milei encuentra el sentido trascendente en la dimensión religiosa más literal: su presidencia canaliza, como un médium, la potencia de “las fuerzas del cielo”. La cita recurrente al Libro de los Macabeos, que también estuvo presente el domingo, no deja lugar a dudas. Aunque Milei insista con que quiere ser visto como “un hombre común”.
Posibles riesgos
Esa esfera político-religiosa obliga a hacer algunas consideraciones. Hay riesgos en el modo en que Milei introduce la cuestión religiosa en su presidencia: el riesgo de surgimiento de una teocracia de baja intensidad que puede empezar a generar nuevos problemas políticos o el retorno de divisiones superadas. La revisión de la legalización del aborto está entre estas últimas. Aunque la agenda de gobierno de Milei hoy es centralmente económica, el del aborto es un tema pendiente que el mileismo deja para más adelante, cuando vuelva la calma económica después de la tormenta de los primeros largos meses.
El argumento a la Alberto Benegas Lynch (h.) condena el aborto desde una pretensión liberal que protege el “proyecto de vida” de todos, en este caso, también del embrión, pero esa idea demanda la creencia de que el embrión es persona. En términos generales, es la posición católica. Volver a ese debate implica reponer al catolicismo con fuerza de verdad sobre toda la ciudadanía, aún la que no es creyente. Es más: implica imponer el credo personal del Presidente como regla de la política pública para todos. Lo contrario de una república liberal que separa la Iglesia del Estado a lo Roca, el mismo que admira Milei, y que hace décadas que le da forma a la identidad del Estado argentino.
Va a llegar un momento en que el presidente Milei tendrá que optar entre los Founding Fathers de su utopía argentina: Benegas Lynch versus Roca. Los dos fueron invocados en su discurso inaugural.
En la presidencia de Cambiemos, el entonces ministro de Educación Esteban Bullrich tuiteó en su cuenta personal-profesional una foto en la que asistía al lavatorio de pies en Semana Santa. Fue criticado por mezclar su función pública con su credo. Milei cambia los estándares.
Religiosidad y religión presidencial
Por ahora, la crisis económica le permite a Milei dar rienda suelta a su liberalismo libertario: ahí encuentra el mayor apoyo electoral, que no quiere perturbar bajo ningún concepto. Los temas sociales donde soplan otros vientos, conservadores y religiosos, los dejó para el futuro. Pero hoy ya hay un aspecto donde impacta el entrelazamiento de política y religión que propone Milei: un tema geopolítico. En este caso no pesa la fe católica de Milei, sino su otro yo judío.
El nombramiento de su rabino ortodoxo personal Axel Wahnish como embajador ante Israel y la idea de Milei de trasladar la embajada argentina de Tel Aviv a Jerusalén van en ese sentido. Religiosidad y religión presidencial determinando una geopolítica de Estado en medio de un escenario crítico en el Medio Oriente, con la guerra en Gaza después de la masacre terrorista de Hamas en Israel: los internacionalistas profesionales empiezan a hacer reparos.
“Enfriar la embajada en Jerusalén”, es una de las recomendaciones del doctor en Relaciones Internacionales, Esteban Actis. Sobre todo, con el antecedente de una Argentina que sufrió los coletazos de esos conflictos con dos atentados mortales. Jerusalén es un asunto delicadísimo para las religiones en pugna en ese territorio.
El apoyo decidido de Milei a Israel, la condena contundente a Hamas y la vitalidad de su vínculo con el judaísmo resultan un aporte en un escenario global como el actual donde recrudece el antisemitismo. La disyuntiva se presenta cuando la fe religiosa, no importa cuál, se convierte en una variable de decisión en políticas de Estado más estructurales.
Bajo las luces menos dilemáticas, el apoyo abierto de Milei a Israel tiene una lectura más amplia: la revalorización de la única democracia liberal de esa región. Privilegiar su vínculo con Estados Unidos, Israel, Ucrania y Zelensky, la OCDE y su distanciamiento de los Brics, de Cuba, Venezuela y Nicaragua resultan el espejo más claro de su visión de gobierno. Un indicador de cuál es la Argentina que avizora. Ahí también encuentra el mayor apoyo entre sus votantes. El lugar de Zelensky en la inauguración subrayó ese sentido.
El otro agente al que apela Milei para anclar el poder esquivo es “la gente”. Renovar el diálogo directo con sus votantes lo mantiene a salvo: cada día deberá recordarle a la política opositora extrema, el kirchnerismo y la izquierda, o a la “oposición responsable” que ese vínculo sigue vigente. A lo Berkeley, Milei tiene algo clarísimo: ser es ser percibido.
Dos momentos del domingo
Pero el domingo ofreció dos momentos que hacen mella en esa estrategia de cercanía popular. Por un lado, la jura del gabinete de ministros a puertas cerradas disparó alarmas. Un contraste con décadas de democracia abierta: en la jura pública, los hombres y mujeres clave del presidente se vuelven sujetos de demanda popular. El otro momento fue la interrupción sorpresiva de la transmisión de la gala en el Teatro Colón: un portazo en la cara de la ciudadanía, que se quedó sin participar del espectáculo.
En ninguno de los dos casos hubo información previa sobre los criterios de la decisión. Y las explicaciones posteriores no alcanzaron: la jura como “ceremonia íntima”, cuando es un acto de gobierno; “no hay nada que festejar, estamos en un momento de crisis” cuando hay un grupo selecto de “la casta” que sí festejó en vivo en el teatro.
La guerra contra la casta quedó en duda. Por un lado, esos casos trajeron a escena un modo de hacer política a espaldas de la ciudadanía: la fiesta para pocos que definió a otras gestiones de gobierno. Por otro lado, resta transparencia a los actos de gobierno y a las decisiones: más opacidad es menos democracia. Además, supone una definición arbitraria de la noción de libertad: la discrecionalidad presidencial definiendo las libertades de la ciudadanía y de la prensa.
Paradójicamente, los aspectos más alentadores de los primeros pasos de la presidencia de Milei están en la crudeza de su discurso. Hay una convicción absoluta de construir una macroeconomía racional. También produjo un evento político único: plantó como bandera la disposición a pagar el costo político. Detrás está el convencimiento de que los resultados positivos terminarán dando vuelta la taba.
También se abrieron preguntas. El ajuste a la casta y a la política versus el cuidado de la gente que prometió antes de asumir se tradujeron ahora en “ajuste al Estado” y “al sector público nacional” y cuidado del “sector privado”. No queda claro en qué lugar quedó la gente y qué entra en “la casta”, un funcionamiento que también se ve en un sector privado protegido por la política.
La batalla cultural ampliada quedó reducida al regreso consistente de “vicepresidente” y “argentinos”, sin ninguna marca del femenino. Fue la opción gramatical elegida tanto por Milei como por Victoria Villarruel y, también, por el locutor de la asunción en el Congreso. Por ahora, es lo que hay.
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