Intimidades de una frenética caravana de Massa: el “caos organizado” que refleja la impronta del ministro-candidato
Desde adentro, el viaje a toda velocidad que el postulante oficialista hizo por Córdoba y Santa Fe
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“¡Dale capo, metete, metete. Meté la trompa y pegate que lo perdemos!”, le grita un integrante del equipo de Sergio Massa al chofer de la combi que intenta maniobrar entre el gentío para no perderle el tranco a la camioneta en la que viaja, a toda velocidad, el candidato presidencial oficialista. Son las tres de la tarde y afuera, sin los beneficios del aire acondicionado, la temperatura llega a los 40 grados. Rafaela derrite la piel de los visitantes, pero no inquieta a los locales.
La caravana que durante dos días había trasladado al ministro-candidato por distintas ciudades de la zona núcleo del país –la más hostil para su ambición política- debía llegar a tiempo a una última escala, previa al regreso a Buenos Aires. En Sauce Viejo, cerca de la ciudad de Santa Fe, se comprobó la teoría de que “siempre se puede estar un poco peor”. A la ola de calor que inundaba la provincia litoraleña se sumaban la humedad y los mosquitos, que parecían aviones.
Massa desanudó su corbata, dejó el saco en la camioneta y se cambió la camisa. Eligió una blanca, suelta, a la que desabrochó los últimos dos botones. Parece una cuestión menor, pero entre la militancia peronista fue motivo de debate que su candidato luciera siempre prolijo, demasiado “blanquito”, como alguien que se mueve como un pez en el agua en las alfombras del palacio y que contrasta en el territorio, donde “el pueblo” no la está pasando bien.
El secretario del ministro de Economía guarda todo prolijamente, mientras que su jefe vuelve a sumergirse en una interminable secuencia de abrazos, selfies y palabras de ocasión con sus anfitriones. Alrededor del candidato presidencial se mueve un grupo compacto de colaboradores que juega de memoria –algunos lo siguen desde 2007, cuando ganó la intendencia de Tigre- y que funciona como una eficaz red de contención para el postulante oficialista.
“¿Qué hacemos ahora?”, preguntaba Massa cada vez que percibía un bache en la actividad, como si el ritmo frenético hacia el balotaje fuera un valor del que no quisiera desprenderse. Inmediatamente recibía una respuesta de su equipo de ceremonial y de prensa. Y acataba las instrucciones en forma disciplinada. Es algo que caracterizó la campaña de Unión por la Patria: el ministro se apegó a un libreto profesional, estudiado en sus más mínimos detalles.
Pero Massa tiene otro rasgo personal que le agregó a su performance como candidato. Es remiso a quedarse dentro de una zona de confort. Por eso saltó a la silla eléctrica del quinto piso de Economía desde la Cámara de Diputados. Y por eso incursionó en Córdoba y Santa Fe a tan pocos días de la elección que marcará su carrera política. No concibe las derrotas de antemano y como político que es, muchas veces reacciona más con la voluntad que con la razón.
Ahí estaba, con la camisa desabrochada que dejaba ver una cadenita dorada en el cuello, con un significado especial para él. “Era de mi bisabuela en la Primera Guerra y llegó hasta mi mamá”, comentó. Hizo un discurso que impactó entre sus leales y a más de uno se lo vio emocionado. Otros lucían más realistas: “Las campañas son como Disneylandia. El problema es que después, si ganas, hay que laburar”, graficó un dirigente que tuvo sus vaivenes con Massa.
En torno a Massa gira una suerte de caos organizado que, visto desde adentro, tiene una lógica irreductible: el tigrense busca siempre ganar la centralidad política y sus colaboradores trabajan para ello. En Córdoba, por caso, corrieron de un lado a otro para llegar a tiempo a los actos que tenía previstos en Río Cuarto, Villa María y la capital. En “La docta”, una camioneta voló -literalmente- entre las cañadas con el propio Massa sentado junto al conductor.
“Vos lo presentas y habla solamente él”, le indicaron al locutor que sigue al candidato a todos lados. El arribo al estadio cerrado de General Paz Juniors fue alocado. A Massa le pusieron un micrófono en la mano, mientras el locutor tomó aire y subió al escenario. Detrás de él, lo hizo el propio ministro. En cuestión de segundos, estaba desgranando un discurso calibrado, con latiguillos efectivos, con los que busca marcar diferencias con el libertario Javier Milei.
Una noche después, el avión que lo trae de regreso a Buenos Aires se mueve como una hoja en medio de una tormenta entre Santa Fe y Buenos Aires. Pero tanto Massa como su equipo están desplomados del cansancio. Apenas si comen algo durante el vuelo y solo piensan en llegar a sus casas para darse una ducha y dormir. Pero el candidato sorprende ni bien el aparato toca la pista de Aeroparque: “Déjenme bajar primero que tengo que llegar a una cena”, pide en voz alta.
Los colaboradores reconocen entonces el esfuerzo del candidato y lo vivan mientras se retira, pero Massa no puede con su genio. “Los periodistas que no aplaudan eh”, ironiza y recibe una lacónica respuesta de un colega: “Nunca”, replica con timing político. Cuando el candidato ya no está, su equipo se relaja y se va dispersando en la noche porteña. Uno de sus integrantes, muy joven, se lleva una larga bandera argentina que se usó para los actos. La abraza con ilusión.
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