Javier Milei, entre los mercados que deciden y los argentinos que votan y pagan
En el Congreso, el Presidente les habló a los argentinos, sobre todo, como contribuyentes; Los coletazos del día después mostraron buena reacción en los mercados y los inversores
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Todos los sapos pasan si hay una economía capaz de transferir recursos a los consumidores, que son los votantes. Javier Milei lo tiene clarísimo. También lo supieron Carlos Menem y los Kirchner. Lo supieron Mauricio Macri y Alberto Fernández. Cada éxito electoral viene de la mano de una percepción favorable de la marcha de la economía y su impacto en el bolsillo. Cada derrota, de lo contrario. Por eso Milei fue a defender el presupuesto 2025 al Congreso: la política hoy, más que nunca, es política económica.
“El destino de un pueblo se juega en las definiciones económicas que toma”, subrayó Milei. Pero el Presidente tiene otra cosa todavía más clara: que los votantes son, además, contribuyentes. Más que cómo llegar al bolsillo de los ciudadanos, Milei se propuso mostrar cómo la mano del Estado se retira de los bolsillos de los contribuyentes, es decir, los votantes. Todo un cambio de época en la concepción de la política y el peso del Estado.
En el Congreso, Milei le habló, sobre todo, a los argentinos como contribuyentes: en una sola categoría, logró dirigirse a dos ángulos aparentemente opuestos en la esfera económica, de un lado, la gente y del otro, los mercados y los inversores. En realidad, todos “pagadores de impuestos”, los nuevos sujetos políticos de la Argentina del líder de La Libertad Avanza.
El kirchnerismo y el animismo del Estado presente opacaron que el gasto del Estado se basa en los impuestos que pagan los contribuyentes. Por el contrario, Milei apuesta ahora a subrayar una dimensión política opuesta: sacar el velo de la relación entre el Estado, el gasto público y los dueños del dinero que se gasta, la gente. En el mileísmo, los individuos están más presentes que el Estado.
La voluntad de épica mileísta no alcanzó para esquivar la grisura del espíritu de domingo. Ni el Congreso ni el discurso presidencial lograron el espíritu vibrante de la Asamblea Legislativa, aún con la trasmisión de plano más bien corto que se esforzó por mostrar triunfalismo. Ahí entra el debate en torno al rating televisivo. El rating es la continuidad del apoyo en las encuestas: para un gobierno de super minoría en el Congreso y osado en políticas tradicionalmente anti populares, el ajuste, esas dos mediciones son oxígeno necesario. Por eso es un problema que la cifra del rating total del domingo esté en disputa. Si el dato cierto es que el rating fue magro, ¿es señal de un adelgazamiento de los márgenes de maniobra del Gobierno?
Los coletazos del día después mostraron buena reacción en otros pagadores de impuestos, los mercados e inversores. El riesgo país cayó por debajo de los 1400 puntos, hasta tocar 1359, los bonos de la deuda subieron un 2 por ciento promedio y empresas argentinas que cotizan en Nueva York tocaron el 3 por ciento de suba.
Las palabras del Presidente fueron menos eficaces para agitar multitudes. Pero la movida del domingo en el Congreso muestra varias cosas. Primero, que Milei hace política con toda la munición que tiene a mano. Parece que no hace política, pero a nueve meses de su asunción, todo parece indicar que más que negarse a la política, reescribe el hacer político por otros medios. De hecho, no es la primera vez que “hace política”: lo hizo al modo más tradicional del intercambio de beneficios, cargos por fiscalización, para ganar las Paso. El massismo fue clave.
Nueva etapa de negociaciones
El domingo, el líder libertario reescribió una regla del diálogo entre los poderes del Estado y reemplazó al ministro de Economía en la presentación del presupuesto ante el Congreso. Con ese gesto histórico, inauguró la nueva etapa de negociaciones para lograr una ley clave para el gobierno. Ayer, le siguió la reunión semipresencial de Guillermo Francos y Luis Caputo con los gobernadores. Hay que esperar para ver si Milei vuelve al llano de la rosca política, como lo hizo para frenar el aumento de las jubilaciones. El Presidente le metió destornilladores nuevos a la caja de herramientas de la política.
En el aire queda la duda de si Milei está sobre prometiendo éxitos en las metas presupuestarias de la Argentina modelo 2025, sobre todo, la tasa de crecimiento y de inflación. Desde el domingo, hay debate en torno a la inflación del 104% para este año. Implicaría una inflación mensual del 1,2% en el último trimestre. Ya en agosto, la inflación del 4,2%, algo más alta que la de julio, desdijo la expectativa de una baja continua. La oposición más dura, encontró un argumento para criticar al Gobierno: “tanto ajuste para tener la misma inflación que [Martín] Guzmán”.
El Presidente también planteó una inflación del 18,3% anual para 2025, casi la mitad de lo esperado por los inversores. El fantasma macrista de la sobrepromesa de “pobreza cero” o “bajar la inflación a un dígito”, dos metas que quedaron a años luz de ser cumplidas, todavía sigue vivo en materia de promesas incumplidas. Las promesas de Milei del domingo son más grandes y precisas y quedaron por escrito: cualquier obstáculo en ese camino, será un problema político para el Gobierno. Hay una explicación: que se trate de otra táctica política: ir por todo para volver con algo cuando empiece el toma y daca de la negociación del presupuesto.
El domingo, además, se ocupó especialmente de desarrollar los silogismos mileístas que le vienen funcionando como anclas políticas clave. Los llevó, incluso, más lejos, hasta convertirlos en axiomas. Por un lado, le marcó la cancha al Congreso y a su responsabilidad ante el bolsillo de la gente. Apeló a la historia de la democracia estadounidense para instalar el tema de presupuesto como tema político. “No taxation without representation” fue el reclamo de las colonias americanas a la corona británica en los forcejeos por la independencia en el siglo XVIII.
Retomando esa noción de los patriotas de Massachusetts que se negaban a pagar impuestos sin contar con representación política, Milei dijo: “No puede haber tributación sin representación”. Con esa idea, le puso presión al Congreso a la hora de decidir en qué se gasta el dinero de los “pagadores de impuestos”.
“La tarea principal de esta honorable casa es establecer un presupuesto nacional para definir qué hace el Estado con el dinero de los pagadores de impuestos”, afirmó. También le devolvió el poder político al aporte de los contribuyentes.
Desde ayer, los análisis sobre la suba en la recaudación de Retenciones, Ganancias y Monotributo versus los beneficios impositivos del RIGI o el Blanqueo y la caída en Bienes Personales empieza a delinear otro frente de análisis. El ministro Caputo intentó echar claridad sobre las retenciones. El tema sigue abierto. ¿Todos los “pagadores de impuestos” sufren el mismo peso? ¿O los que tienen “más representación” en el poder de influencia sobre la agenda del gobierno tienen beneficios en su “taxation”?
Por el otro, fijó la racionalidad y el orden macroeconómico como la condición necesaria para la libertad y el manejo del Estado. Convirtió el déficit cero en la regla fiscal inviolable y en axioma. “A partir de ahora, la Argentina será solvente”, postuló. Solo porque hay voluntad política de cumplir esa regla, puede volverse un axioma. El gasto público queda escindido de cualquier necesidad de la política o de cualquier contingencia de la economía.
Además, Milei redefinió los términos de lo que significa “gestionar el Estado”, una respuesta política a Macri y a la oposición, pero kirchnerista de los gobernadores, que le imputan mal manejo de la botonera del Estado. Para el Presidente, gobernar es achicar el Estado y mantener el déficit cero. La regla fiscal y la macro estable y la micro desregulada como las anclas irrenunciables de su visión de gobierno.
Lo que queda pendiente es cómo llegar a los bolsillos de los consumidores, una vez que el Estado sacó la mano de ahí. Es decir, cómo crece la economía y llegan los beneficios a la gente. En la concepción de Milei, no hay contradicción entre su visión macro y una vida social de crecimiento. Al contrario, la macro equilibrada y la desregulación micro es la condición necesaria para eso. Con cuentas de almacenero en las que no se gasta más de lo que ingresa, el Presidente se propone seguir diferenciándose de “la política”. Parece poco pero quizás sea mucho.
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