Javier Milei en el Luna Park | Dos horas de una misa pagana, con canciones apocalípticas y un Presidente en éxtasis
La euforia dominó un acto en el que Milei, ajeno a toda crisis, se celebró a sí mismo y criticó a sus viejos y nuevos enemigos, desde Keynes y los “aborteros”, hasta la Feria del Libro y Pedro Sánchez
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Humo, haces de luz blanca, los primeros golpes de la batería de Bertie Benegas Lynch. Entre la oscuridad del escenario del Luna Park se vislumbran las figuras de cinco músicos y una cantante. Es el tema de él: “Panic Show”, pero El León no aparece. La banda libertaria, que debuta esta noche, toca la segunda canción. La toca entera. Nada. Hasta que finalmente, desde el otro lado del estadio, avanza en medio de la gente, rodeado por custodios, Javier Milei. Hay empujones y forcejeos a su alrededor. “Mírenme, yo soy el león”, estalla “Panic Show” esta segunda vez.
El Luna Park, que se fue colmando de a poco a lo largo de las horas, está casi lleno, pero se camina sin problemas entre el público. No él, que logró el furor que requería esa entrada teatral y tardó casi la canción entera en cubrir la distancia de 30 pasos para llegar hasta el escenario.
Y ahora sí empieza el show. Desaforado, Milei arenga a los saltos al público, va de una punta a la otra del escenario, se golpea el pecho con los puños apretados, hace temblar sus manos abiertas como si estuviera en transe. La camisa afuera, por debajo de su largo sobretodo de cuero negro, en un regreso a su look rockero. “Estimados, quise hacer esto porque quería cantar”, dice cuando toma el micrófono y lanza una carcajada fuerte, casi tenebrosa.
El Presidente entona a los gritos “Panic Show”, que suena por tercera vez, ahora toda cantada por él. “Soy el rey, te destrozaré. Toda la casssta es de mi apetito”, la reversiona, con los ojos celestes bien abiertos y las cejas en alto.
Así empezó un acto absolutamente extravagante, fuera de registro para la política argentina; sobre todo, en tiempos de crisis y ajuste. Fueron dos horas de una misa pagana celebrada por un Presidente en éxtasis.
La noche se dividió en distintos actos. Como una obra de teatro compuesta por números independientes y algo inconexos, el show montado para la presentación del último libro de Milei alternó rock con una exposición sobre economía del Presidente, anécdotas personales, cruces espontáneos con gente del público y un final con tres amigos -el Presidente, su vocero, Manuel Adorni, y el diputado José Luis Espert- sentados en un living, frente a la militancia libertaria, recordando viejos tiempos, repartiendo agradecimientos y elogios, y autocelebrándose.
Segundo acto
Terminada la primera etapa, la del micro recital, las luces se concentraron en un atril y el resto de la escena quedó a oscuras. “Hola a todos”, dijo con un tono carrasposo y algo impostado el Presidente. En cada nueva aparición en el escenario, Milei se volvía -o lo volvían- a presentar. Ahora tenía una voz más calma y una gran sonrisa. Empezó entonces con una serie de agradecimientos: a su hermana, a sus ministros,.... Una y otra vez el acto se alejaba del motivo formal de la convocatoria: la presentación de “Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica”.
En el público había dos anillos. En el VIP, en sillas junto al escenario, estaban los ministros del Gabinete Nacional, los padres del Presidente, dirigentes de La Libertad Avanza y de Pro, e invitados especiales. Atrás, militantes y muchos simpatizantes libertarios silvestres que habían llegado por su cuenta y hecho largas filas para entrar.
La noche de Milei estuvo plagada de burlas e ironías contra quienes él considera sus enemigos; los de siempre, como “los rojitos” y los “aborteros”; y los nuevos, como la Feria del Libro (“Con el intento de boicot, el de la Feria del Libro nos regaló esta fiesta. Gracias, kirchneristas”, se rió) y el presidente español, Pedro Sánchez. “Sánchez, compadre”, empezó a entonar la gente y él los frenó, aunque se lo notaba encantado. “No, che, que Mondino me va a pedir horas extras”, se rió, en alusión a los problemas diplomáticos que acumula su gestión.
Algo parecido había pasado segundos antes, cuando el público coreó que Cristina Kirchner va a ir presa. “Los acompañaría, pero me van a acusar de violar la independencia de poderes, ¿no les parece que ya tengo muchos quilombos?”
“En el fondo vengo a presentar mi reciente libro”, había dicho Milei, como para poner orden, cuando se ubicó detrás del atril. El Presidente mutó en este segundo acto en un profesor de economía que hablaba en un lenguaje técnico incomprensible para la gran mayoría de los presentes, que, no obstante, le escuchaban con atención sus largas reflexiones teóricas. Ayudaban a mantener la concentración del auditorio las salidas histriónicas del Presidente, como cuando celebró la “belleza matemática de la teoría del valor” y dijo: “La disfruté más que mi primera Playboy”. También colaboraba que constantemente las frases incluyeran referencias con sorna contra alguien. Las críticas siempre eran muy bien recibidas por el auditorio. Y cuanto más furibundas, mejor. Eran respondidas con aplausos y silbidos.
Entre el público había un pequeño grupo que no solo le seguía a Milei su discurso sobre economía, sino que le hacía acotaciones a los gritos. El Presidente les reprochó un exceso de purismo y les pidió flexibilidad. “Si no, nos comen los zurdos”, les dijo. Era un grupo de hombres que Milei tenía bastante lejos del escenario, a su derecha.
Los más excéntricos
En el público eran mayoría los hombres jóvenes, pero había también mujeres y algunos padres y madres con hijos chicos. No faltaron personajes excéntricos como “el doble de Milei” nacido en Florianópolis, que de traje y con la peluca despeinada, tenía un aceptable parecido con el Presidente. “Soy el Milei de Floripa. Soy político y economista. Profesor terciario y quiero que en Brasil también nos deshagamos de la izquierda”. Contra todo pronóstico, podía acreditarlo: en la billetera tenía su documento y una credencial de diputado suplente del Partido Liberal, el de Jair Bolsonaro.
El Milei de tonada brasilera era casi tan bizarro como un Mickey que con lo poco que se le entendía desde abajo de su gran cabeza de goma espuma defendía la dolarización. “Por Estados Unidos, por el dólar”, decía para explicar su disfraz. Contaba que lo suyo era todo a pulmón. Que cuando usa su verdadera identidad es mecánico en Ituzaingó Oeste, que se alquiló el disfraz a 20.000 pesos y que hizo la fila como cualquiera para entrar.
Largas filas y “reventa”
Las inmediaciones del Luna Park se habían llenado de gente desde temprano. Si bien el Gobierno alegó que era un acto privado, había policías federales apostados todo a la redonda del Luna Park, que estaba enteramente vallado. Y el cacheo, con detector de metales en cada uno de los accesos, lo hizo personal uniformado de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA). Son dos fuerzas que dependen de Patricia Bullrich.
A las 17:30, centenares de personas que esperaban hacerse de una entrada se formaban en filas incomprensibles que serpenteaban por toda la plaza Roma.
En la llegada, en la esquina de Bouchard y Lavalle, apretados contra las vallas se mezclaban los que tenían su entrada en mano (como Nazareno, de Saavedra, que contaba con orgullo que había sido el primero en llegar al Luna Park, a las 10), con los que habían hecho toda la cola y se daban cuenta de que quienes repartían tickets ya no estaban.
Branko y Gastón, que habían vendido tazas desde las 15, compraron en el apretuje dos entradas a las 17:45: las dos por 6000 pesos, a una pareja que juraba haberlas conseguido por derecha. “Ahoras la revendo a 10.000. Somos liberales. Es el mercado”, bromeó Branko. Si hubieran esperado, unas horas más tarde hubieran entrado gratis.
Colgado del cuello, Branko llevaba un bolso rojo, en que solo le quedaba una taza, con una foto de un Donald Trump rodeado de sujetos fornidos: “Esta es la del liberalismo muscular”. Las otras 42 las habían vendido. Una por 7000 y dos por 10.000, era la promoción. El hit fueron las que llevaban solo una inscripción: “Lágrimas de zurdo”.
Frente al Luna Park, redoblantes ensordecedores obligaban a gritar a los vendedores ambulantes. “Las caretas de Milei a 3000, los patitos, 1500″, decía Mariano, que vendía los patitos amarillos que son furor. “Fui a Once a buscar más. Estos recontra salen”, contó. Un cordobés se avivó y a los patitos que vendía les puso pelos de lana marrón. “Milei y Pato. La mejor fusión contra la casta”, los promocionaba.
Horas más tarde, Bullrich sería una de las funcionarias más celebradas en el VIP. Se sentó pegada al presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem. También estaban Zulemita Menem, Daniel Scioli y Yuyito González. Todo un revival de los 90, con gente que los vivió con intensidad y cerca del poder.
El show encabezado por el Presidente tuvo un final a tono con lo estrafalario que fue el resto de la noche. Milei, Adorni y Espert, abrazados en el escenario como quien acaba de ganar una elección, celebraban y saludaban, mientras sonaba a todo volumen “Se viene”, una canción de protesta muy famosa que Bersuit Vergarabat compuso en 1997 contra el menemismo, por la situación política y económica. “Se viene el estallido”, dice, y cuando explotó la crisis de 2001 hubo quienes consideraron que había sido premonitoria. Milei la cantaba ajeno a cualquier paralelismo. “Si esto no es una dictadura qué es, qué es”, saltaba el Presidente muy contento, arengando a los que quedaban del público, bajo una explosión de brillos de papelitos plateados.
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