Javier Milei, en la tapa de The Economist: “mi desprecio por el Estado es infinito”
La publicación británica enfoca los logros libertarios y los riesgos que subyacen en la economía de la Argentina
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A veces, de la familiaridad con algo surge el cariño. Pero no para Javier Milei, el presidente argentino. Después de gobernar Argentina durante un año, su desprecio por el Estado sigue siendo “infinito”, según dijo en la entrevista concedida a The Economist el 25 de noviembre. Desde su despacho en la Casa Rosada, Milei habla extensamente a sus anchas y con aire presidencial. Pero cuando se pone a explicar la filosofía detrás de su drástico experimento suena más como “el topo que destruye el Estado desde adentro”, como suele decir. Cualquier restricción a la libertad de empresa empuja a la sociedad hacia el socialismo, dice Milei, y hasta la economía neoclásica, el marco que guía mayoría de las políticas económicas del mundo, “termina favoreciendo al socialismo”. Para Milei, la lección es clara: “Todo lo que pueda a ver para sacar la interferencia del Estado, lo voy a hacer.”
Esa fuerte determinación ha guiado una serie de reformas destinadas a sacar a Argentina de décadas de humillante decadencia, causada por una inflación galopante, absurdas prebendas y una maraña de regulaciones. El resultado ha sido mejor de lo que casi nadie esperaba: la inflación bajó drásticamente y el gasto público es casi un 30% menor en términos reales. Son éxitos que todavía podrían darse vuelta: la historia reciente de Argentina es una seguidilla de reformas económicas fallidas. Pero fortalecido por la claridad de sus convicciones e inmerso en la teoría del libre mercado, Milei tiene más chances que sus predecesores y hoy disfruta de su mejor momento desde asumir el cargo. Sus dos públicos más importantes —los mercados y los argentinos— están satisfechos, y el índice de riesgo país de JPMorgan, que mide el riesgo de default de un país, ha caído de alrededor de 2000 puntos cuando Milei asumió el cargo, en diciembre de 2023, a alrededor de los 750 puntos actuales, su nivel más bajo en cinco años. A pesar del enorme recorte del gasto público, después de su primer año de mandato Milei es más popular entre los argentinos que sus dos predecesores. Y en los últimos meses, su índice de aprobación no ha hecho más que aumentar.
Lo que impresiona a los argentino es la caída de la inflación, que durante muchos años fue su gran flagelo, alimentada por un desenfrenado gasto público financiado con emisión monetaria. Cuando asumió su cargo, la inflación era del 13% mensual, y se disparó al 25% cuando Milei devaluó el peso, de un valor artificial e insosteniblemente fuerte. Ahora, la inflación en Argentina está por debajo del 3% mensual.
Esa reducción responde al brutal recorte de gastos aplicado por Milei —hizo campaña blandiendo una motosierra—, y eso impresiona a los mercados. En su primer mes de gobierno ya alcanzó el superávit primario, y así siguió todos los meses desde entonces. Básicamente, el superávit elimina la presión sobre el Banco Central para financiar el gasto del Estado con transferencias “temporales” que, de hecho, rara vez se devuelven: otra manera de “darle a la maquinita”.
Milei dice que ha tratado de asegurarse de que el recorte del gasto recaiga sobre el propio Estado y no sobre los argentinos más pobres. Redujo de 18 a 8 el número de ministerios, frenó la gran mayoría de la obra pública y puso fin a casi todas las transferencias del Tesoro nacional a los gobiernos provinciales. Según la consultora económica argentina Invecq, este año el gasto en salarios públicos y universidades es un 20% menor en términos reales que en 2023. Sin embargo, el mayor ahorro proviene de mantener pisado el valor real de las jubilaciones.
Al mismo tiempo, Milei viene tratando de sanear el balance del Banco Central, que durante el gobierno anterior había inyectado una enorme cantidad de pesos al sistema. Cuando asumió el cargo, las reservas del país en moneda extranjera eran negativas, con un rojo que alcanzaba los 11.000 millones de dólares. Ese balance ha mejorado, pero sigue siendo negativo. Gracias a un blanqueo con exenciones impositivas que logró que los argentinos sacaran los dólares guardados debajo del colchón y en cuentas en el extranjero, unos 20.000 millones de dólares volvieron a ingresar al sistema bancario formal.
Junto con estos esfuerzos por estabilizar la macroeconomía, Milei y su equipo han eliminado cientos de normas y trámites burocráticos que complicaban todo, desde los viajes aéreos y los alquileres hasta los divorcios y el Internet satelital. Y eso no termina ahí. “Estamos desregulando todo el tiempo, y todavía tenemos 3200 reformas estructurales pendientes”, explica Milei, y dice que Elon Musk, con quien se encontró recientemente en la residencia de Trump en Mar-a-Lago, está ansioso por seguir su ejemplo.
Pero los recortes se hacen sentir: este año, la economía argentina entró en recesión, el desempleo se disparó, y el porcentaje de argentinos por debajo de la línea de pobreza aumentó al 53%, frente al 40% de 2023. Pero la recesión parece haber tocado fondo. El crecimiento debería ayudar a aliviar la pobreza y el desempleo, aunque sumará presión inflacionaria. El gobierno espera que la nueva ley que ofrece enormes incentivos a la inversión, como exenciones fiscales y aduaneras durante varias décadas, atraiga capitales e impulse el crecimiento.
Para lograr que el Congreso aprobara esa ley —conocida en Argentina como Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI)—, Milei mostró su vena pragmática. “He aprendido mucho sobre cómo hacer política”, dice el presidente argentino. Finalmente, autorizó a su jefe de gabinete a hacer concesiones con la misma “casta” política a la que él tilda de “ladrones” y “delincuentes”. Sorprendentemente, Milei ahora dice que no tiene enemigos en la política argentina, solo rivales. E incluso esos rivales, dice, “no quieren explícitamente que al país le vaya mal.”
El nuevo pragmatismo del presidente también está despuntando en materia de política exterior. Durante la campaña de 2023, insultó repetidamente a China, y en determinado momento llegó a preguntarse, “¿Comerciarías con un asesino? Hoy, tras su reciente reunión con el presidente chino Xi Jinping, Milei afirma con entusiasmo que China “es un socio fabuloso. No preguntan nada. Quieren comerciar con calma”, dice Milei.
En la misma línea, una vez tildó de “comunista corrupto” al presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, pero ahora su discurso tiene otros matices. “No voy a ser amigo de Lula, pero tengo una responsabilidad institucional”, dice, entusiasmado por un reciente acuerdo para venderle gas argentino a Brasil.
Todo eso es un buen augurio para la recuperación económica de Argentina, pero sobre los éxitos de Milei se ciernen grandes riesgos. Y uno de ellos es político. Hasta ahora lo ha beneficiado el desbande de la oposición, pero eso no durará para siempre, como tampoco la tolerancia de la gente ante el magro crecimiento económico, el elevado desempleo y el índice de pobreza, por más que haya logrado controlar la inflación. Al haberles anticipado con toda franqueza a los votantes que los recortes serían dolorosos, redujo las expectativas. Ahora Milei proclama que “el país está entrando en su mejor momento de los últimos 100 años.” Esa expectativa más difícil de manejar, especialmente si los argentinos no sienten esa euforia en sus bolsillos. Si el peronismo empieza a subir en las encuestas o estallan protestas sociales incontrolables, los inversores podrían salir corriendo y la recuperación económica se vería seriamente amenazada.
Y ese es el otro riesgo: el económico. Hoy el peso parece estar nuevamente sobrevaluado, el gobierno heredó y mantiene los controles de capitales, y también fija el tipo de cambio oficial: en diciembre de 2023, devaluó el peso en un 50%, y desde entonces lo ha hecho a un ritmo del 2% mensual. Pero como la inflación ha sido superior al 2% mensual, el tipo de cambio real ha ido aumentando y ya se acerca al nivel que tenía antes de que Milei asumiera el cargo. Y los argentinos ya se dieron cuenta: todos los días, unos 55 micros cargados de ansiosos compradores argentinos llegan a Chile, donde los productos son mucho más baratos.
Todo eso representa un lastre para las exportaciones y el crecimiento. Milei no puede mantener su plan sin control de capitales, pero eso desanima a los inversores que quieren estar seguros de poder sacar su dinero de Argentina, no sólo de ingresarlo. Si finalmente elimina los controles de capital y libera el tipo de cambio, entonces corre el riesgo de una brusca devaluación que podría desencadenar otro brote de inflación, socavando el logro emblemático de Milei, la baja de la inflación, y también su popularidad. La sobrevaluación del peso es un clásico problema argentino. Y tiende a desembocar en una crisis.
Milei rechaza esa idea. Dice que sus reformas justifican el valor del peso y que el control de capitales no disuadirá a los inversores, porque ha prometido eliminarlo el año que viene. Además, dice Milei, “no tenemos apuro”. Si tuviera más financiación extranjera podría eliminar más rápido el control de capitales: para defender un tipo de cambio libre, necesita dinero en efectivo. Pero el FMI parece poco entusiasmado con darle dinero fresco para ese destino, y eso podría estar tensando las relaciones con el Fondo, al que Argentina le debe 42.000 millones de dólares. Milei recalca enfáticamente que obtener nueva financiación del FMI “es sólo una de las opciones que tenemos.”
La cuestión del valor del peso es manejable, al menos por ahora. Los mercados no están apostando a una inminente devaluación, como sí lo hicieron, equivocadamente, a principios de este año. Pero a largo plazo ese riesgo persiste. Las políticas de Donald Trump podrían empujar al alza el valor del dólar a nivel internacional y la presión sobre el peso podría aumentar dramáticamente, advierte Robin Brooks, del grupo de expertos Brookings Institution.
Y otro factor preocupante es que el fanatismo de Milei socave el sistema de controles y contrapesos institucionales de Argentina. “No me aparto ni un milímetro de las reglas acordadas en la Constitución”, dice Milei. Sin embargo, quiere reformar los tribunales. De por sí, eso no tiene nada de malo, pero para lograrlo ha postulado para la Corte Suprema a un juez ampliamente considerado no calificado para el cargo y que enfrenta acusaciones de manipular causas para beneficiar a personas con poder. La postulación avanza tan lentamente en el Senado que el gobierno ha planteado la posibilidad de forzarla por decreto, una medida controvertida. Milei también afirma que el 85% de lo que se escribe en la prensa argentina son mentiras.
El último riesgo es la propia volatilidad de Milei. Hace unos días se enfrentó con la vicepresidente Villarruel, y eso, como mínimo, hará todavía más difícil que sus proyectos de ley atraviesen exitosamente el Senado. Además, al igual que sus mandatarios extranjeros afines, Milei también se está involucrando cada vez más en las batallas culturales: se opone a la “ideología transgénero”, al aborto y al cambio climático, que según él no es causado por el hombre. Según Milei, esas causas son el nuevo frente de guerra del marxismo. Pero con la economía argentina todavía en equilibrio sobre la cuerda floja, cualquier distracción puede ser un peligro.
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