Inmolarse o liberarse, la encrucijada peronista
Cristina Kirchner recuperó la centralidad para hacer de sus problemas los de todos; lo más inquietante puertas adentro del peronismo es que la mitad de sus votantes consideran que la vicepresidenta es culpable
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Una vez más el peronismo vuelve a enfrentarse a la encrucijada de la que no puede salir desde hace 15 años, pero que ahora se torna decisiva. Como nunca. Inmolarse en el altar del cristinismo o liberarse. Esa es la cuestión.
Cristina Kirchner, en su peor momento judicial, le exige ahora a toda la dirigencia del peronismo que le devuelva indexada, con intereses y punitorios, la inversión que hizo en 2019 para que todos juntos recuperaran el poder nacional, que durante cuatro años les habían escamoteado los cambiemitas.
Ella los absolvió entonces, hasta de las condenas públicas, las traiciones y las derrotas que los díscolos del panperonismo habían ejecutado y propiciado en su contra desde 2013. Ahora, demanda defensa total y absoluta. Sin titubeos ni matices. A todo o nada. Mientras, arrastra en la caída a propios y ajenos.
La dirigencia peronista no kirchnerista enfrenta, así, un dilema demasiado difícil de resolver y es lo que agita en estas horas los desvelos internos, más allá de las expresiones de apoyo de rigor y las diatribas contra la Justicia toda y el fiscal Diego Luciani en particular, por su pedido de condena a 12 años de prisión, por corrupción.
Cristina Kirchner es la dueña individual del paquete mayoritario de votos del peronismo, pero empieza a estar seriamente en duda la máxima “con Cristina no alcanza y sin Cristina no se puede” (ganar elecciones), que le permitió sumar hasta a los réprobos. Como nunca antes, ahora la gran pregunta es si con Cristina se puede triunfar, más allá de la provincia de Buenos Aires, donde su voto sigue estando firme.
El dilema de la dirigencia no kirchnerista tiene un punto de apoyo comprobado: la mayoría de las encuestas muestran que para más del 70 por ciento de los argentinos la expresidenta cometió actos de corrupción, y tienen mala o muy mala imagen de ella. Pero lo más inquietante puertas adentro del peronismo es que la mitad de sus votantes consideran que Cristina es culpable.
En términos académicos, el agudo politólogo Federico Zapata (insospechado de antiperonista, diría Cristina) sintetiza la duda que atraviesa al peronismo no kirchnerista en este interrogante: “Hay que ver si las primeras manifestaciones de apoyo son reacciones galvanizadoras de una sociología o si se trata de una reacción corporativa de un peronismo que muere”. Someterse (otra vez), inmolarse o liberarse sería el trilema.
La condena de Alberto
Ese conflicto fue profundizado a extremos sin precedente anteanoche por Alberto Fernández en la aparición televisiva en la que demostró una vez más que compite contras sus propios desaciertos con notable éxito. Nunca deja de superarse.
Si lo más grave en términos institucionales y humanos fue su más que desafortunada (para ser benévolos) expresión de deseos respecto de la vida del fiscal Luciani, para el kirchnerismo y la propia Cristina Kirchner hubo dos declaraciones aún peores. El inaceptable paralelismo con la muerte aún sin esclarecer del exfiscal Alberto Nisman ya lo habían instalado antes otros cristinistas notorios, que confirmaron la degradación de la discusión política.
Lo que difícilmente le perdone esta vez la vicepresidenta es, en primer lugar, que cuando más necesitaba de su defensa el Presidente admitió que era éticamente reprochable que los presidentes Kirchner hubieran hecho negocios con un contratista del Estado. Es decir, que se beneficiaron patrimonialmente gracias al ejercicio del más alto cargo del país. Como se sabe, esa fue una de las principales fuentes del enriquecimiento familiar que la vicepresidenta no puede explicar ni justificar.
Se trató de una condena en el único plano en el que Fernández puede hacerla, ya que sus consideraciones jurídicas son (o deberían ser) irrelevantes en términos prácticos. No fue el mejor argumento para convencer a incrédulos y agnósticos de la inocencia kirchnerista.
Gobernadores, intendentes y legisladores que deben cuidar sus votos y están siendo impelidos a manifestarse en defensa de la vicepresidenta no salían ayer de su asombro y competían en los descalificativos contra Fernández, sobre lo que ya están haciendo un posdoctorado.
No es que ellos no coincidieran, en el fondo, con el fallo que emitió el Presidente, sino que, además de salpicarlos a muchos que comparten las prácticas de la abogada exitosa y su fallecido esposo, los expone ante sus bases, que en buena medida ya hace rato se alejaron del kirchnerismo.
En ese terreno, vale la pena reparar en los dichos de Alberto Rodríguez Saá, que, como siempre, suele exponer, corregido y aumentado, el subconsciente del peronismo profundo. Preguntado por la situación de la vicepresidenta, respondió: “En San Luis estamos trabajando para salir de la grieta y yo les digo a los de Buenos Aires que salgan de la grieta. Las cosas tienen que hacerse con ecuanimidad, con justicia, fuera de la grieta”. Poncio Pilatos tiene competencia desleal.
En segundo lugar, pero no menos importante para Cristina Kirchner, el Presidente logró opacar lo que hasta su aparición en la televisión celebraba todo el cristicamporismo como la noticia del día, que había dominado los principales portales informativos y tenía destino de título de apertura de los diarios.
El documento conjunto de respaldo a la vicepresidenta y de condena a la persecución judicial (para ellos, política) firmado por los presidentes de México, Colombia y Bolivia, junto a Fernández, pasó a un lejanísimo segundo plano.
“Arruinó el mayor apoyo internacional que se había logrado y que venía a compensar el confuso comunicado sacado por el Gobierno el día anterior, en el que Alberto hablaba más de sí mismo que de Cristina”, bramaba una fuente con acceso al despacho presidencial del Instituto Patria. Con esa voz coincidía en el lamento y la bronca un albertista irreductible, que había trabajado en el pronunciamiento de los presidentes.
Fue otro hit de Fernández, que no compensó siquiera con el atajo que dejó abierto para dictar un indulto, a pesar de su expresión de principios en contrario. Otro marxista de la línea Groucho. Siempre se puede hacer una excepción.
Por eso, en estas horas, la dirigencia peronista kirchnerista y no kirchnerista mide con todos los instrumentos con los que cuenta cuál es la estrategia que más le conviene llevar a cabo. En defensa propia, sobre todo.
Cuándo y cómo salir a la calle en respaldo de “la jefa” es una duda existencial y transversal, que une a todo el peronismo y no excluye a los kirchneristas. No hay chances de no salir. Para eso hay unanimidad.
Máximo arrastra al PJ
Las discusiones son sobre los matices y no sobre cuestiones más de fondo. Eso también genera ruido. Tanto que la reaparición de Máximo Kirchner para ponerse al frente del PJ bonaerense no dejó de provocar reacciones críticas. “Renunció a conducir cuando dejó la jefatura del bloque de Diputados y ahora sale a liderar en defensa de su familia”, ironizó un dirigente peronista que sigue diciéndose kirchnerista.
Los cristinistas, que no suelen dudar, piensan en cuándo sería más eficaz movilizarse sin provocar(se) daños colaterales. No se trata solo de lograr la mayor convocatoria. Para llenar calles y plazas le alcanzan sus militantes y los recursos con que cuentan para movilizarlos. No hacen falta espontáneos, que como se vio en el primeros días, no fueron una multitud ni representaron al grueso de sus votantes. La progresía cristicamporista de clase media palermitana fue a Recoleta y al Congreso a demostrar que a la fe no le hacen falta ni la mueven las pruebas.
Lo que más preocupa al alto mando kirchnerista y también al resto del peronismo es que la tensión pueda impactar en la crítica situación económica, que la llegada de Sergio Massa apenas consiguió sacar del coma inducido.
“No hay plan concreto, vamos viendo y evaluando. Es día a día”, dicen en el entorno de Cristina Kirchner, mientras siguen redactando comunicados de apoyo y buscando firmantes (voluntarios e involuntarios) para mantener la centralidad del tema y de la vicepresidenta.
No hay margen para nuevos sobresaltos en materia económica y menos para que la crisis vuelva a estar al tope de la agenda pública, sin competencia.
Por el contrario, Massa y su equipo celebran y aprovechan que la marca se la haya llevado la situación judicial de Cristina para avanzar con un ajuste que, aunque todavía insuficiente, es indigesto para el dogma y la liturgia cristicamporistas. “Que nadie se dé cuenta”, es la premisa que repiten en Economía. Una vez más, la felicidad de Massa es la desgracia de Cristina. Aunque nada es para siempre. Lógicas de las sociedades por conveniencia.
Y el ajuste va
El problema es que el plazo de gracia para que los recortes pasen inadvertidos es corto: va de la firma a su ejecución. Otra cosa será cuando se sienta en las cajas y en los bolsillos de los propios, mientras la inflación seguirá comiéndose los ingresos. El momento de la conjunción virtuosa del orden fiscal con la mejora en la situación personal es una meta de alcance por ahora imprevisible.
Ese orden fiscal, que para todos menos para el glosario de eufemismos massísticos se llama ajuste, es tan prioritario para el ministro de Economía como la recomposición de las reservas.
Lograrlo no depende de promesas ni buenas intenciones, sino de la construcción de confianza, credibilidad y previsibilidad para transformar activos dolarizados en dólares líquidos. Si al déficit en la materia que ya traía el gobierno, y que la llegada de Massa no logra enjugar, se le suman tensión política y conflicto de poderes será difícil mejorar la desesperada situación del Banco Central. El dólar soja y el dólar tech prometidos todavía se hacen esperar. Dicen que los lanzará la próxima semana. El tiempo para Massa siempre es relativo.
No son buenos prolegómenos para el viaje que el 6 de septiembre emprenderá a Estados Unidos en busca incierta de inversiones, parado más sobre promesas que sobre realidades.
Los cálculos de especialistas, como Nadin Argañaraz, indican que Massa todavía debe obtener ingresos o reducir gastos casi por una suma equivalente a lo que obtendrá con los recortes y el adelanto de Ganancias. Son $300.000 millones que necesitaría para entrar en el régimen que se acordó con el FMI y que necesita cumplir para destrabar nuevos desembolsos destinados a pagar la deuda renegociada. La dieta recién empieza.
Por eso, Massa busca que en la reunión que prevé tener con Kristalina Georgieva la titular del Fondo acepte el ejercicio de contabilidad creativa que implica no computar en el déficit el aumento del gasto y la pérdida de divisas por el alza del precio de la energía que generó la invasión rusa de Ucrania. Confía en que el FMI siga rehuyendo del papel de victimario y que crea en sus promesas. Si, después de todo, Cristina creyó en él, por qué no habría de creerle Kristalina, se dice el ministro.
Lo que no podrá prometerles Massa a sus interlocutores si no quiere perder el limitado crédito con el que cuenta es que su gestión estará libre de tensiones y conflictos.
Cristina Kirchner recuperó la centralidad para hacer de sus problemas los de todos. El peronismo lo padece en carne propia. Pero no sabe cómo resolver su encrucijada. Someterse, inmolarse o liberarse. Esa es la cuestión.
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